jueves, 19 de febrero de 2015

Florencia, Día 4º 2ª Parte

Muy buenas, familia;

Qué rabia lo de anoche. El hotel Wall Art de Prato tenía buena pinta, muy buena pinta. Y mala; También mala. Mala, porque está dividido en varios edificios, pero con una sola recepción y un solo salón para el desayuno, lo que implica que una vez vayamos a las habitaciones, ya no hay posibilidad de volver a vernos, salvo que nos mandemos mensajes para avisarnos (que ésa será otra historia), lo que implica que a las 7:30 de la mañana en que está previsto el desayuno hay que bajar con el abrigo puesto; como si salieras a desayunar al bar de al lado en lugar de hacerlo en casa. Y as dobles están en un edificio y las triples en otro. Y nosotros tenemos dos dobles y tres triples. Y dos individuales. Pero Paula, nuestra guía, ya se ha ocupado de eso, como siempre, y les ha hecho modificar las distribuciones para que Ana esté en un bloque y Javier en el otro. Está guay saber que ella se va ocupando de todos esos pequeños detalles que pueden suponer grandes complicaciones, si los chavales estuvieran repartidos en dos bloques y nosotros en otro distinto, como así era.

Y buena. Porque las habitaciones dobles son casi familiares, con un espacio de salón-comedor y una zona de despacho perfecta, como si estuviera pensada para ponerte a escribir por las noches. Y las triples. Que de triples nada. Aproximadamente 70 m2 repartidos en un salón, grande, con dos sofás, grandes también, un baño espacioso y dos habitaciones, una individual y otra doble.

Pero muy mal por la parte que nos afecta. Y eso que cuando entras y buscas wi-fi (que es lo primero que hay que hacer cuando estás fuera de casa) aparecen doce, quince redes dependientes del hotel, libres de acceso. Empiezan a entrar whatsapp’s, pero ya no cargan las fotos de los mismos. Y cuando subes a la habitación, colocas el portátil, vuelcas las fotos de la cámara e intentas abrir el blog, te dice que sí, que muy bien, que esperes un poco, que se lo está pensando. La ruleta de espera se convierte en tu fiel amiga que no te deja nunca, mientras la pantalla sigue tan blanca que parece querer recordarte que el Madrid juega esta noche. Cambias de red, y cuando parece que se está conectando y empieza a cargar la página, se pierde. Así una y otra vez, con todas las redes que aparecen en el listado. Y te acuerdas de Villa Fiorita, y del Ibis Milano Centro, y se te saltan las lágrimas, y las alarmas porque ya tenía que haber bajado a cenar hace casi diez minutos y te están esperando. Qué era de nosotros cuando esto no existía y no teníamos estas necesidades que hacen que ahora guardes un mal recuerdo de un buen sitio porque no tiene wi-fi. Pero falta el desayuno, que contribuye al recuerdo. Al malo.

Pero vamos por orden. El día comienza pronto; a las 8:00 hay que estar en el autobús con las maletas y todo. Así que restemos: media hora para lavarnos los dientes y cerrar maletas; media hora para el desayuno, media hora para la ducha y prepararnos para bajar. A las 6:30 arriba. Lo bueno es que hay tiempo en el bus para dormir hasta que lleguemos a Florencia. Y a ello nos ponemos con ganas, tanto que, de casualidad, ves por la ventana que todo está nevado alrededor, no sólo el paisaje, sino que también hay mucha nieve amontonada en las cunetas, por lo que ya debemos andar cruzando los Apeninos. El sueño es lo más parecido al teletransporte.

El viaje está aderezado por una película a la que Morfeo no nos deja hacerle mucho caso, Casanova, creemos haber oído que era, con el difunto Heath Ledger en el papel del crápula veneciano. La parte animal se impone a la racional y caemos en el instinto, y dormimos. Ni fotos hacemos.

Y llegamos a Florencia; y tenemos primero la visita guiada por la ciudad, en la que nos espera la primera sorpresa. El guía es Gabriel, el mismo del año pasado, que tanto nos gustó. Un tipo apasionado por lo que hace y que te hace llegar y contagiar esa pasión. Aparte de la riqueza y precisión de datos y fechas que aporta. Otro regalo de Paula, que nos oyó hablar de él y ha procurado que fuera él el asignado.

Arrancamos en el Duomo, con sus mármoles  blanco, verde y rojo, como la bandera de Italia, gótico florentino en su máximo esplendor, la cúpula, asombrosa e imponente con sus 55 metros de diámetro exterior. El Battisterio, completamente andamiado y oculto con lonas que imitan su aspecto, pero dejando a la vista las Puertas del Paraíso de Ghiberti que, incluso sabiendo que son una copia exacta del original, son para quedarte allí durante horas admirando la perfección de su cálculo de la profundidad; tan perfecto, que parece hasta sencillo el resultado. Diez paneles que cuentan otros tantos pasajes de la Biblia. El arte como instrucción y educación del pueblo. Y nos falta el Campanile, que rivaliza con la cúpula y el Duomo por atraer la atención del mundo como el elemento más bello del conjunto. Fruto de sus envidias es la dificultad de hacer una foto donde todo aparezca al tiempo.

















