martes, 24 de febrero de 2015

Florencia, Día 4º

Muy buenas, familia;

Hoy no le da la gana a internet que os contemos cómo ha sido nuestro día en Florencia; es absolutamente imposible. Conecta y desconecta continuamente, estropeando lo poco que se puede avanzar en 30 segundos que dura. Ni pensar en subir fotos. Y esto lo estamos pudiendo escribir desde la aplicación del teléfono, que hoy apenas hemos podido utilizar ni para mensajearnos con nuestras familias cuando hemos llegado al hotel.

Así que sintiéndolo enormemente, y como dice el refrán que no hay mal que por bien no venga, vamos a aprovechar a dormir casi seis horas, para que sea el doble que las noches anteriores.

Os dejamos una foto de alguien por quien merece la pena venir a Italia, y que nos esperaba con sorpresas este año.

Una pena, porque teníamos cosas muy chulas que contaros. Y fotos que mostraros. Mañana intentaremos ponernos al día: doble ración, si la técnica lo permite.

Un abrazo,


Ana y Javier

domingo, 22 de febrero de 2015

Roma, Día 7º

Muy buenas, familia,
Aquí estamos, esperando en el aeropuerto de Fiumiccino a que salga el vuelo que nos lleve de vuelta a la gente que nos quiere, a la gente que queremos. Y estamos aprovechando cada momento; y la mejor forma de aprovechar la algo más de hora y media que tenemos por delante, es así:




Es lo mejor que se puede hacer para rentabilizar estos ratos perdidos de tránsito. Que es lo que estamos haciendo ahora; escribiendo desde el autobús que nos lleva a Salamanca. Que en el avión hemos optado por cerrar los ojos y volar.

Pero vamos a lo que nos afecta, que es el día de ayer, último día en Roma, último día para sacarle el jugo a esta ciudad.

Empezamos pronto, aunque no tanto como estos días de atrás, ya que sólo dependemos de nosotros mismos, y de la línea de transporte público de Roma. Autobús, 709 hasta EurFermi, línea B hasta Colosseo. Pero se lo hemos hecho esperar. Sales de la estación de metro y te lo encuentras de frente, colosal. Y les decimos que no vamos; todavía. Que vamos a ir a ver una iglesia pequeña que está unas pocas calles más arriba. San Pietro in Vincoli. Que le debemos la visita desde el año pasado, que nos hizo el feo de no esperarnos. Les explicamos que allí hay dos cosas para ver. Las cadenas con las que apresaron a San Pedro la primera vez que lo detuvieron, y de las que le liberó un ángel para luego quedar definitivamente unidas e inseparables. Y una composición escultórica para la tumba de Julio II, donde destaca una figura, Moisés. Enfadado con su pueblo porque no han esperado a que descendiera del Sinaí de recoger las tablas de la ley. Y se los encuentra adorando a un becerro; de oro, sí. Pero un becerro. Así que mira para otro lado, como desentendiéndose de ellos, dejándolos de su lado. Pero Miguel Ángel, siempre él, ha escondido entre su barba y el pelo del lado derecho de su cabeza, la cara de un niño que nunca deja de vigilar a su gente, de cuidar a los suyos, por mucho que se enfade, por mucho que le decepcionemos. No hay nada más que decir. Hay que verlo.

Agradecidos enormemente a una vigilante-guía que tenía más ganas de contar cosas que de reñir a quienes llegan hasta aquí para sentarse en las escaleras que acceden a las reliquias, y que nos explica multitud de detalles, tanto de la escultura como de las pinturas del ábside y de la iglesia. Da gusto encontrar a gente así. Dispuesta a compartir lo que sabe en cuanto nota un poco de interés en los visitantes. Y nosotros lo teníamos.










