miércoles, 1 de marzo de 2017

Roma, día 3º

Muy buenas, familia.

Roma nos ha ganado; y por goleada, como se suele decir. Conseguimos llegar antes al hotel (las 22:55, para ser exactos), pero con casi 18 kilómetros más en nuestras piernas. Cualquiera que nos lea se piensa que nos estamos preparando para hacer una media maratón, por el ritmo que llevamos. Pero no; tan solo queremos que no se nos escape nada de lo imprescindible en estos días. Y para eso hay que andar y, a veces, volar. Y hoy lo hemos hecho. Por eso, cuando hemos llegado al hotel, apenas hemos descargado las fotos en el ordenador ya sabíamos que sentarnos iba a ser nuestra condena, y nos hemos rendido, sabiendo que luego tendríamos unas horas en el autobús para poneros al día de lo hecho. Y nos ponemos a ello.

El día comienza un poquito más tarde, pero tampoco penséis que nos hemos vuelto unos camastrones, que hemos salido del hotel a las 8:30, justo a tiempo de ver uno de los espectáculos que a menudo ofrece también Roma: su tráfico. Ver ambulancias con las luces y sirenas de emergencia intentar abrirse paso entre un hormiguero mal organizado de coches, camiones y autobuses es apasionante. Salvo que seas el tipo que tiene la urgencia, que ese tiene que pasarlo un poquito peor, cuando la diferencia entre unos minutos antes o unos minutos después es tan importante.

Cogemos nuestro autobús hasta el enlace con la línea de metro, y nos plantamos en el Coliseo antes de las 10, pero hacemos como que le ignoramos y nos vamos a unas escaleras que suben la colina de Celio (aunque ahora dudo de su nombre) en busca de una iglesia, San Pietro in Vincoli, donde tenemos dos objetivos claros. Bueno, en realidad son tres, aunque el tercero no sea en absoluto conocido por el resto de la humanidad; es uno de nuestros privilegios Amor de Dios. Luego lo aclaramos. Una cosa es que hagamos que no hemos visto el Coliseo y otra es que no lo veamos, y alguien tuvo en Roma brillante idea de invertir algo del presupuesto de la ciudad o del país para evitar un paso de cebra. Y colocó una pasarela que ofrece una de las mejores vistas que se puede tener del anfiteatro Flavio. Muchísimas gracias a quien corresponda.

Vamos atajando calles, evitando el acceso más habitual que nos llevaría a un pasaje con unas escaleras que necesitarían arnés y fijaciones a las paredes para subir con plena seguridad, y además le ahorramos tiempo. La experiencia es un grado, y ya vamos acumulando alguna. Entramos decididos hacia el crucero, a la derecha. Y allí nos espera, paciente. Moisés. De Miguel Ángel Buonarrotti. Con cara de enfado, porque su pueblo le ha cambiado por un becerro de oro mientras el recogía las tablas de la ley en el monte. Y mira hacia otro lado como diciendo "¿es que no os puedo dejar ni un momento solos?" Como cuando siendo pequeños nuestra madre se marchaba a comprar el pan corriendo y nos pedía que nos portáramos bien. Y al volver habíamos jugado a las peluquerías con el hermano pequeño. Debe ser la misma sensación que tuvo Moisés, pero sin zapatilla voladora. Un enfado monumental, aun sabiendo que no podía dejar de quererlos, como nuestros padres.
Pues todo esto es parte de la que estaba destinada a ser la tumba de Julio II. Aunque el conjunto queda bastante ensombrecido por la talla de Moisés. Sigue siendo sobrecogedora. Sientes la fuerza de su mirada, la tensión de su rostro, el movimiento de su barba por el viento, las ropas que caen en sus piernas. Para quedarse absorto, y no ser consciente del tiempo que llevas ahí plantado delante, hasta que te fijas que quienes te rodean ya no son los mismos de antes, y tu grupo ya está en las escaleras bajo el altar, contemplando las reliquias de las cadenas con las que ataron a San Pedro tras su captura, y que el ángel desató mientras sus vigilantes dormían.














Pero nos falta el tercer motivo de esta visita, el que solo tiene sentido para nosotros y para nadie más. Es la tumba del Cardenal Cinzio Aldobrandini, muerto en 1610, según dice su lápida. Y aunque no nos diga nada aparentemente, la imagen que adorna su tumba, con una representación de la muerte con el reloj de arena que marca que el tiempo ha terminado y la guadaña que ha de segar su vida es evocadora para nosotros. Tal es el nombre que nuestros alumnos dan al primer examen de Física y Química de este curso. Y ya es una foto obligada.




