lunes, 6 de marzo de 2017

Milán, día 8º

Muy buenas, familia.

Antes de empezar tenemos que rescatar alguna foto del día de ayer. La hizo Lucía Vicente, que tiene una de las mejores cámara que hemos visto en los últimos tiempos. O la mayor de las intuiciones para captar con su teléfono móvil este momento del atardecer en las terrazas del Duomo. Ni obturaciones, ni saturaciones, ni velocidades de exposición ni nada de nada. La intuición del momento. Nos parecía que merecía la pena volver atrás para que la viésemos.


Todo lo bueno se acaba. Igual que lo malo, puestos a mirarlo así. Pero esto ha sido bueno, muy bueno. Y llega a su fin. Hoy es día de aprovechar la mañana en Milán, comer rápido, recoger maletas y emprender el viaje que nos lleve de vuelta hasta vosotros que, aunque lo nieguen ya van necesitando abrazos y mimos de la familia más directa. Y nosotros también, para qué nos vamos a engañar. Y eso que las muestras de afecto han sido muchas en esta semana, pero ha sido tan intensa que parece que llevamos fuera casi un mes, y hablas de lo sucedido ayer como si hubiera sido hace cinco días. Tal es la cantidad de cosas que hemos visto que parece que hemos estirado las horas a cada día.






Salimos del hotel algo más tarde de lo previsto. La noche ha sido un poco más larga y había que terminar el blog antes de salir, qué le vamos a hacer. Nos lanzamos hacia el metro hacia las 10 de la mañana. Línea morada, dirección San Siro. Tres paradas y nos bajamos en Zara (nada que ver con la tienda de ropa). Menos mal que lo advertimos antes de entrar, y todos sabemos la dirección que hay que buscar, cuántas paradas hay hasta la nuestra y cómo se llama en la que hay que bajarse. Porque montar 28 personas al tiempo puede ser complicado, sobre todo si solo se abra una puerta en el andén. Se quedan cortados tres. Y un profesor, que siempre lo hacemos así. Uno pasa el primero y otro entra el último, por si acaso. No ha sido culpa suya, era imposible que nos diera tiempo a pasar a todos. Al menos la frecuencia es de 5 minutos hasta el siguiente, por lo que la espera es poca. Algo de lo que reírse, porque no ha dado ni para asustarnos, por suerte. Nos reunimos todos por fin en Zara. Cambio a la línea amarilla, dirección San Donato, seis paradas, hasta el Duomo. Esta parada es extraordinaria. Subes las escaleras que te llevan al exterior y te encuentras con esto. No hay quien lo iguale. Nos hacemos la foto de grupo que ayer nos saltamos, y nos vamos a la fila. Hay dos. La de turistas, de pago; y la de los fieles que van a la misa que se oficia en ese momento. Por lo menos hasta el año pasado esta fila permitía pasear por los pasillos laterales, sin molestar ni hacer ruido. Lo único es que no hay que parecer un grupo (que esos son turistas y tienen que ir a la fila de pago), así que dejamos que se intercalen otras personas en la fila, y mal disimulamos que no nos conocemos de nada entre nosotros. Te sientes como Pedro cuando le preguntaron si no era de los discípulos de Jesús, cuando el vigilante nos pregunta si venimos juntos. Nos ha visto hablar durante la espera y ahora le decimos que no nos conocemos. Pero cuela. Es su palabra contra la nuestra, y se han guardado un as. Nos los imaginamos después riéndose. Han modificado los accesos, y ya solo da paso al pasillo de la izquierda y que te lleva hacia otro tipo que te pregunta que si vas a oír misa puedes pasar a los bancos, pero de caminar por la catedral nada. Es justo. Hemos dicho que íbamos a oír misa y es lo que hay. Vemos el vaso medio lleno, y nos dedicamos a eso, a oír misa ya que estamos. Aunque los ojos se nos van a las vidrieras, maravillosas con la luz del sol que les da directamente por la derecha. Cuando hemos entrado llegan por el Credo, así que hay quien ve la oportunidad de ir a comulgar, que no todos los días oyes misa en la catedral. También se nos va la vista hacia el Crucificado que preside el altar suspendido en el aire y una viga casi imperceptible. La sensación de estar sobre nosotros es creíble. Resulta curioso ir identificando cada parte de la celebración y reconocer palabras y expresiones aunque estén en italiano. Otra vez se nos van los ojos hacia San Bartolomé, pero estamos demasiado lejos como para poder apreciarlo bien, y ver la perfección de su talla, con los tendones, músculos y y huesos a la vista después de sufrir el martirio de arrancarle la piel por no renunciar a su fe. Termina la misa y aprovechamos para acercarnos lo más adelante posible, y tratar de guardar estas imágenes en nuestra memoria, aunque sea la del teléfono. Vale, que está mal, que no se podía hacer fotos, pero el que esté libre de pecado…











