miércoles, 14 de febrero de 2018

Roma, día 2

Muy buenas, familia.

Es imposible sacarle más horas al día, ni más jugo a la ciudad y a nuestros chavales, que hoy han dado la cara durante todo el día. Un día que ha empezado muy pronto: a las 7:45 ya teníamos la cita en recepción para subir al autobús. Eso significa que habíamos quedado a las 7:00 para desayunar, y para eso hay que levantarse previamente, que cada uno necesita su tiempo. Sabiendo que habíamos llegado a las 23:30 la noche anterior, hace que en desde que salimos de Salamanca hemos dormido como mucho 6 horas de 48. Y eso siendo muy afortunado, que los habrá que no hayan llegado ni a eso.
Y por si acaso, hemos vuelto al hotel a las 23:50, es decir, 16 horas de tralla continua. Ahora veréis cómo.

Como dice el sabio, hay que comer cuando hay comida, y no cuando se tiene hambre, porque puede que esos momentos no coincidan. Por eso algunos se sacrifican y se llenan un plato con todas las variedades de dulce que se presentaban en el bufé, aunque en la foto ya faltaba alguna pieza. Esperamos que los que hayan optado por los cafés que ofrecía la máquina hayan tenido más suerte, porque los que seguimos siendo fieles al cola-cao sentimos la nostalgia como un puñetazo en el estómago al probar eso que pone que se llama ciocolatto, pero solo porque el nombre de "veneno mortal" ya estaba cogido. Pero todo lo de comer estaba bastante bien, tanto lo salado como lo dulce, abundante, variado y reciente. Todavía recordamos cuando nos reíamos de quien se trajo sobres monodosis de cola-cao el año pasado. Sabia persona.


Y nos montamos en el bus, y conocemos al resto del grupo, otros 27, como siempre, variopinto: un muchacho de unos 10 años, auténtico apasionado de los viajes y de conocer sitios nuevos, acompañado de sus padres, lógicamente; matrimonios con bastante experiencia acumulada, otros con menos bagaje, pero dispuestos a emularlos, familias de brasileiros y de mexicanos que nunca fallan en estos viajes. Todos ellos comandados a la perfección por Paula, nuestra guía de referencia de Travelplan, a modo de ángel de la guarda que va por adelantándose a los problemas que puedan surgir para que no afecten a los nuestros. Es una suerte saber que está ahí.
Nos plantamos muy rápido junto a la muralla que circunda este pequeño Estado dentro de Italia, y avanzamos por el pasillo VIP que está reservado para las visitas guiadas grupales, con reserva; está vacío, mientras la fila para las visitas generales apenas se mueve y acumula ya algo más de una hora de espera. Encontramos a Andrea, el guía que nos va a acompañar en nuestro recorrido tanto por los Museos Vaticanos como en la visita panorámica siguiente. Enseguida se revela como alguien capaz de mantener la atención de todos en sus palabras, con los datos necesarios para justificar su presencia y con la simpatía oportuna que provoque querer escuchar todo lo que dice. Y que eso pase desde las 9 hasta casi las 14:00 es muy difícil; imposible de conseguir si no se ama lo que se hace. Y a este tipo le apasiona su trabajo. Porca miseria.


Antes de empezar, encontramos una de las huellas del estilo peculiar del papa Francisco. En las escaleras de acceso nos encontramos una vitrina-escaparate con algunos de los regalos que se le han realizado en sus audiencias o visitas bajo un denominador común. Todos tienen que ver con el deporte, especialmente con el fútbol, y con su país de origen. Camisetas, balones, fotos… Por muy Papa que seas, si eres argentino, y encima ahora vives en Italia, como decía su compatriota Valdano, el fútbol no es un asunto de vida o muerte; es mucho más importante que eso.


La visita a los museos es siempre algo atípica:: debemos empezar la visita por el final, con la explicación de la capilla Sixtina, a través de unos paneles explicativos dispuestos en un patio previo a las grandes salas aunque no es el de la Piña, como en los años anteriores. Nos ofrece Andrea la información que nos permita comprender lo que veremos después, tanto sobre la historia que rodea la asignación por parte de Julio II de la decoración de la capilla a Miguel Ángel, como su intransigencia ante las injerencias de altas personalidades de la Iglesia, que obtendrán como premio quedar representados en el Juicio Final, aunque quizá no de la manera que el interesado prefiriese… También en cuanto a la disposición de los temas, con el Antiguo Testamento a un lado, el Nuevo en el opuesto, jalonados estos por representaciones de los profetas cristianos y las sibilas que, aun siendo paganas, parece que vaticinasen la llegada del Mesías. El Génesis explicado en el techo. El Juicio Final en la pared del altar, a modo de gran retablo.







