martes, 28 de febrero de 2017

Roma, día 2º

Muy buenas, familia.

El día de hoy ha sido bastante duro, e intenso a partes iguales. Duro, porque ha empezado muy pronto, a las 6:15 de la mañana, e intenso, porque han caído más de 15 kilómetros en nuestras piernas, desde las 7:30 que hemos salido del hotel hasta las 23:40 en que hemos regresado. Unidos a los casi 14 kilómetros de ayer, vamos acumulando cansancio a pasos agigantados. Pero acumulamos más satisfacciones y alegrías. Os vamos contando.

El desayuno no ha estado mal. Para los que han tirado por lo dulce, había de todo. Cruasanes, tostadas, bizcocho, y todos los tipos de bollos que os podáis imaginar. Algunos los han probado casi todos. Y los que han ido también por lo salado, dicen que tampoco estaba mal. Huevos, salchichas, bacon, yogur… No nos suena haber visto fruta, y por lo visto, algunas dicen que la echan de menos. Con todo lo que había en la sección de dulces. Qué le vamos a hacer. Y un momento ya vivido otros años. Como no bebas café al desayuno, el chocolate que te ponen en la máquina es un brebaje extraño que no tiene nada que ver con lo que tomamos en casa. Menos para alguna, que se ha traído suficiente cargamento de sobres monodosis para solucionar la semana. Y alguno se reía de ella cuando lo planteó en clase. Ahora pagaría mucho en el mercado negro por uno de esos sobres.
Además del hambre inmediata, la mayoría dejan también solucionado el problema de que les dé hambre a media mañana, y son lo suficientemente discretos como para que nadie les llame la atención por la distracción de panes.
A las 7:30 de la mañana ya estamos todos (o casi) montados en el autobús para llegarnos hasta el Vaticano, el estado más pequeño del mundo, donde tenemos una de las citas más esperadas de este viaje. El orden nos trastoca un poco los planes, pero vamos a intentar adaptarnos a empezar por la visita  los museos y terminar con la visita panorámica concertada. Tras las indicaciones de Paula, nuestro ángel de la guarda de Travelplan, y el reparto de los receptores de radio para cada uno de nosotros, dejamos el autobús para, adelantando a la riada de gente aguarda pacientemente su turno en una fila que ya dobla la esquina de la muralla, llegar hasta la entrada de los grupos con reserva, junto a la puerta de entrada. Allí encontramos a Nino, nuestro guía local para hoy, quien nos acompaña a cambiar los receptores por los válidos dentro del Vaticano. Sus explicaciones de la Capilla Sixtina en el Patio de la Piña son suficientes y aportan detalles anecdóticos de la vida del genial Miguel Ángel. Desde ahí seguimos por la zona de escultura, y nos paramos ante el Laocoonte, original romano conservado gracias a que desapareció, y eso permitió que no fuese destruida. La fuerza que tiene esta obra es brutal. Para alguno, es la obra maestra de la escultura de todos los tiempos. Aunque hay un tal David que tiene alguna objeción a eso.









Pasamos junto al torso del Belvedere, y lo guardamos en nuestras retinas para compararlo con el cuerpo de Jesucristo en el Juicio Final que nos espera en la Capilla Sixtina, ya que Miguel Ángel se inspiró en este trabajo para su representación. Parece increíble que esto sea piedra, mármol, cuando es moldeada y tallada como si fuera arcilla.



Entre los bustos que jalonan nuestro camino, este año además del bueno de Pericles, gobernante que llevó a Atenas a su máximo esplendor, nos encontramos con Solón, considerado uno de los siete sabios de Grecia, y legislador ateniense que gestó las reformas que convirtieron  su ciudad en lo más parecido a una democracia que podemos encontrar hace 2500 años.