Ahora sí. Volvemos al Coliseo. Vamos a la fila, que se antoja larga. Le echamos un poquito de arte, y nos adelantamos preguntando por los grupos escolares. Nos indican muy amablemente, al igual que lo hicieron el año pasado, que los grupos deben reservar su visita con antelación, pero que bueno, que pasemos a la taquilla 7 y allí expliquemos nuestro caso. Nos dan las entradas, y la hora de cita para nuestra visita. 12:20. Perfecto, porque nos queda algo más de una hora que vamos a aprovechar por los Foros Imperiales, que están incluidos en la entrada al Coliseo. Jugada redonda. Si no fuera por la fila que hay para entrar en ellos. Seguimos artistas. Nosotros ya tenemos entrada, y somos un grupo escolar, con lista sellada del colegio. Y nos mandan hacer fila donde no hay nadie más que los guardias que inspeccionan meticulosamente las mochilas con los escáneres de mano. Hay una vigilancia muy evidente y abundante en todos los lugares de afluencia masiva. Cosas de los tiempos que corren. No sabes si te tranquiliza o te asusta. Bien, porque hay muchísima policía por todas partes. Mal, porque eso implica que estamos en alerta. Y eso es por algo.

Así que, con cierto aire de superioridad, pero sin cachondeo ni risitas (nos acordamos de cómo se nos fue el tiempo ayer intentando subir a la cúpula del Vaticano, y se nos quitan las ganas de reír), vamos adelantando metros y metros de gente que espera pacientemente su turno hasta llegar a los tornos de entrada, donde, despacio, vamos pasando los quince. No hemos tardado ni 10 minutos desde que tenemos las entradas en nuestras manos en estar dentro. A otros les va a llevar casi una hora.

Es uno de los paseos más agradables y tranquilos que se pueden dar por Roma. Subir la vía Sacra que lleva hasta el arco de Tito, bajar tranquilamente hasta el arco de Septimio Severo, completando la línea casi recta entre los tres arcos de triunfo, con el de Constantino. Imaginar cada piedra, cada columna, completando su edificio, los templos, los mercados, el enlosado de la calzada. El corazón de una ciudad que controlaba y gobernaba todo el mundo conocido.

Roma caput mundi. Anno MMDCCLXVIII ab urbe condita.























Es hora de volver al Coliseo, con el que tenemos una cita. Vale lo mismo que en los Foros. No hay que verlo. Hay que imaginarlo. Perfecto; con toda su fachada recubierta de mármol blanco. Con todas las gradas. Con el tablamento que soportaba la arena. Con el pueblo de Roma abarrotando el graderío, aplaudiendo lo que allí sucedía. Y paseamos por sus corredores y galerías. Y nos dejamos llevar. Hacedlo vosotros también. Es un broche excepcional.















Vamos saliendo sin ser conscientes del tiempo que llevamos dentro. Son las dos, casi. Y a nadie se le ha hecho largo. Hay que rendir visitas a otros lugares, nunca tan magníficos como lo que acabamos de ver; pero que también son imprescindibles. Comenzamos por subir hasta la colina del Esquilino, donde en la segunda mitad del siglo IV un 5 de Agosto nevó. Y una aparición de la Virgen dijo que erigieran allí una iglesia. Y así fue. Santa Maria Maggiore. Santa María la Mayor, la más antigua dedicada a la Virgen María de todo el mundo. Y de la que la monarquía española es protocanóniga desde tiempos de Felipe IV, que asigna una cantidad anual para esta iglesia. De hecho el oro que decora el artesonado es el primero que se trae de América. A ver quién dice que no es un lujo tener a Ana aquí. Bajo el altar se conserva la parte mayor de la Cuna de Belén, que se venera como reliquia, y ante la que hay una estatua de Juan XXIII orando eternamente ante ella.

También hay que ver una de las capillas del lateral derecho la capilla Sforza, diseñada por Miguel Ángel,  donde hay una pila bautismal central, con Juan, el Bautista. Y una ventana de alabastro absolutamente sensacional. Igual que la vidriera que decora el rosetón de la fachada principal. Excelsa Filia Sion.

Cuando salimos para ver su fachada y la escalinata de la parte trasera, que oculta parcialmente los mosaicos de época anterior, nos encontramos con la sorpresa bastante esperada de que ha empezado a llover. Ya no lo dejará en todo el día, no de manera intensa, pero sí bastante constante.