Nos presenta un museo que tiene poco de lo que habitualmente se pretende, y es que no tiene intención didáctica. Es acumulación, casi como un almacén, con la consiguiente minusvaloración de las piezas menos importantes cuando se comparan con las obras maestras que aquí se encuentran. Muchos museos tendrían como obras de referencia y emblemáticas de su colección algunas de las que aquí pasan totalmente desapercibidas. Porque apenas dos o tres esculturas aguantan la comparación con un grupo escultórico como es el Laocoonte, obra helenística (siglo III-I a.C.) original encontrada en el 1506 en unos terrenos donde se asentara la Domus Aurea de Nerón y más tarde el palacio del emperador Tito. El movimiento, la torsión, esas posiciones casi imposibles y que serán la clave del barroco italiano, y la expresividad que brota de sus cuerpos y rostros no tiene igual. Es fácil decirlo cuando aún no se ha visto la Piedad en la basílica de San Pedro, el Moisés, en San Pietro in Vincoli, o el David en Florencia. O  a Perseo, también en Florencia. Aunque este último va aparte, porque es otra técnica escultórica. Ni mejor, ni peor; distinta y perfecta también. Adivinad qué tienen en común 3 de las otras cuatro piezas: David, la Piedad y Moisés. Y el Laocoonte le sirve de inspiración y de estudio. Todas realizadas por la misma mano.  Todo cuadra, todo encaja. Todas realizadas por un humano idéntico a nosotros. Eso dicen. Probad vosotros: coged un bloque de piedra, un cincel y un martillo. A ver qué sale.







Avanzamos hacia el torso Belvedere, otro original griego, como demuestra incluso la inscripción que está en la base de la escultura: Apolonio Nestoros (hijo de Néstor) Ateniense lo hizo. Otro ejemplo que utilizará Miguel Ángel como modelo de uno de sus personajes principales en su vida: la disposición de la figura de Jesús en el Juicio Final es prácticamente idéntica a esta. Otro estudio de anatomía del cuerpo humano, especialmente del masculino, al que consideraba Miguel Ángel como el modelo de perfección hasta tal punto que las mujeres que él representa son muy varoniles en su aspecto, con cuerpos muy musculados. Las elucubraciones que se hagan a partir de esto, son eso, teorías ya indemostrables, porque el propio interesado ya no puede contestar.








Tras saludar como marca la tradición al bueno de Pericles, hijo de Jantipo, Ateniense,  el mejor de los gobernantes de Atenas, seguimos nuestra visita con la estatua en bronce de Heracles, o Hércules para los latinos, de lo poco conservado en ese material salvándose precisamente al perderse. Si no se hubiese perdido en su momento, se habría perdido para siempre, porque habría sido fundida para darle un nuevo uso a la materia, pero adoptando una nueva forma. El hilemorfismo de Aristóteles expuesto en un caso práctico. Apuntad los de Filosofía. Y de ahí a la manipulación de la realidad, por seguir con la Filosofía, al ver al emperador Claudio, hombre lleno de virtudes, pero también de "defectos" en el plano físico (preguntad a los alumnos de bachillerato de Latín, que han traducido no hace mucho una descripción física del mismo) representado con el cuerpo de alguien curtido en een la palestra o en el ejército. El emperador ha de ser mostrado como alguien perfecto, en todos los ámbitos de la vida, hasta desde el punto de vista estético. El Photoshop ya estaba inventado. Porca miseria, nos recuerda nuestro guía Andrea.












Siempre nos llama la atención el trabajo de los techos en estos larguísimos pasillos, que nos llevan a pensar en los magníficos altorrelieves que los decoran, hasta que te fijas que en algunas de estas salas nuestros sentidos nos engañan, y nos ofrecen una realidad que no existe, con volúmenes en figuras completamente planas. De relieve nada; simples pinturas. De los tapices que cubren las paredes vamos a destacar especialmente a uno, que representa la muerte de Julio César, con sus 23 puñaladas a cuestas, con su propio hijo entre los conjurados asesinos, con la teatralidad del gesto de cubrirse la cabeza antes de dejarse morir, para mantener la dignidad del Dictator Perpetuo de Roma y no mostrar una cara desencajada por el dolor y la sorpresa del ataque y de los participantes en el mismo.