Cuando salimos es ya mediodía. Nos vamos a las dos y damos por finalizado el viaje en cuanto a visitas y explicaciones.. Dos horas para que apuren las calles y tiendas del centro de Milán, que siempre queda algo por comprar. Nos vemos en el punto de encuentro, dentro de las Galerías de Vittorio Emanuele II, junto al toro. Allí nos hacemos las últimas fotos de grupo de este viaje, y echamos a andar hacia un hotel que está a 15 minutos del centro y así nos ahorramos todos los billetes de metro. Paula nos ha dicho que allí nos recogen con el autobús del grupo y nos llevan al hotel a buscar nuestras maletas. Y de allí al aeropuerto, algo menos de una hora de trayecto. Facturamos relativamente rápido, y nos vamos hacia los controles de acceso, a pasar por los arcos detectores, que en esta ocasión permanecen mudos. En esta semana habremos pasado por lo menos ocho o diez controles como este. Como para pitar a estas alturas.
Otra cosa es que recojamos todo lo que nos quitamos. Y de repente echas en falta el reloj que te han dicho que no te quitaras, pero con los nervios te lo quitas; y en lugar de ponerlo en el fondo de la caja, lo dejas encima del abrigo, y resbala u se cae. Y menos mal que lo vemos nosotros entre los rodillos que deslizan las cajas, que los vigilantes ya no iban a buscar más. Pero habían buscado. En dos filas de escáneres distintas, entre todas las cajas. Todo hay que decirlo; nos escucharon e hicieron su parte.









Y el resto es que el vuelo no ha sido malo. Para algunos ha sido malísimo. Turbulencias, dicen. Probad a coger una caja de cerillas y agitadla un poco. las cerillas no se salen, no se rompen. Pero nosotros no somos cerillas, y los asistentes de vuelo tuvieron trabajo extra con algunos a los que les pareció tan emocionante que llevaron la emoción hasta la lágrima, otros hasta la hiperventilación. Pero también les había que en ese momento su máxima preocupación era la irresoluble del sudoku, o qué puede ser Tribu, cinco letras: ET--A. Y no lo sabían. Como para pensar en las turbulencias.

Nunca sabes cuándo termina la aventura. Las maletas salen antes que nosotros, y las vemos a lo lejos girar en la cinta, así que todo pinta bien, vamos a salir rápido, ya tenemos todas. Empiezan a comer los bocatas italianos de la cena cuando alguien de repente dice: "Me he dejado el abrigo en el avión". A buscar el mostrador de reclamaciones, para ver qué hacemos. Amabilisimos. En serio. Llaman al avión, y en menos de 5 minutos está localizado. Pero hay que esperar a que terminen todos los trabajos que no sabemos que hay detrás de un vuelo para que el personal pueda acercarlo al mostrador. Y ahí sí que pasa tiempo. Casi una hora. Adiós al sueño de llegar relativamente pronto a casa. Pero le puede pasar a cualquiera.

El autobús nos está esperando en la T2. Grande, cómodo; comodísimo. Metemos las maletas y nos vamos. Silencio en menos de 15 minutos. Siesta general. Quedamos despiertos el conductor (obvio) y los del blog. Este viaje ya es historia. Muchas gracias a todos por seguirnos por aquí, por vuestros comentarios, que siempre gustan, y te hacen ver que todo el tiempo que lleva hacer esto merece la pena.
Son ya las 00:15, y estamos a 41 kilómetros de Salamanca, así que ya casi os podemos ver desde aquí. Nos vemos en un rato.

Un abrazo muy fuerte,

Mª Ángeles y Javier.

domingo, 5 de marzo de 2017

Milán, día 7º

Muy buenas, familia.

