martes, 16 de febrero de 2016

Verona y Milán, días 7º y 8º

Muy buenas familia;

Ya estamos llegando al final de esto; ya estamos en la última de las ciudades que íbamos a visitar cuando este viaje era apenas un proyecto. Empecemos.

Mismos horarios, mismas rutinas. A las 7:50 en el autobús, para llegar a Verona, que en estas fechas tiene que tener un encanto especial, con la cosa del día de los enamorados, San Valentín y Romeo y Julieta. Vamos, que se junta el hambre con las ganas de comer. Que no es que nos parezca mal lo de enamorarse, todo lo contrario, omnia vincit amor, et nos cedamus amori, que decía Virgilio en las Bucólicas. Nos cuesta lo de que haya que quererse en función de los días, y que nos digan cuándo nos tenemos que amar y cuándo hacer un regalo. Pero no nos salgamos del tema.

Un tirón de autobús y nos plantamos en Verona un poco antes de las 10 de la mañana. Paula, nuestra guía de Travelplan, nos da las indicaciones y explicaciones necesarias para poder aprovechar al máximo las dos horas que tendremos aquí: en el punto de encuentro junto a la muralla medieval a las 12:00 para seguir camino hacia Milán.

Nos adelantamos al grupo para sacar las entradas de acceso a la Arena, el tercer anfiteatro de época romana mejor conservado de toda Europa, aunque siempre a la sombra de la casa de Julieta a la hora de identificar la ciudad con un monumento; a nuestro parecer, una tremenda injusticia, teniendo en cuenta que esto lo construyeron los romanos en el siglo I antes de Cristo, y aquí se luchó y se murió, se conoció la gloria y se sufrió, se venció a la muerte y se cayó rendido a ella, mientras que la casa de Julieta existió en la  realidad de la mente de Shakespeare. Esta es una casa de aquel periodo y que de haber sucedido esta historia, podría haber sido una casa como esta. Cada cosa en su sitio.

Nos alegra comprobar cómo hay fila para sacar los billetes, cuando apenas lleva 40 minutos abierto. Menos mal que somos un grupo escolar, con una carta que lo acredita, y la fila desaparece por arte de magia para nosotros. Pequeños detalles que te facilitan la vida en un viaje como este. Su estado de conservación es magnífico, y por ello sigue en uso en la actualidad, como comprobamos por los trabajos que se están desarrollando en el acceso principal a la arena. Pisamos la misma arena que pisaron los gladiadores hace más de 2000 años, pisamos la misma arena que en la actualidad han pisado los mejores cantantes de ópera del mundo, los mejores grupos musicales, que tienen en Verona una parada obligada, por la belleza de este marco. Nosotros tenemos al nuestro, a Marcos, que en su afán por encontrar la foto perfecta acaba enmarcado en uno de los accesos a la grada, la cavea latina, desde uno de sus vomitoria.





















Nos habría gustado estar más tiempo, pero se nos agota el mismo, y hay que cumplir con los ritos, que decía el Principito, o más bien, el zorro le decía al rubio curioso. Atravesamos la via Giuseppe Mazzini para desembocar en la piazza delle Erbe, que de momento ignoramos, y torcemos a la derecha, para apenas a unos metros, meternos en la acera de la izquierda en una entrada para carruajes totalmente abarrotada de gente, que apenas nos permite ver las paredes completamente garabateadas con mensajes de amor en todos los idiomas, en todos los tipos de caligrafía, en alturas que nos hacen pensar cómo lo han hecho para escribir su declaración a más de tres metros de altura, intentando que nadie pudiera taparlo, como si ese hecho hiciese que su amor también fuera indeleble. Que así sea. Comunica con un patio más abigarrado aún que la entrada, algunos mirando al balcón que está a la derecha, donde en lugar de Julieta se asoman personas que no buscan a su amor, sino sacar una foto de la muchedumbre que hay abajo. Frente a nosotros está la estatua de Julieta, cansada de soportar los abusos de la gente que se toma la libertad de tocar su pecho sin ningún pudor ni permiso.










Y salimos de ese gentío informe para cumplir la visita a la Piazza delle Erbe, o mercado de Hierbas, o Verduras, que así se entiende mejor, que es lo que era en su tiempo de esplendor. Hoy es un mercado de recursos turísticos, así como algo de comida, suponemos que también pensando en el turista. Es de forma rectangular, casi trapezoidal, muy alargada, y tiene un palacio imponente en su lado corto izquierdo, el palazzo Maffei,  así como fachadas decoradas con frescos, aunque algunos están muy deteriorados, en los lados largos. Destaca una torre esbelta, la torre dei Lamberti y pasa un poco más desapercibida la Domus Mercatorum, que recuerda de nuevo el pasado romano de esta ciudad, y la función de mercado de esta plaza.