Y obviamos toda la galería dedicada a la geografía del Imperio Romano, con los mapas de todos sus territorios, porque ya estamos pensando en lo que se nos aproxima: la capilla Sixtina. Tratamos de refrescar los recuerdos de la explicación de nuestro guía Andrea, porque dentro no se permiten las intervenciones de los guías. Se intenta mantener un ambiente de silencio, como corresponde a un lugar tan sagrado como es la capilla del Papa. Por cierto, no se puede hacer fotos dentro de la Capilla, por eso no las tenemos aquí en el blog. Aunque, en realidad, no se debe. Sutil diferencia. Tan sutil como que se te salte el flash del teléfono delante del vigilante, tan simpático y amable él en su expresión.

Salimos de la capilla Sixtina 20 minutos después del ingreso, tal y como estaba pactado con Andrea, y bajamos la escalera Regia para dirigirnos hacia el interior de la basílica de San Pedro. Y empieza fuerte: la Piedad. Y dicen que es una de las muchas que hay. Hombre, depende. Si buscas por nombre, es cierto; hay muchas. Pero si piensas en el nombre, La Piedad, siempre es la misma. Esta. La que hace Miguel Ángel con apenas 23-24 años; cuando aún tiene la necesidad de poner su nombre en una cinta en el pecho de la virgen para que la gente le conozca. Nunca más le hará falta. Su estilo es inigualable. La virgen en su doble dimensión. Es la madre de Dios. Pero como todos somos hijos de Dios, también es su hija. De ahí que su aspecto sea el de una mujer aparentemente más joven que el hombre que sostiene en brazos. Que se lamenta de que los hombres le hayan hecho esto a su hijo, porque es su hijo. Que ella aceptó a ciegas lo que el ángel le anunció para que ahora le devolvamos un cuerpo maltratado, destrozado, ultrajado, muerto. Deshumanizado. Porque no es humano; ya no. Aunque al matarlo, lo hicimos inmortal. Al quitarle la humanidad se revela la divinidad. Aunque ella no logre entender que hacía falta que muriese para ser eterno. Pero lo acepta y lo asume, como ha hecho siempre. Ya no hay lágrimas, aunque sí dolor. Sea así, si esto es lo que Él quiere.

Algunos de nosotros no nos moveríamos de allí. Es un imán tan potente que no te permite separarte. Intentas guardar en tu memoria cada detalle, cada matiz, cada sensación que experimentas al contemplarla desde todos los ángulos posibles.




Pasamos junto a la tumba de San Juan Pablo II y de Juan XXIII, antes de llegar a la estatua de San Pedro cuyo pie está completamente desgastado por la caricia de cada peregrino que hasta él llega (la mano desgasta el bronce, como la gota de agua horada la roca), ya muy cerca del altar mayor y del baldaquino que lo protege, obra de Bernini, ejemplo cumbre el barroco, con una altura de 29 metros, equivalente a un edificio de 9 plantas, y es el momento en que tomamos conciencia de la magnitud del edificio, de la grandeza de todo y de la insignificancia de uno; de la perfección de la proporción. De que no hay ninguna iglesia en toda la cristiandad que pueda ser mayor que esta.
La representación del Espíritu Santo en la cabecera de la basílica es espectacular, con la prolongación de la luz que atraviesa la fina capa de alabastro en forma de rayos dorados esculpidos.






















Buscando ya la salida del templo nos detenemos en la tumba del papa León X, para entender que la muerte no es más que un puro tránsito seguro, cierto, pasar de un lugar a otro, con la única incertidumbre del momento en que ha de suceder, representada en esa puerta abierta y el reloj de arena.





Y así salimos del templo para encaminarnos hacia la visita panorámica de la ciudad, guiada igualmente por Andrea; imposible realizarla a pie, recurrimos al autobús para ello. Hacia la mitad de la misma, hacemos una breve parada en un mirador sobre el Coliseo, aunque para quien se atreva a darle la espalda está reservada la sorpresa de la Domus Aurea, la residencia que se hace construir Nerón, porque le parecería pequeña la del anterior. Que para ello tuviera que borrar prácticamente todo un barrio no supone ninguna dificultad; nunca faltará un cristiano a quien culpar del accidental incendio que lo permitió. Encima, la excusa perfecta para señalar a un grupo que comenzaba a ser un problema para el poder. Jugada maestra, pensó.














