sábado, 4 de marzo de 2017

Venecia, día 6º

Muy buenas, familia.

Que ya el cansancio se va empezando a notar, y anoche, después del día en Venecia ya necesitábamos descansar unas horas, así que después de la cena subimos las fotos, las ordenamos y dejamos lo de escribir para el tiempo de autobús de mañana, mientras vayamos camino de Verona.

Pero vamos con el recuerdo del viernes en Venecia, que es lo que nos ocupa ahora.

El día empieza pronto, para variar. A las 8:00 ya hay que estar en el autobús, y también se alojan en el hotel varios grupos de japoneses y otro grupo de estudiantes que, gracias a Paula sabemos que van a bajar a desayunar a las 7:30, por lo que nos sugiere que lo adelantemos si no queremos encontrarnos con mucho jaleo en el buffet. Así lo hacemos, y menos mal. El desayuno en el Villa Fiorita está bien. En cuanto a variedad es reducido, croissants, con chocolate o sin él, pan, mermeladas, cereales, yogur, zumos, jamón cocido y queso. Quizá no haga falta más, si está bueno. Y ese es el problema. Que lo está. Los croissants son impresionantes, como para pedir a la cocinera que salga a recibir aplausos. Así que no echamos de menos la variedad, porque no te apetece comer otra cosa. De hecho, algunos de los nuestros optan porque hoy el bocata de media mañana no va a ser de jamón y queso, sino que se llevan croissants. Si conseguimos superar el marcaje a que nos tiene sometidos Fabiola, la encargada de sala a quien su aspecto duro, casi de enfado en ocasiones, no hace justicia. Cuando habla es peor.

Nos montamos en el autobús para dirigirnos al vaporetto que nos cruce la laguna de Venecia. Las primeras vistas ya son espectaculares. Ver cómo se recorta la silueta de la torre campanario de San Marcos, las cúpulas de la basílica, nos avanza que va a ser uno de los días de los que dejan huella; de los que se conservan para siempre. Venecia es de los lugares que se te quedan bien fijados en la memoria, entre los recuerdos que te hacen sonreír cuando se vuelven a pasar por nuestra mente.
Tras el recuerdo pertinente del punto de encuentro al final del día (hay que cruzar cuatro puentes,  hay que pasar cuatro postes), caminamos hacia la plaza de San Marcos para encontrarnos con otra cara conocida: Manu, nuestra guía local, con la que ya hemos hecho esta visita en otras ocasiones. Maneja bien los datos pero sin agobiar con demasiadas fechas, da las pinceladas precisas para que seamos conscientes de la importancia que tuvo Venecia varios siglos atrás, cuando su poder era hegemónico en el mediterráneo oriental. Llama la atención la figura del Dogo, el máximo representante de la República de Venecia quien, al igual que en la actualidad, renuncia a sus bienes y posesiones durante el tiempo que dure su mandato para vivir en el palacio ducal. Y viendo el resto de palacios que hay repartidos por los canales, damos fe de que no es ni mucho menos el mayor de todos ellos. Igual que en la actualidad. Fijo. Pero además, Manu está muy concienciada con el futuro de la laguna que, si no se pone remedio pronto, se avecina bastante oscuro. Su presente ahoga su futuro. Reducida casi a un enclave turístico, la presencia masiva de grandes barcos en la laguna, de embarcaciones a motor por sus canales hace que el fondo de la misma pierda su frágil consistencia, y si eso sucede, la ciudad se tambalea. Pero si frenas el potente turismo que la mantiene viva ahora, la estrangulas igualmente. Mala apuesta, que decían en una película (Beautiful Girls), si cualquiera de las dos opciones que puedes elegir te lleva a perder siempre. Así que hay que actuar ya, recuerda Manu, pero nadie se atreve a poner el cascabel al gato.
Así nos presenta la plaza de San Marcos, la única que puede llamarse así, plaza; el resto de los espacios abiertos rodeados de casas no son plazas, son campo. Curiosidades de los localismos y las variantes diatópicas del lenguaje.
Nos encontramos dando aún la espalda a la basílica, mirando a las procuradurías, Viejas del siglo XII las originales y reconstruidas en el XVI tras un incendio y Nuevas del siglo XVI, a un lado y a otro. Y al frente el ala Napoleónica, de comienzos de XIX, evidentemente, a quien no importó derribar la antigua iglesia de San Geminiano, del siglo VI para satisfacer sus ansias de grandeza y cerrar por completo la plaza con un mismo estilo.





























Nos queda la Torre de los Moros, con el reloj como elemento importantísimo para una ciudad vuelta hacia el mar, para que los marinos pudieran ver y saber desde lejos cuándo empieza la actividad en la misma. Y ya empezamos con la basílica de San Marcos, dejándonos impresionados los mosaicos que adornan su fachada, todos en oro, representando el momento en que los venecianos recuperan el cuerpo del Evangelista de manos de los turcos, trayéndolo cubierto de carne de cerdo para evitar que lo descubrieran quienes no se atreven ni a tocar ese animal. Algo tan prosaico como eso se convierte en una obra de arte en su fachada. Y eso no hace más que avanzarnos el interior del templo. Todo el interior está decorado en mosaico. Todo el mosaico está hecho con la misma técnica de pan de oro. Las paredes no llevan más decoración que la que el propio mármol ofrece, con sus vetas geométricas. Lástima que no se puedan hacer fotos. Mucho me temo que en esta ocasión no nos va a ser posible ni siquiera imaginárnoslo cerrando los ojos, como sí pasó con la capilla Sixtina en el Vaticano. Había que estar allí para verlo.
Ya en el exterior, la torre del Campanario es idéntica a la original, pero la que se conserva es de 1912, habiendo colapsado la primera en 1902..