Hoy el día ha resultado extraño. Hemos pasado horas en el autobús, pero también nos ha dado tiempo a andar más de 14 kilómetros, entre el breve recorrido por Verona pero muy exprimido, y el tiempo pasado en Milán y la subida a las terrazas del Duomo. Nos ha llovido y ha salido el sol. Lo hemos pasado muy bien y en algún momento, no tanto. Empecemos.

Como ya sabíamos, el día vuelve a empezar muy pronto, a las 7:30 ya estamos en el autobús, camino de Verona; aproximadamente 2 horas, que se aprovechan para escribir el blog del día anterior y para poner en orden los recuerdos, que ya sabemos que si no se descansa lo suficiente, el cerebro no es capaz de incorporar bien lo aprendido, y corremos el riesgo de que se nos olvide. Así que algunos, o más bien todos se dedican a ello con entusiasmo.

A las 9:30 bajamos del autobús, para ir rápido a la Piazza Erbe, el antiguo mercado de las hierbas aromáticas y actual mercado de lo de siempre, de turistas. También es el nuevo lugar para empezar la visita a Verona, después del cambio del aparcamiento a un lugar más grande, pero sin duda, bastante más lejos que el anterior. Por eso Paula ha estado buscando un sitio fuera de la norma donde podamos bajarnos rápidamente y que nos evite un paseo de casi 40 minutos entre la ida y la vuelta. Cuando tenemos que ver lo más importante de la ciudad en apenas 1:45 minutos, ese tiempo es oro. Así que nos adelantamos a todo el grupo y corremos por la Vía Mazzini la plaza Bra, donde se encuentra el anfiteatro romano de Verona, conocido como L'Arena. Es uno de los mejor conservados en la actualidad, y se mantiene en perfecto uso, aunque no ya para luchas de gladiadores ni espectáculos con animales, sino para grandes conciertos y óperas, habiendo pasado los más afamados artistas del panorama internacional. Precisamente esta es la causa de que no podamos acceder a la arena propiamente dicha, porque se está instalando un escenario y un graderío sobre la misma, y la ocupa en su totalidad. Aun así, la posibilidad de estar sentado en la cavea como un ciudadano de Roma más, nos transporta hasta la época en que estaba a pleno uso en su función original. Subimos por sus gradas, muy inclinadas, y desde arriba se tiene una perspectiva muy buena del conjunto de la ciudad y de sus múltiples torres, que dan muestra del poderío económico de este lugar desde hace varios siglos. 





















Nos gustaría poder quedarnos mucho más tiempo, pero hay que correr hacia el siguiente destino: la imaginativa casa de Julieta, que perfectamente podría haber sido así si hubiese existido en forma física más allá de la mente de Shakespeare. Pero allá vamos todos, a rendir visita a la mítica Julieta, símbolo del amor romántico, aunque a algunos no nos guste que como muestra de amor haya que quitarse la vida. Como decía el Principito, los ritos son necesarios, y nosotros cumplimos con todos ellos. Bueno, esperemos que con todos no. Pase que escribamos una nota en la entrada y la dejemos allí como símbolo del amor por la persona con la que hemos unido nuestro nombre. Pase que nos fotografiemos con la mano en el pecho duro y frío de Julieta sin haberle pedido permiso a su propietaria. Pero no vamos a tolerar que ninguno de nuestros muchachos deje pegado su chicle en la columna y pared del fondo. Por ahí no pasamos.
















Una visita rápida a las tiendas de recuerdos inventados sobre el tema del amor eterno y nos encaminamos de nuevo hacia la Piazza Erbe para apreciar algunas cosas, como la Domus Mercatorum, un espacio abierto y cubierto, como nos decía Gabriel en Florencia, que servía como mercado durante la época romana. También las fachadas pintadas al fresco con escenas de lo más variado. Igualmente el palacio Maffei de estilo barroco, con la columna de San Marcos delante, para recordarnos que seguimos en la región del Véneto. Y en el lado opuesto, la torre dei Lamberti. En el centro una imagen, la Madonna Veronese, escultura de época romana. Y la tribuna que se conserva aún, en el centro de la plaza, donde tomaba posesión de su cargo el podestá, la máxima autoridad en la ciudad desde el siglo XII.