Regresamos otra vez por la via Mazzinni, que está atestada de gente, un auténtico río de paseantes que observan las tiendas de nombres conocidísimos y precios prohibitivos, sabiendo que a lo que podemos aspirar es a probar los productos de una Gelateria de las que se recuerdan por muchos años. Lástima que se nos escapara la foto. Solo queda en el gusto de los afortunados. Nos despedimos de Verona con una foto ante su anfiteatro, al que esperamos sepamos dar el valor que realmente se merece en el álbum de nuestros recuerdos.

 Regresamos al autobús para en dos horas llegar a Milán, mientras Paula nos pone una película para hacer más corta la espera, también muy adecuada al momento: Casanova. Sigue siendo nuestro ángel de la guarda aquí, y decide ir primero al hotel a dejar las maletas en consigna para que nosotros ya quedemos libres, aun en perjuicio del resto, que ve retrasada su hora de la comida. Más pequeños detalles que nos solucionan la vida. Nos lanzamos a las calles de Milán, y tras dar una vuelta entera a la Porta Venezia para terminar de ubicarnos, cogemos Corso Europa para aparecer por la parte trasera de la catedral. Nos lo imaginábamos, porque ya tuvimos la experiencia hace dos años. Están celebrando el desfile del Carnaval Ambrosiano, tradición de aquí, de Milán, siempre el sábado siguiente al Martes de Carnaval. Y cierra el acceso a la plaza del Duomo durante varias horas; pero esta vez estamos preparados y nos limitamos a bordearla, evitando el tumulto que hayen el centro, con gente disfrazada por todas partes, carreras descontroladas de gente lanzando confetti y vaciando botes de spray sin cuartel. Muy festivo para ellos, pero terreno peligroso para nosotros. Tiempo libre para comer, y a las 17:00 nos citamos para subir a las terrazas de la catedral, el mejor lugar para estar a salvo del barullo.



Hay una fila importante para sacar las entradas, pero hay una taquilla para grupos, que oportunamente está cerrada. Se lo hacemos saber a uno de los que regulan el acceso, y tras un instante de duda, nos abre la valla y nos indica otra taquilla lateral, donde apenas hay dos personas. Ventajas de tener una lista sellada por el centro como grupo escolar. Luego, lo de siempre. Control de acceso por parte de dos militares armados, con escáner corporal y registro de mochilas. Cuando estás arriba se te olvida lo que supone de intimidación para unos chavales de 17 años, pero desde nuestra perspectiva nos hace pensar en lo vulnerables que somos y lo difícil que es controlar que un tarado se camufle entre las miles de personas que hay en esta plaza.
La vista desde las terrazas es sensacional. Observar a las personas como hormigas que van de un lado para otro nos hace caer en la cuenta de la altura a la que estamos. Igual que nos damos cuenta de lo que supone el máximo exponente del gótico que es esta catedral, con el bosque que representan todas las agujas que adornan los contrafuertes, muros y tejado, con todas las estatuas que adornan las agujas, chapiteles y cresterías. Y la figura de la Madonnina de 4 metros y 16 centímetros de altura, que representa la Asunción de la Virgen y permite que la catedral alcance los 108 metros de altura en total al coronar el chapitel mayor. 11.000 m2 de superficie para albergar alrededor de 40.000 personas en su interior. Y ver cómo anochece sobre la capital es un momento extraordinario. 





























El tiempo vuela, y nos toca ya descender a la realidad a tamaño humano. Los restos de la marabunta del carnaval sirven a nuestros chicos para realizar una foto distinta con el Duomo de fondo, y para que empezara una guerra de confetti de la que seguro encontraremos restos en Salamanca. Una rápida visita a la galería Vittorio Emanuele II, terminada de construir en 1877 y que instaura el concepto actual de galería como centro comercial acristalado y cerrado (nos recuerda al concepto de las Logias florentinas como centro comercial abierto y cubierto). Y cumplimos la tradición de solicitar la buena suerte al toro que se encuentra en la zona central de la galería, aunque sea a costa de clavar el talón donde más le pueda doler al pobre y tratar de dar tres vueltas sobre él.














Marcamos este lugar como punto de reunión y de cita a las 21:30 de la noche, y los chicos se marchan veloces a solucionar cuanto antes sus cenas para disponer de más tiempo para recorrer todas las tiendas que se presentan ante ellos, algunas inaccesibles para los bolsillos humanos, pero son capaces de encontrar siempre los mejores lugares para convertir el dinero que les queda en recuerdos para siempre.



Despedimos así el día, con un paseo de apenas 15 minutos hasta el hotel y, marcamos los tiempos para el día siguiente: saldremos del hotel a las 9:30, así que desayuno a las 8:45, y nos levantamos a las 8:00. Casi dos horas más tarde que el resto de los días de este viaje. Increíble, que levantarnos un domingo a las 8 nos parezca un placer. Hay que guardar todo en las maletas, que para algunos va a resultar difícil por la cantidad de cosas que han conseguido comprar. Y todavía cuentan con dar otra vuelta por las tiendas esta mañana. Os lo habíamos avisado; lo de por "si acaso" no lo entienden de la misma manera.