Avanzamos, pasando por la plaza de la República y su homenaje al pasado romano que tuvo la ciudad y al que se renunció para construir la actual, y nos dirigimos hacia Ponte Vecchio; pero antes Gabriel se desvía para entrar en la iglesia de Orsanmichele. La antigua Lonja del Grano, y que luego se reutilizó como iglesia decorando sus muros con pinturas, pero manteniendo las grandes argollas para levantar los sacos de cereal. Impresionante el tabernáculo de la Virgen, orientalizante en su factura, y en el lateral una talla de Santa Ana, la Virgen y el Niño, que para alguien es muy especial.








Y ahora sí, pasando por la Lonja del Porccelino, donde cumplimos con la tradición de dejar caer una moneda desde su boca y acariciar su hocico para atraer a la buena suerte, nos vamos hacia Ponte Vecchio. Parece una calle, porque en los laterales tiene dispuestos edificios, pero es un simple puente sobre el Arno. En realidad, un simple puente, no. Quizá lo fuera cuando lo que había en las casas eran carnicerías que arrojaban sus desperdicios al río, pero cuando les obligaron a cerrarlas, permitiendo únicamente emplazarse allí a los artesanos de joyería, todo cambia. Es lo que tiene que los dirigentes de la ciudad tuviesen que pasar por allí todos los días (por un pasaje cubierto) para ir desde su palacio hasta las galerías degli Uffizzi a trabajar. Que les molestaba el olor. Al carnicero, no; al carnicero le encantaba. El olor, digo. Pero el resultado lo admiramos hoy, con el busto de Benvenutto Cellini, en la actualidad encadenado por un montón de candados que simbolizan el Amor que, cada cierto tiempo, los enemigos del Amor se imponen disfrazados de empleados del Ayuntamiento y los cortan. Por eso rompen las parejas; porque quitan sus candados.












Regresamos ahora hacia la Plaza de la Signoria, donde admiramos el Palazzo Vecchio, con su torre apuntando al cielo, simbolizando el poder de Florencia. A sus pies, todo un museo al aire libre, La Logia delle Muse, en la que Perseo parece desafiar a todos con la cabeza de Medusa a demostrar su valor. La sabina está a lo suyo, intentando desasirse de los latinos que la raptan, en la magistral espiral que talló Giambologna, y un centauro sigue tratando de acabar con un lapita, porque saben que no tienen nada que hacer en cuanto el bueno de David decida romper su quietud y lanzar su honda contra el Goliat que representaba a todos los enemigos de Florencia. Hércules mantiene a raya a Caco, aunque quizá lo haga porque quiera demostrar que él también quiere participar en la liza, pero la brusquedad de sus formas hace que todos se acuerden de que le llamaban el Saco de Patatas cuando fue expuesto por primera vez, y con él pague su decepción. Neptuno, rodeado de agua y delfines observa desde lejos el debate, sabiendo que él tampoco puede participar, que le llamaban el Blancón, como si siguiera siendo un gran trozo de mármol con el que no hubieran terminado de trabajar. Además, la expresión de su cara hace que no le tomen en serio; pequeños fallos en la talla, como la falta de expresividad de su rostro, le alejan de ser una obra maestra. Y Cosme I, a caballo, intenta mantener su dignidad de bronce, sabiendo que él podría ser el tercero en esa disputa, pero sólo porque David es una copia del original. Contra ése, contra el original, ni Perseo se atreve.

Gabriel va concluyendo la visita, pero se tiene reservado un gran final. Pasamos ante el palacio de los Barghello, donde dicen que Leonardo pintó la Mona Lisa, con sus enormes sillares almohadillados , y ante la casa natal de Miguel Ángel Buonarrotti, hoy rodeada de andamios, para llegar a la iglesia de Santa Croce. Allí está el cenotafio preparado para cuando los de Rávena quieran devolver el cuerpo de Dante, padre de la lengua italiana, a lo que siempre les responden que se lo hubieran pensado mejor antes de expulsarle de Florencia. Y allí le están esperando otros grandes como Galileo, Rossini, Miguel Ángel… Es una plaza especial, como el recuerdo que nos evoca de personas a las que queremos; mucho. Croche.