Desde ahí vamos hasta la fábrica de cristal de Murano, para asistir a la demostración de su trabajo, pasando por la parte trasera del famoso puente de los Suspiros, aunque sus suspiros no eran los de los enamorados de la actualidad, sino los de los condenados a muerte, que pasaban de la parte donde se impartía justicia en el palacio ducal hasta donde se ejecutaba la justicia al otro lado del canal, suspirando por ser la última vez que verían la luz del sol.
El trabajo del maestro es impresionante, manipulando el cristal a 1200 grados como quien moldea arcilla antes de que se endurezca por debajo de los 600 grados. Apenas 4-5 minutos para crear la pieza en cuestión. Y de lo que solo es una bola incandescente surge un jarrón delicado y perfecto ante nuestros ojos, con la agilidad de un mago.
Rápidamente nos dirigen hacia la segunda parte de la visita a la fábrica, que es la de la exhibición de sus piezas y su posible venta. Ahí nuestros chicos revisan sus carteras para comprobar que la mayoría de lo mostrado es inaccesible para los mortales, aunque la sección de colgantes y pulseras causa furor entre la mayoría. Algunas tendrán la suerte de lucir en sus manos y cuellos piezas originales de auténtico cristal de Murano con certificado de garantía incluido. Y las que no, es que ya tendrán otra cosa prevista, no os decepcionéis.







Termina ahí nuestra visita guiada por Venecia, lanzándonos  ya por nuestra cuenta a completar lo imprescindible de la ciudad. Caminamos hacia Ponte Rialto, que nos recuerda a Ponte Vecchio, en Florencia, en cuanto que está provisto de edificaciones a lo largo de los laterales, pero este tiene una mayor inclinación, ya que no hay ladera que permita salvar la distancia respecto al agua del Arno, como paraba en Florencia. Visto desde el Gran Canal, su belleza es casi mágica. Lo cruzamos, venciendo el atractivo irreprimible que suponen sus tiendas para ver el Gran Canal desde la cima. El día incluso se aclara para que la imagen resulte aún mejor, si es posible.













Y desde allí vamos a buscar la penúltima de nuestras citas en Venecia: la Scala Contarini del Bovolo. Ya el año pasado pudimos ver que había sido adecentada para convertirla en visitable, lo que hace que luzca limpia, pero esto hace que la zona ya no sea tan tranquila como lo había sido siempre, fuera del interés de la gran mayoría de turistas. Nos encontramos con un grupo más numeroso aún que el nuestro, y dándonos cuenta de que hay más similitudes entre nosotros y otros grupos de las que podríamos pensar. O que al menos, los profesores que se embarcan en estas aventuras tienen algo en  común. Y reconforta. Qué le vamos a hacer.











Lo último que está previsto en nuestro recorrido por Venecia es el paseo en góndola, algo accesorio, y quizá innecesario, pero que tiene mucho encanto. Estar en Venecia y no montar en góndola es algo de lo que te arrepentirás a la larga, y la mayoría de nuestros muchachos así lo piensa. 18 de ellos acuden al Gran Canal para solicitar el Servizio Gondole. Repartidos en 3 grupos de 6, se disponen a disfrutar de un paseo absolutamente encantador. Otra de las cosas que permanecerá en su memoria por mucho tiempo. Las fotos que veis no hacen justicia a lo encantador del momento, pero sus caras sí muestran que es un momento muy especial para ellos.
















































Con un último vistazo a Ponte Vecchio, damos por finalizada nuestra visita oficial a Venecia a las 14:00. Ahora queda tiempo libre hasta las 18:00 en que regresaremos al barco. Cuatro horas para recorrer sus calles, estrechas y maravillosas, cruzar sus innumerables puentes, hacerse mil fotos, hasta con paredes de fondo y, sobre todo, visitar otro de los lugares imprescindibles de Venecia del que no habíamos hablado. La multitud de tiendas y puestos callejeros dispuestos a satisfacer hasta el último de los deseos que se nos pueda ocurrir. Preparaos para el desfile de bolsas, máscaras y sudaderas. Que tiemblen las maletas, porque tiene que caber todo.

La última pasada por la plaza de San Marcos nos hace maravillar con el reflejo del sol sobre el oro de los mosaicos de la fachada de la basílica, resultando todavía más hermosa.
Mientras, otros se entretienen con las palomas que parecen haber vuelto a tomar la plaza en su propiedad, compartida con las gaviotas, que deciden compartir sin pedir permiso el trozo de pizza de uno de nuestros chavales. No se puede uno despistar ni un momento. Qué pena que nadie haya podido grabar a la gaviota lanzándose en picado hacia su mano nada más dar el primer bocado. Todavía le dura el susto. Al chico, porque a la gaviota no.















Y así nos despedimos de una de las ciudades con más encanto que existen, esperando volver otra vez. Vamos al hotel, que nos espera nuestra amiga Fabiola con su fuentes de spaghetti con atún y un pescado irreconocible cubierto de perejil y patatas fritas. Y de postre, macedonia de frutas, que siempre viene bien para la última misión del día según dicen nuestros chicos. La misión C. Preguntadles a ellos.

Y para mañana, a madrugar, que a las 07:30 nos espera el autobús hacia Verona y Milán.

Un abrazo fuerte,


Mª Ángeles y Javier.

2 comentarios:

  1. Venecia sin vosotros ya no será lo mismo!!

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  2. Qué bonito disfrutar con vosotros de una de las ciudades más mágicas....un abrazo para todos. Ana

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