Vamos completando el recorrido antes de comer, a la hora española, que no italiana. Son más de las dos y media. Pasamos por detrás del mercado de Trajano, desde donde hay una vista espectacular de la columna Trajana, que narra la conquista de la Dacia por parte del emperador hispano. Al bueno de él le cambiaron por San Pedro, y quizá gracias a eso se salvó la columna de acabar formando parte de otros edificios. Vaya lo uno por lo otro. Y bajamos por delante del Museo Arqueológico, en cuya puerta está el piadoso Eneas, pius Aeneas, para los que hayan traducido la Eneida que, aunque Rómulo fundara la ciudad, a él era a quien le estaba reservado el fundar una estirpe que diera lugar a un linaje que dominaría el mundo, como le anunció su madre Venus en la noche en que ardió su hogar en Troya. Otra vez pasamos por la Plaza Venecia, y nos despedimos de la Dentadura Postiza, o la Máquina de Escribir, o el Pastel de Boda, como con tanto "cariño" le llaman los romanos al monumento a la unificación de Italia. Vía Corso adelante, torcemos a la izquierda para buscar el último lugar imprescindible antes de comer. Panteón. Esperad. PANTEÓN. Así mejor. De Agripa. Redondo. perfecto, anfipróstilo (doble fila de columnas delante del templo). Reconstruido en época de Adriano a comienzos del siglo II sobre las ruinas que en el 80 d.C. destruyeron el original del 27 d.C. Sirve en la actualidad para dar cobijo a los monumentales enterramientos de los dos primeros reyes de Italia, Víctor Manuel II y Umberto I. Orgullo patrio. Y la de Rafael Sanzio. Quizá así no nos suene mucho. Rafael. Ahora sí.

Tiempo para comer. Las tres son. Citados a las 16:30 para terminar con tres lugares especiales. Tres plazas nos faltan. Que aproveche.












Tenéis que imaginar otra vez; culpadle a la lluvia, que decía la canción. Plaza Navona, antiguo estadio de Domiciano, que justifica su forma tan alargada. Y una fuente que añade su agua al de la lluvia. La fuente de los 4 ríos, de Bernini; con su punto de mala leche hacia su colega Borromini, que construye la iglesia de Santa Agnes in Agone, y del que desconfía de la solidez de su estructura y coloca a una de las figuras asustado ante su posible desmoronamiento. Y así para la eternidad. Buscamos la vía de la Scrofa para pasar junto al Ara Pacis, el altar de la Paz erigido por Augusto para conmemorar esa Pax Romana impuesta por sus legiones, y que tanta prosperidad permitió después. Y a la derecha el Mausoleo de Augusto, demasiado dejado de la mano de los jardineros y los restauradores. Hasta por los servicios de limpieza. Y es Augusto.




Desembocamos en la plaza del Popolo, con sus juegos de simetrías, el final de la vía que cruza Roma de Sur a Norte cuyo límite marca la Puerta Norte de la muralla, símbolo de las reivindicaciones populares en la actualidad, y que tiene por centro otro obelisco egipcio de los 13 que conserva en la actualidad. Hemos visto casi todos. Hay un ambiente agradable, con un guitarrista que pone banda sonora a nuestros pasos, cada vez más cansados. Hasta para de llover un rato.




Ahora bajamos por la vía del Babuino, hasta el último lugar que veremos de Roma. Y no puede tener más simbolismo. Es la plaza de España. La escalera que sube hasta la Iglesia de Trinita del Monti, totalmente andamiada para su conservación. La iglesia, no la escala. Subimos, mientras comienza a llover de nuevo, y admiramos la vista de vía Condotti, con sus tiendas imposibles, y de los tejados de Roma, donde destacan las cúpulas, sobre todo la del Vaticano, que desde aquí se ve perfecta a lo lejos.

Indicamos dónde está la parada de metro, que nos servirá de punto de encuentro a las nueve de la noche para regresar al hotel. Tiempo libre para hacer esos últimos encargos que faltan, y que no pueden faltar.






Y estos han sido nuestros últimos pasos por Roma. Queda ahora un halo de nostalgia, al pensar en que sólo hace una semana estábamos preparando la maleta, dejando sitio para guardar los sueños y recuerdos que almacenaríamos durante estos días. Ahora hay que volver a ordenarlo y guardarlo todo. Que a las 7:15 viene el autobús a buscarnos.

Nos vemos; ya casi os vemos.

Un fuerte abrazo,


Ana y Javier