Termina la panorámica cerca del Vaticano, y llegamos por la vía della Conciliazione contando con comer rápido e intentar la subida a la cúpula de San Pedro. Son las 14.30. El acceso último es a las 16:30. Y la fila alcanza la 2ª columnata que circunda la plaza de San Pedro. Si nos vamos ya no nos dará tiempo a subir. La decisión es suya. Prefieren comer en la fila, y organizamos turnos para que vayan rápido a buscar algo con que acumular fuerzas para los más de 500 escalones que nos llevarán a la linterna que corona la cúpula. A las 16:02 conseguimos nuestra entrada. 20 alumnos, grupo escolar, con carta que lo acredita. Subida a pie. y allá vamos. 
Primero con una rampa escalonada, que se va estrechando y acortando a medida que se asciende, llegando al interior del templo, caminando sobre las letras de la inscripción que circunda todo el templo, en latín y en griego: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y te daré las llaves del reino de los cielos. El tamaño de una persona tienen estas letras. A más del doble de la altura del baldaquino nos encontramos, que se ve minúsculo ahora.
El pasillo se estrecha y se inclina, llegando a incomodar incluso. Menos mal que no es muy largo el tramo.







A pesar del esfuerzo que supone todo este ascenso, todo se compensa al llegar a la parte superior de la linterna, convenientemente vallada para evitar problemas, y las vistas de la ciudad nos devuelven nuestra inversión con creces. Así lo reflejan sus caras.



























Nos despedimos del estado Vaticano y de la basílica de San Pedro y nos acercamos a Castel Sant'Angelo, residencia-fortaleza papal en los malos tiempos. En realidad es el Mausoleo de Adriano, que obtuvo un nuevo uso y quizá gracias a eso se salvó de la perdición. Que se lo pregunten a Augusto y César si es así. La noche va cayendo sobre la ciudad, permitiendo observarla con una luz extraordinaria, reflejada en el agua del Tíber, cuya orilla recorremos buscando los templos de Portunus y de Hercules Vencedor, junto al foro Olitorio (el mercado de las verduras, para entendernos) y el Boario (el del ganado) También está allí la Boca de la Verdad, aunque está cerrada en esos horarios extraños que a veces tiene esta ciudad: a las 17:40.























Desde allí buscamos el teatro de Marcelo, y llegamos casi a la Plaza Venecia, pero nos desviamos rápido hacia la derecha, para subir por la escalinata diseñada por Miguel Ángel hasta la colina del Capitolio, donde están los museos Capitolinos y la sede del ayuntamiento de Roma. Ya con la noche cerrada, la estatua ecuestre de Marco Aurelio es apenas perceptible, algo más la copia de la Loba capitolina, cuyo original se encuentra en el museo adyacente. El mirador sobre los foros imperiales es sensacional, aunque echamos de menos una mejor iluminación de los restos.









Volvemos pies atrás hasta el ponte Fabricio, que une este lado de la ciudad con la isla Tiberina, y su prolongación en el ponte Cestio, para acabar el día en el Trastevere, el barrio cruzando el Tíber, literalmente, con una cena común en un típico restaurante que, como los últimos tres años, nos ofrece unas pizzas exquisitas y unos buenos platos de pasta con los que solucionar la extraña comida que hicimos a mediodía.



Un paseo tranquilo nos lleva hasta la plaza Venecia de nuevo, para bajar por la vía de los foros imperiales, que nos ofrece su visión con la iluminación artificial que le da un aspecto fabuloso, y poco a poco llegamos hasta el Coliseo, donde ponemos fin a nuestro día en Roma, que comenzó 16 horas atrás cuando salimos del hotel.












Entramos en el hotel unos minutos antes de medianoche, con el tiempo justo para decir a los chicos el horario del día siguiente: nos concedemos un poco de descanso, y pretendemos salir del hotel a las 9 de la mañana. A las 8:30 el desayuno. Nos levantamos a las 8:00. Y nos parece un lujo.

Un fuerte abrazo.

Mª Ángeles y Javier.

2 comentarios:

  1. ¡¡¡Plas, plas, plas plas...!!! (aplausos). Es una suerte poder leeros y viajar virtualmente con vosotros.

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  2. ¡Gracias Javier, Mª Angeles, por vuestro tiempo y dedicación!
    Leer el blog es un auténtico placer que nos permite viajar y vivir esta experiencia con vosotros, como si estuviéramos allí.
    Roma, la "Ciudad Eterna" quedará grabada par siempre en el corazón de nuestros hijos.
    Ahora a seguir disfrutando en cada uno de los lugares maravillosos que os quedan por visitar.
    ¡No se le pueden sacar más hora a un día!
    Gracias...por todo.

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