Nos vamos hacia el autobús saliendo por la porta Borsari, que pertenecía a la entrada de la muralla romana de la ciudad, del siglo II d.C., y cruzamos el Adige para subirnos al autobús y continuar viaje hasta Milán, adonde llegaremos aproximadamente a las dos de la tarde.






Ahora tendremos la compañía de la lluvia, que cae incesantemente en la carretera y a veces con fuerza, y que nos mojará ya en Milán mientras esperamos a que nos abran la cancela para poder entrar a dejar las maletas corriendo y volver al autobús con dirección al centro, ya que nuestro hotel se encuentra en una zona más alejada. Otro detalle más de Paula, que retrasa la comida del resto del grupo para facilitarnos la vida a nosotros. Tras un moderado paseo durante el que deja de llover e incluso llega a salir el sol, nos presentamos en la plaza del Duomo, desde su punto más alejado del propio Duomo, o catedral de Santa Maria Nascente, y las caras de los chavales reflejan la impresión que produce encontrarse al doblar una esquina con esa mole de mármol blanca llena de agujas que apuntan al cielo. Simplemente nos presentamos ante ella, que ya le rendiremos visita después de comer. Entramos en las Galerías Vittorio Emanuel II y buscamos el escudo de Turín entre los mosaicos del suelo, y después de explicar la extraña tradición de buscar la suerte dando tres vueltas sobre el talón clavado en las partes más delicadas del animal, establecemos este mismo punto como lugar de encuentro en cuanto solucionemos la comida. Después nos iremos de terrazas.




Las terrazas tienen primero un susto. No es lo mismo tomarte un café en la plaza Mayor que en el barrio de Pizarrales, con todos mis respetos hacia la Plaza Mayor. Pues aquí pasa lo mismo. No es lo mismo entrar a la Arena de Verona (1 € por cabeza, independientemente del tamaño; y además los profesores no pagan, y eso que uno de ellos es el que tiene mayor tamaño de cabeza de todos) que subir a las terrazas de la catedral de Milán. 12 € por cabeza, y nos descuentan a un profesor. No recordábamos que hubiera sido tanto el año pasado. 324 € en total. Lo bueno de esto es que para lo que nos queda de viaje ya hay que contar que somos uno menos. El fondo. Que se ha ido.
Aun así, es uno de los sitios a los que hay que subir. Ver Milán desde lo alto tiene su aquel, pero sobre todo, lo que hay que hacer es poder ver todo el trabajo que se intuye desde abajo cuando ves un bosque de agujas rematadas por estatuas, comprender que cada pieza colocada en esta obra tiene tallados relieves y figuras, hasta en los sitios más insospechados y donde seguro que sabían que no iba a mirar nadie nunca, hasta ahí hay colocada una estatua con su talla perfecta. Hemos estado alrededor de una hora y casi media allí arriba, y nos habríamos quedado más tiempo. Pero se pone el sol, y nos da un espectáculo maravilloso de contraluces y siluetas recortadas, y nos obliga a bajar. Antes de que nos saquen de allí con un silbato, como recordamos que sucedió hace cuatro años.












































Y por hoy ya es suficiente. La gente ya va con el depósito en la reserva, y es mejor que ahora puedan andar un poco a su aire, curiosear por tiendas en las que hasta mirar nos parece caro, y entrar en otras donde acepten los pocos euros que nos van quedando a cambio de algo que nos recuerde para siempre que una vez estuvimos aquí. Algunos nos animamos a dar un paseo hasta el Castello Sforzesco, que también tiene su encanto, y por la Piazza dei Mercanti, demasiado oscura para nuestro gusto, con una mezcla de estilos difícil de categorizar.






Y hasta aquí ha durado el día, después de recorrer en metro las entrañas de Milán hasta nuestro hotel. Aunque para algunos la noche es joven y se quedan con ganas de más, sin tener en cuenta que al resto del edificio le gustaría dormir y descansar. Así que nos animamos con un grupo y nos quedamos en recepción despiertos hasta las 4:30 de la mañana, en que ya les parece que es una hora prudencial para retirarse. Y así se resiente el blog, que se termina justo después de desayunar, mientras todos ya están esperando en recepción para marcharnos al centro de nuevo. Nos espera el Duomo, para verlo por dentro.

Un fuerte abrazo.


Mª Ángeles y Javier.