Una escultura original romana en bronce de Hércules, con todos sus atributos: la maza, la piel del león de Nemea y las manzanas del jardín de las Hespérides en su mano nos permiten reconocerle como el hijo de Zeus y la mortal Alcmena. Bañeras y sarcófagos de porfirio, mosaicos, una escultura que conserva el rostro de Cleopatra, aunque en un cuerpo que no es el suyo, nos llevan hasta el final de la sección de escultura que vamos a ver este año. Y entramos en la galería de los tapices donde tan espectaculares como las telas que cubren las paredes con representaciones cartográficas del mundo conocido hasta entonces, encontramos también el trabajo realizado en los techos que, a pesar de estar advertidos, desconfiamos de que todo sea una pintura plana y sin ningún tipo de relieve. Nuestros ojos nos engañan; nos hacen ver cosas que en realidad no son. Aunque nos aseguren lo que son.







Y finalmente desembocamos en la Capilla Sixtina. Lástima que no se puedan hacer fotos, ni siquiera sin flash. Nos lo repiten hasta la saciedad, y un grupo de vigilantes se encarga de que así sea, y nosotros no podemos hacer otra cosa más que soñar con esas fotos que os podamos enseñar, para que disfrutéis como lo hemos hecho nosotros. Así que cerrad los ojos y escuchad nuestra explicación. Es casi como estar viéndolo. 





Esperamos que os hayáis podido hacer una idea aproximada, pero es muy difícil describir esta maravilla solo con palabras. Ya nos sabréis disculpar.

Salimos al exterior, que nos sorprende con un día sensacional para volver a entrar ahora a la Basílica de San Pedro, con sus más de 200 metros de longitud, con su baldaquino equivalente a un edificio de 10 plantas, con sus letras de más de 2 metros de altura. Y todo parece absolutamente proporcionado. Nada destaca sobremanera ni da la sensación de ser demasiado grande. Hasta que intentas aislar cada elemento en sí. Entonces te das cuenta de lo pequeño que eres, de lo insignificante que eres si te intentas comparar con Dios. No hay comparación posible, que diría Santo Tomás. Tan solo podemos establecer una analogía, pero no una comparación.
Pero de todo esto no te das cuenta hasta pasado un rato. El tiempo necesario para asumir que acabas de ver otra obra maestra: la Piedad. De Miguel Ángel, que parece que se le iban cayendo obras maestras según andaba. Una pieza absolutamente perfecta, que llama a la puerta del David y el Laocoonte para preguntar cómo va lo de ser la mejor escultura de toda la historia. Y no saben qué responderle a una madre que no consigue entender qué han hecho con su hijo, al que nunca dejará de ver como un niño ahora muerto en sus brazos por la incomprensión de la gente. La gente. La gente que ha auspiciado las mayores barbaridades de la historia pidió la muerte de alguien que proponía algo tan subversivo y peligroso como que nos tratáramos como si todos fuéramos hermanos. Y hermanos de los que se quieren como solo los hermanos se pueden querer.
Tanto le ha marcado esta obra, que se han encontrado casi sin querer haciendo su propia revisión del arte.









Rendimos visita a san Pedro, en su escultura de bronce, y cada uno aprovecha la ocasión para, desde la devoción sincera, plantearle aquellas cosas que necesitamos que se nos garanticen y que no dependen del todo de nosotros. La salud no la podemos controlar, por eso se lo pedimos a él. Por la nuestra y la de los nuestros. Incluso cambiando el orden.


















Nos da tiempo a ver el trabajo de los guardias suizos, que custodian los accesos a los órganos vitales de este estado y cómo, aunque vestidos conforme al diseño del omnipresente Miguel Ángel, no vas a entrar si el guardia dice que no vas a entrar. Aunque insistas.




Nos marchamos del Vaticano para hacer la visita panorámica en autobús, y teniendo en cuenta la hora y la fila que sobrepasa  las dimensiones de la columnata de Bernini, somos conscientes de que debemos cambiar nuestros planes de la tarde, ya que no vamos a poder volver para acceder a la cúpula. No habrá tiempo para comer, regresar, hacer la fila y entrar antes de las 16:30 en que cierra el acceso. Pero le haremos hueco para mañana. Esto se ha convertido casi en obligatorio.






