domingo, 22 de febrero de 2015

Roma, Día 6º, Parte 2ª

Muy buenas, familia,

Hoy vamos a intentar resumir, que hoy hemos llegado muy, muy tarde al hotel, el día ha sido muy duro, y lo que nos espera por delante, tiene una pinta semejante a la de hoy.

Y es que ya estamos en Roma; la capital del Imperio. Senatus Populusque Romanus. S.P.Q.R. Y alguno de nosotros anda emocionado por reencontrarse con las huellas de lo que fuimos, con las sombras de lo que somos.

Empezamos el día muy pronto; a las 8 ya estamos en el autobús, después de un desayuno importante, con bollería variada, por lo menos de cinco clases distintas (algunos las prueban todas) y también salado. Si te las apañas bien, da hasta para hacerse el bocadillo de media mañana; eso si no te olvidas del relleno y te llevas sólo el pan. Entonces no hay bocadillo. Eso es pan con pan.

Recogemos a nuestra guía para la visita panorámica de Roma y para los Museos Vaticanos. Se llama Pilar, y es una mujer entusiasta y apasionada, que se maneja en un castellano con acentos y modismos extraños, no se sabe muy bien si porque fuera su lengua materna y a la que abandona muy pronto, o por las diferentes influencias que recibiera en su aprendizaje. Deformación profesional, lo de escuchar el castellano y desmenuzarlo en estructuras, analizar sus recursos y giros. Su forma de hablar es muy cercana, nada de tecnicismos apabullantes, pero con los datos precisos y oportunos como para que su relato lo tenga todo: la información suficiente y la tensión en la narración de los hechos.

Vamos recorriendo la ciudad, empezando por la muralla Aurelia, junto a la Pirámide Cestia, a la que nos cuesta reconocer porque le han hecho una limpieza de cutis, y allí donde buscábamos una pirámide de piedra negra, resulta que ahora es blanca, mucho, y todo era suciedad del tráfico. El humo de los coches perjudica seriamente su salud. Y así vamos recorriendo los diferentes periodos históricos de Roma, desde su fudación junto al Tíber en la colina del Palatino el 21 de abril de 753 a. c. por Rómulo, y todos las construcciones de época clásica, como los foros, Circo Massimo, Coliseo, Area Sacra, la columna Trajana, las termas de Caracalla… hasta el Renacimiento y el Barroco de las iglesias más importantes de la ciudad y los palacios que vamos encontrando; incluso algunas edificaciones del periodo de Mussolinni, con su austeridad y falta de ornato. Muy amena, para lo que puede ser una visita de una hora y media en autobús.

La visita panorámica termina al pie de la muralla que rodea el Estado Vaticano, que nos lleva hasta la entrada de los Museos Vaticanos. Después de menos de una hora de fila, ya estamos dentro (otra vez Paula, que ahora nos demuestra que si vas demasiado pronto a la fila, tendrás más tiempo de espera que si vas a las 10). Cambio de radios, reparto de entradas, y vamos siguiendo a Pilar, para pasar al Patio de la Piña, donde se realiza la explicación de los frescos de la Capilla Sixtina, por la imposibilidad de hacerlo dentro.




Y empezamos fuerte, con el grupo del Laooconte, original romano; si nos dicen que esta obra es del Barroco, de Bernini, de Miguel Ángel, nos lo creemos. Lástima que no nos llegara el nombre de semejante monstruo de la escultura, y tan sólo una obra, porque tuvo que ser grandioso. No se puede plasmar mejor el dramatismo de un hombre masacrado por la injusticia, que no sólo se ceba con él, sino con los suyos. Una auténtica obra maestra. Quizá la mejor. O no. Piedad.



Al igual que el Torso Belvedere, en el que vemos el cuerpo de Jesús en el Juicio Final de la Capilla Sixtina que pintará Miguel Ángel muchos siglos después. No podía tener mejor modelo. La obra está en pleno proceso de limpieza, pero los administradores de los Museos han decidido mantenerlo en su ubicación y que los trabajos se desarrollen in situ, en una zona acristalada, donde los dos expertos trabajan ajenos a las miradas y fotografías de todo el mundo que pasa por aquí. Sin duda, un notable acierto.




Rendimos nuestro particular homenaje a Pericles, el hijo de Jantipo, el Ateniense, como reza al pie del busto, el mejor de los gobernantes atenienses, responsable de la remodelación de toda la Acrópolis de Atenas que conocemos hoy. Treinta y tres años consecutivos en un cargo al que se accedía por elección y en el que no se permitía ser reelegido. Y con él se saltan la regla. Treinta y dos veces. O tempora, o mores!


Y el bronce de Hércules recogiendo las manzanas del jardín de las Hespérides, que se salva de ser fundido y reutilizado porque fue el más listo de su clase cuando propusieron jugar al escondite. No se dejó encontrar hasta muchos siglos después, cuando pudiéramos darnos cuenta de que merecía un lugar de privilegio. Es cierto, era hijo de un Zeus y una mortal, y tras realizar los doce trabajos más difíciles a los que se haya podido enfrentar un hombre, los dioses le concedieron la inmortalidad. Literalmente.


Pasamos por las galerías de los tapices, que aunque sea extraño de apreciar para algunos, muestran una maestría en su elaboración sensacional, trabajando las perspectivas, los puntos de fuga de modo que las figuras nos siguen en nuestro trayecto, y los objetos cambian de posición para nuestra mejor contemplación.