Ahí, a los pies de Dante, nos despedimos de Gabriel y del resto del grupo, y empieza nuestra carrera. Tenemos por delante poco más de tres horas para sacarle todo el jugo a Florencia. Pero primero hay que comer. En una hora nos volvemos a ver, para hacer fila en la Academia. Hay que rendir pleitesía al gran David, al original, que nos lo agradece dejándose retratar por primera vez mirándole de frente, no de manera furtiva como hasta ahora. Nos lo confirma una de las vigilantes del museo. Desde hace unos meses, se permite hacer fotografías sin flash a la escultura, y nos sorprende que la razón haya vencido al mercado. Pero lo agradecemos. Es perfecta; por más que la mires, no hay ni un solo defecto en la talla, en la suavidad del pulido, en la precisión de su anatomía, en la forma de sus venas. Si se bajara del pedestal y saliera andando, nadie pensaría que es una escultura, salvo por el tamaño. Y porque es de piedra. Bueno, vale, a lo mejor un poco si que nos chocaría.

Los trabajos sin finalizar de las figuras de los prisioneros para la tumba de Julio II, también de Miguel Ángel muestran que es verdad, que dentro de los bloques enormes de mármol están ellos;  que sólo hay que saber sacarlos. Y parece que luchan por salir de su prisión de piedra.


Salimos de la Academia y enfilamos hacia la iglesia de San Lorenzo, donde vamos a intentar ver la Capilla de los Medici, quienes encargaron a Miguel Ángel la realización de las esculturas de sus tumbas. Patinazo. Sólo abren por la mañana en el horario de invierno, que cambia en marzo. Echamos cuentas, y nos acordamos de por qué estamos en Italia en Carnavales en lugar de la semana previa a Semana Santa, como siempre había sido, y un regusto amargo llega a nuestras gargantas. Porque todo el mundo que vea lo que estamos haciendo, entiende claramente que esto es una actividad totalmente lúdica, y que aquí no se aprende nada, salvo cómo perder tres días de clase.















Nos vamos hacia Ponte Vecchio, con dirección al Palacio Pitti. La diferencia entre el Gótico y el Renacimiento. Dios como referencia y objetivo último de todo lo que se hace, o el ser humano como destinatario de cuanto hay en el mundo. Este año reeditamos el concurso de fotografía, pero cambiamos el premio. No hace temperatura para un helado de chocolate, así que ofrecemos un gofre al que consiga sacar completa en una foto toda la fachada del edificio. Enrique, el vencedor del año pasado, y a quien esperamos para la entrega de premios, tiene una digna sucesora. Sandra, quien con la mayor naturalidad del mundo, nos enseña una foto que ha hecho desde la pared de enfrente del edificio. Comprobamos que con nuestra cámara nos falta casi la mitad de la fachada desde la misma posición, y entonces descubrimos que tiene una cámara con un objetivo de gran angular. Nos ha ganado. En Roma te debemos un gofre.

Y nos vamos acompañando al Arno en su descenso, buscando el siguiente puente para poder hacernos la última foto con la imagen de Ponte Vecchio ya iluminado al fondo, antes de pasar por medio de la Galería degli Uffizzi, mirando hacia el suelo, sintiendo las miradas de las estatuas que jalonan la calle al saber que no vamos a entrar. Necesitamos otro día en Florencia.








Nos reunimos con el grupo en la esquina del Duomo al que echamos un último vistazo, con la nostalgia de a quien le gustaría quedarse mucho más tiempo en Florencia, pero sabiendo que hemos tenido un día que habrá de despertar las ganas de volver a quienes lo han vivido hoy.


Algo menos de una hora de autobús hasta el hotel, del que ya está dicho casi todo. Y a vencer el frío helador que traía el potente viento que soplaba, para buscar una pizzería donde cenar y donde ver cómo el dinero sigue venciendo a la ilusión en algo tan importante como el fútbol.

Y para mañana, un día muy especial, y no sólo porque vayamos a Pisa, Siena, y a dormir a Roma.

Un abrazo,



Ana y Javier.

5 comentarios:

  1. Ayer nos quedamos con las ganas por culpa de la Tecnología pero ya tenemos el relato completo de Florencia que a mí personalmente me impresionó mucho cuando estuve, es preciosa . Feliicidades a la cumpleañera y ahora os queda Roma para finalizar el viaje, pero serán tres días intensos que merecen un relato todavía mejor y eso que es dificil porque es muy completo. Enhorabuena chicos .

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  2. Biennn ya tenemos el relato y las fotos de Florencia. Que preciosidad de ciudad, aunque yo espero con ganas el relato y las fotos de Roma, que tiene que ser una pasada.

    Un tirón de orejas a la cumpleañera, y que sigáis disfrutando como lo estáis haciendo.

    Un Beso para los dos.

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  3. Cada día más interesante el blog. Que cantidad de detalles en el relato y preciosas fotografías para ilustrarlo. La espera ha merecido la pena.

    Gracias por toda la información chicos.

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  4. Disfrutad mucho de este viaje único e inolvidable!!
    Nosotros nos conformamos con leer cada mañana este fantástico blog y recordar nuestras aventuras hace apenas un año .un abrazo

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  5. Disfrutad mucho de este viaje único e inolvidable!!
    Nosotros nos conformamos con leer cada mañana este fantástico blog y recordar nuestras aventuras hace apenas un año .un abrazo

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