Nos llegamos hasta la Piazza del Popolo para buscar dónde comer y darle una vuelta a nuestros planes, que se convierten en que desde aquí, pasando junto al Museo del Ara Pacis, que alberga el altar y lo protege de las inclemencias del tiempo, y el mausoleo de Augusto, del que comprobamos que por fin le ha tocado el turno de se restauración para devolverle la importancia que merece el túmulo del primer emperador de Roma, nos dirigiremos otra vez hacia el Panteón de Agripa, para visitarlo por dentro y admirar cómo fueron capaces de resolver el problema que plantea una cúpula de 44 metros de diámetro y todo el peso del hormigón que supone semejante infraestructura. Y el óculo de 9 metros de diámetro. Y las tumbas de los dos primeros reyes de Italia que, bajo la forma actual de república, sigue honrando a sus monarcas. Y al bueno de Rafael Sanzio, del que algún año podremos volver a admirar sus estancias en los Museos Vaticanos tras una restauración que se nos está haciendo demasiado larga. Merecerá la pena, seguro.



















Y desde allí nos vamos al Area Sacra de Torre Argentina, con los restos de algunos de los templos más antiguos de la primitiva Roma, y el recuerdo de la Curia de Pompeyo, donde César encontró la muerte a manos de sus enemigos acérrimos quienes, al menos, no obtuvieron la recompensa del poder como pretendía. Y siguen siendo los gatos los dueños de este lugar, alimentados por la población de Roma, y damos fe de que lo hacen bien. Por lo menos con este.







La Boca de la Verdad se nos resiste nuevamente, y llegamos a ella cuando ya han cumplido 25 minutos de su hora de cierre, tan normal como las 17:50, que es la hora en que cierran casi todos los monumentos importantes y visitables de la ciudad. Ah, que no. En fin, es la tapa de una alcantarilla que ha tenido suerte en su vida y se ha convertido en todo un mito bajo la creeencia de ser garante de la fidelidad de las esposas de los soldados en campaña. La foto la tenemos, aunque no hayamos metido la mano en su boca. Ojo, que estaba cerrado ya, no es que no nos atreviéramos.



Sí podemos admirar los templos de Hércules Vincitor y de Portunus, los templos más antiguos conservados de la historia de Roma, circular y de orden corintio el primero , y jónico, rectangular y próstilo el segundo. Es una zona que ha quedado muy chula tras la restauración, aunque la gravilla que se ha utilizado para el suelo pueda jugarnos alguna mala pasada, que va más allá de reírnos de los resbalones que pega más de uno.














Y cruzamos el Tíber para ir a cenar todos juntos a las trattorías del Trastevere, un barrio con un encanto muy especial, algo bohemio, quizá alternativo, como la mujer comefuego que nos encontramos en la plaza de Santa María del Trastevere, adonde hemos llegado buscando entregar a la imagen de San Antonio nuestras listas de deseos por cumplir, para que también ponga de su parte para conseguir nuestros sueños. Llama la atención los artesonados del techo, los mosaicos del ábside, y las lápidas romanas integradas en la fachada de la iglesia, que dejan muestra de cómo el cristianismo fue incorporándose entre las tradiciones paganas hasta hacerse con el culto dominante.


















  

Y ya no nos queda más que desandar nuestros pasos hasta la entrada del metro de Circo Massimo que nos lleve hasta la estación de EURFermi para coger el autobús que nos deje en nuestro hotel. Las 23:40 cuando lo hacemos. Es difícil sacarle más partido a un día que comenzó tan pronto.
Mañana lo volveremos a intentar, que nos espera el Coliseo, Moisés, la Cúpula del Vaticano, la Plaza de España, y alguna sorpresa más.

Pero eso ya mañana, que ya es dentro de un rato.

Un abrazo,

Mª Ángeles y Javier.