Dejamos a San Pedro, a sus cadenas, a Moisés y al cardenal Aldobrandini emplazados para el año que viene y volamos hacia el Coliseo, a hacernos los suecos cuando nos digan que teníamos que haber hecho una reserva previa, pero que por ser nosotros nuevos nos dejarán pasar como grupo escolar, ya que tenemos una lista que lo demuestra, con nuestras fechas de nacimiento, los DNI y los sellos del colegio y la firma de la dirección. Y nosotros diremos que no lo sabíamos, y que no volverá a suceder. Pero para eso hay que saber cómo se van a dar los días, y cuándo nos interesa más hacer una visita u otra. Qué le vamos a hacer. Nos citan para las 12:25, y no siendo aún las 11:00 nos da tiempo a hacer antes la visita por los Foros Imperiales, aunque eso haga que se resienta el plan posterior. El paseo por los Foros es un privilegio. Caminar por donde lo han hecho personas desde hace más de 2000 años, los grandes nobles de Roma, pero también sus personas anónimas para la mayoría, pero que son las que también construyeron el imperio, con su sangre, con su sudor y su trabajo. Tratar de imaginarse cómo sería todo esto puesto totalmente en pie es un esfuerzo mínimo, y nuestras mentes vuelan con facilidad. Identificar los templos de Venus Genetrix, de Marte Ultor, de Cástor y Pólux, de Vesta, tan característico al ser circular, el de Antonino Pío y su esposa Faustina. Los almacenes (horrea) de Trajano, que servían para guardar el grano con el que abastecer a la plebe. El rito y el trabajo, en la máxima expresión del Senatus populusque Romanus, todo mezclado en este lugar que era el auténtico corazón de Roma. Se nos pasa volando el tiempo, que aquí se detiene, y debemos salir, pues tenemos una cita marcada en rojo en nuestra ruta: el Coliseo.










































Entramos puntuales por la fila de grupos con reserva, que es lo que somos, aunque la hayamos hecho hace apenas dos horas, y el Coliseo se nos muestra en todo su esplendor. Quien solo vea piedras y cosas rotas es que no entiende nada, o muy poco. Habrá quien piense que si no nos aburre, que siempre está igual, que son las mismas fotos. Pero no es así. Para  la gran mayoría de nuestros chicos es la primera vez que lo ven, y eso hace que el momento sea especial. Ver sus caras al encontrarse con su grandeza, su aspecto de mole imponente hace que cada vez para nosotros sea única. Ni siquiera nosotros somos los mismos de hace un año, y menos aún de dos. Es imposible bañarse dos veces en el mismo río, que decía Heráclito. Ni el agua es la misma ni tú tampoco. Aunque parezca que no, todo cambia permanentemente. En fin, que nos perdemos.
Poder imaginar cómo sería esto cubierto de arena, con la gente poblando la cavea, gritando enfervorizados ante sus héroes, dispuestos a entregar sus vidas por un espectáculo (aunque fueran obligados) por estar un paso más cerca de tocar la inmortalidad que supone la fama. El tiempo de nuevo se detiene, o no, porque se nos ha ido sin darnos cuenta, como el agua del río de Heráclito. Son casi las dos.

























Nos asaltan las dudas. No hemos comido. Seguramente la fila para entrar al Vaticano es muy considerable a estas horas. El acceso a la cúpula de San Pedro cierra a las 16:30. Y el tiempo que tardemos en la visita. Corremos el riesgo de correr para nada y llegar y que cierre ante nuestras narices. O de comer a las cinco de la tarde. Los chicos lo tienen claro. A volar otra vez, aunque sea bajo tierra. Nos metemos en el metro. Línea azul, 3 paradas. Transbordo a la línea roja. 7 paradas y salimos junto a la muralla del Vaticano en apenas media hora. La fila bordea uno de los brazos de la columnata de Bernini y llega hasta el comienzo del otro brazo. Entrar, entramos seguro, y los chicos han sido precavidos y ya habían dado cuenta de los bocatas de media mañana, cortesía del buffet del desayuno. Además, aprovechan el tiempo en la fila para escaparse a las furgonetas de comida para hacerse con calzones (como una pizza doblada, no penséis raro), hamburguesas y helados, como para almacenar fuerzas para la subida al Everest, no ya a la cúpula. A las 15:30 estamos listos para subir, después de pasar religiosamente por caja. Apenas 551 escalones tenemos por delante, que alguna se entretuvo en contar, por si le parecía poco concentrarse en subir y subir y subir sin marearte demasiado ni ceder a la claustrofobia por lo angosto del paso.y es que para acceder a la cúpula primero hay que llegar hasta ella. La primera tirada es solo para llegar hasta la base de la cúpula. Y algunos ya van con la lengua fuera. La vista hacia el interior es quizá lo único que rompe con la perfección de la proporción de qué hablábamos ayer. Cuando estás a la misma altura que las letras que circundan toda el templo te das cuenta de que son más grandes que tú. Cuando ves a las personas caminando percibes la altura a la que estás. Cuando ves la distancia que hay hasta la parte superior del Baldaquino y lo abajo que está, piensas que ese baldaquino tenía el tamaño de un edificio de 10 plantas, y que todavía cabe otro mayor aún entre su cima y donde uno está.