Un desayuno ligero, que hay que cuidarse, y Milán nos espera bajo la lluvia, fina, de esto que no merece la pena ni sacar el paraguas o la capucha del abrigo, pero que irá aumentando su intensidad al avanzar la mañana.


Vamos directos al Duomo, que nos falta verlo por dentro, y promete ser tan espectacular como por fuera. Superamos los mismos controles que llevamos pasando a lo largo de todo nuestro viaje. No decepciona. El mismo bosque de agujas que encontramos por fuera, lo tenemos dentro con unos pilares fasciculados enormes, como secuoyas que se alzan hasta el cielo, y que separan la nave central de las laterales, que a su vez se dividen en otras cuatro. Y las vidrieras, que parecen estrechas, pero es solo por la altura tan impresionante que alcanzan. Y el Crucificado, que parece suspendido en el aire a más de 50 metros de altura. Te hace sentir pequeño. Hay varios monumentos laterales, como los sarcófagos que albergan los cuerpos de dos arzobispos del siglo XIV, el monumento de Giacomo de Medici, con las esculturas en bronce sobre mármol, y un relieve precioso sobre la presentación de la Niña María en el templo. 











Pero lo que atrae la atención, como si fuera un imán, es la estatua de 1562 de San Bartolomé, el apóstol que fue desollado vivo, el que eligió Miguel Ángel para representarse en el Juicio Final en la Capilla Sixtina. Es estremecedor. Casi espeluznante. Ver cómo está el cuerpo totalmente sin la piel, con todos los tendones, músculos y huesos al aire, expuestos, perfectos. Tanto en el rostro, como los brazos, el cuerpo, las piernas. Todo. Y la piel, que rodea su cuerpo, como si fuera un manto; y en la que se puede apreciar todos los rasgos que tiene esta funda. La expresión de la cara, la marca de las rodillas, de los talones. El autor sabía de la perfección de su obra, aunque quizá se le fue la mano a la hora de compararse con Praxíteles, como deja constancia en la base de la escultura. Marco de Agrate. Por eso hizo a San Bartolomé, en lugar de a San Modesto.










Nos dirigimos despacio hacia la salida, contemplando la nave central, reservada al culto, desde la entrada, y la percepción de profundidad y altura es brutal. La parte interior de la fachada tiene claras marcas renacentistas, con arcos menos apuntados, casi de medio punto, y tímpanos perfectos.







Ya en la calle, a las 12 de la mañana, planteamos dos opciones: continuar hacia el Castello Sforzesco o darnos el premio de tener unas horas libres, hasta las 15:30 en que quedamos para volver al hotel habiendo solucionado la comida ya. Y los chicos dicen que está lloviendo, y que se conforman con que les pasemos una foto, que ya vendrán otra vez a Milán y prometen visitarlo. Se lo han ganado; la verdad es que han funcionado muy bien, aguantando el tirón de todas las visitas, mostrando interés por todo lo que les hemos contado, que ha sido mucho, sin apenas rechistar. Hemos cumplido más que de sobra con el programa preestablecido, y nuestros chicos se lanzan a la aventura de encontrar algunas tiendas que se les han escapado en la tarde anterior, aunque para ello tengan que cruzarse la ciudad.


La lluvia cobra más fuerza cuando nos despedimos de la ciudad, como si mostrase su tristeza ante nuestra marcha, pero ya tenemos ganas también de encontrar a los nuestros y contarles todas las experiencias vividas a lo largo de esta semana que ya forma parte de nuestras vidas.



En el aeropuerto nos despedimos de Paula, nuestro ángel de la guarda en Italia, con el deseo de volver a encontrarnos el próximo año y, tras facturar las maletas nos dirigimos a la puerta de embarque para esperar más de lo previsto un vuelo que saldrá con un retraso de 40 minutos. Iberia nos lo compensa con un bombón en forma de corazón para celebrar San Valentín con nosotros, y para algunos no fue suficiente, y probaron algunas de las sugerencias de su menú. Otros tratan de superar sus miedos tras unas gafas de sol, mientras el resto parecen no darle importancia a poner sus vidas a 8.000 metros de altura.







Las maletas salen rápido, tanto que a pesar del retraso del vuelo cumplimos el horario previsto, y a las 23:30 estamos montados en un autobús en el que cenamos a escondidas, mientras la nieve se nos presenta como el último obstáculo que habremos de superar para llegar hasta los nuestros.



Y esto ha sido todo; ahora solo falta que os lo cuenten ellos. A vosotros, gracias por pensar en nosotros, por esperarnos, por buscarnos cada noche. El viaje a Italia ya forma parte de nuestros recuerdos.


Un abrazo muy fuerte,


Mª Ángeles y Javier.