Pero merece mucho la pena subir, a pesa de vértigos, agobios, claustrofobias y demás miedos irracionales que en ocasiones nos paralizan. La vista que hay desde la linterna que remata la cúpula son sensacionales. Se observa perfectamente la ciudad, destacando el enorme platillo del Panteón, el enorme pastel de nata del monumento a la unificación de Italia, que impide la visión completa del Coliseo, y todo el cauce del Tíbet, que ordena Roma a un lado y otro, como una espina dorsal. Disfrutamos de las vistas de 360º, de la perfección de la columnata de Bernini en donde desemboca la vía de la Conziliazione y de  Castel Sant'Ángelo.
El tiempo vuela de nuevo y son casi las cinco de la tarde, así que es el momento de bajar. Y de comer, que nos lo hemos merecido. 


















Decimos adiós al Vaticano al tiempo que anochece, dando una luz especial a la ciudad, y nos dirigimos hacia la Piazza de Spagna, con la escalinata hacia la Iglesia de la Trinitá dei Monti, con otro de los obeliscos egipcios que adornan Roma. A pesar del cansancio acumulado, estas escaleras se nos hacen pocas comparadas con las que venimos de subir. Lo que no esperábamos era encontrarnos con un grupo de nipones con más ganas de fiesta que uno de Pamplona el 6 de julio.























Desde allí nos vamos hasta la Iglesia de San Carlo alle quatre fontane, lugar curioso, aunque de difícil disfrute, por la estrechez del sitio y la presencia de tráfico. Y la plaza Barberini, con la fintaba del Tritón, obra de Bernini, que da nombre al hotel que queda al fondo de la plaza.






Y damos fin a nuestra estancia en Roma regresando a la fontana de Trevi, adonde estamos dispuestos a volver cuantas veces haga falta.




El regreso al hotel requiere de transbordo en el metro, y algunos aprovechan para poner en orden sus recuerdo, algo que necesita concentración.





Y esto es lo que ha dado de sí Roma. Y esto es lo que hemos dado de sí nosotros, que llegamos agotados pero llenos de buenos momentos aquí vividos.

Respecto a mañana, habrá que levantarse un poco pronto para ir a Florencia. A las 07:30 ya en el bus con maletas y todo.

Un fuerte abrazo.


Mª Ángeles y Javier.

6 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias, Marcos. Esa pasarela hacia el Coliseo estará asociada a ti todas las veces que volvamos. Sentimos no habernos acordado de citarte en el texto en su momento.
      Un abrazo de nuestra parte.
      Mª Ángeles y Javier.

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  2. Gracias compañeros, casi he tenido.la sensación de estar delante del Moisés. Seguir disfrutando que aun queda mucha Italia. Un abrazo para todos

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  3. Cada vez que os leemos y vemos las fotos que hacéis a nuestros hijos (por cierto, Javier, no te fías de los italianos?; déjales tu cámara y posad de vez en cuando), vivimos una mezcla de sensaciones: envidia, mucha envidia, y felicidad, mucha felicidad porque somos testigos de que nuestros hijos están viviendo una experiencia inolvidable. Gracias María Ángeles y Javier .

    PD: Para cuándo una excursión de padres?

    Angel y Rosi

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  4. Es un lujo poder leer vuestro dia a dia contado de manera, creo, muy dificil de superar. Disfrutamos con vosotros y casi casi estamos alli.... Ademas revivimos algunos lugares ya casi olvidados. Muchas gracias a Javier y MAngeles. Seguid disfrutando!! Yo tambien me apuntaria a una de padres.....

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