Y qué decir de los relieves de los techos de estos pasillos. Que si tuviéramos que apostar, jamás pensaríamos que son totalmente planos, una simple capa de pintura. Perderíamos nuestro dinero.




Y de nuevo lamentamos profundamente que no podamos compartir con vosotros el disfrute de la Capilla Sixtina, meta de nuestros pasos por los Museos; está totalmente prohibido hacer fotos dentro, y además hay suficiente personal repartido en su interior como para cerciorarse de ello. Así que ahora os pedimos otra vez que cerréis los ojos y tratéis de imaginároslo. A la derecha, escenas de la vida de Jesús. A la izquierda, de la vida de Moisés. En el techo, el Génesis, y los profetas y Sibilas que vaticinan la llegada del Salvador. Y en el frente, el Juicio Final, con una figura de Jesús absolutamente sobrecogedora, dispuesto a ajustar las cuentas con cada uno de nosotros: Suum cuique tribuere, que dicen los antiguos. Y en sus paredes también está la vida de Miguel Ángel, que se dejó buena parte de ella aquí. Esperamos que os hagáis una idea. Lástima lo de la ausencia de fotos.








Y desembocamos ya en la entrada de la Basílica de San Pedro, ante su puerta Jubilar, que sólo se abre cada 25 años. Y aunque los ojos se nos van directamente a la derecha, Pilar nos pide que centremos un momento la atención en el frente: lo imponente de la nave que se abre ante nosotros; las dimensiones excepcionales de este templo; el significado que tiene para la fe humana.

Y ahora sí. Nos vamos a la derecha. 23 años tenía Miguel Ángel. Tan joven, que prácticamente todos dudaron de su autoría. Por eso tuvo que poner su nombre en la cinta que cruza el pecho de la Virgen. No volvió a hacer falta. Pilar, la guía en los museos, nos da una explicación tan absolutamente apasionada y emotiva, que a algunos se nos saltan las lágrimas al hacernos pensar en una mujer, no en la madre de Dios, sino una simple mujer que recibe el cuerpo de su hijo, muerto a manos de otros hombres, sino conseguir explicarse por qué. Qué ha hecho de malo mi hijo. Yo tuve un hijo, y me devolvéis esto; humillado, maltratado, golpeado. Muerto. Aunque sólo hubiera sido un hombre. Que no lo es. Un simple gesto de su mano izquierda basta para hacernos entender todo esto. Si alguien no se emociona con esto, o prefiere mirar al suelo, convendría que se lo hiciera mirar. Lo suyo, no el suelo.




Cumplimos con el apóstol, y acariciamos sus pies para pedir las mercedes. Si se piden con verdadera fe, serán concedidas. Ya veremos los resultados.

Y nos presentamos ante el Baldaquino, de Bernini, con sus columnas salomónicas que parecen entretenerse en su camino de ascensión al cielo, pero que nos llevan hacia arriba sin remedio. Protegen y cubren el altar que a su vez protege y cubre la tumba de Pedro, sobre el que Jesús edificó su iglesia, tal y como dicen las letras de casi dos metros que circundan la base de la cúpula.






Y nos detenemos por última vez ante dos elementos de la basílica que merecen atención. La tumba del papa Alejandro, de Bernini también, que refleja cuatro Gracias (Caridad, Justicia, Verdad y Prudencia, según nos dice Pilar) que caracterizaron su figura. Y un puntito de mala leche, cuando en la representación del mundo, hay un clavo que penetra sobre Inglaterra, recordando a Enrique VIII, que la única iglesia que podía ser era la católica y apostólica. Y Romana.

Y un mosaico, diseñado por Rafael, que está el pobre esperando a que terminen la limpieza de sus estancias en los Museos, para poder formar parte otra vez de los recorridos de visitas. Echamos mucho de menos La Escuela de Atenas. Al menos otros ocho años, nos dice Pilar. Es mucho.






Clásica foto de grupo para inmortalizar nuestra presencia aquí. Y tiempo para la comida. Y para las decepciones. A las tres y media estamos en la fila que completa casi toda la columnata de Bernini que abraza la plaza de San Pedro, para tratar de ascender a la cúpula de la cristiandad, pero camina demasiado lenta para nuestro gusto. Comienzan a venirse recuerdos del año pasado, cuando conseguimos subir a las 16:28, dos minutos antes de la hora de cierre. La hora de cierre. A esa hora todavía nos faltan otros 20 minutos para llegar, no ya a las taquillas, sino para pasar el control. Cuando lo cruzamos, corremos hacia la taquilla, pero antes de llegar, un funcionario nos indica que ya está cerrado, que la última subida se permite a las 16:30, y que a las 17:00 se cierra y todos deben bajar. A partir de marzo, el horario se amplía hasta las 18:00. Cosas de viajar en fechas tan tempranas. Es lo que tiene viajar por placer, y no por estudios; que venimos a divertirnos. La decepción es importante. No, importante no. La decepción es total. Una cosa es que no puedas ver un templo, un cuadro. Otra es que no puedas subir a la cúpula más alta de toda la cristiandad. Esto es irrecuperable. Nosotros tenemos tanta decepción como ellos, pero Ana tira de carácter y de tablas y trata de hacer olvidar el palo, planteándolo como el motivo para volver. Creemos que no cuela, pero al menos se abre sitio la luz. 











Y empezamos a repartir las cartas para la nueva jugada, intentando que salgan pronto los ases. Cruzamos la Via de la Conziliacione hacia el Mausoleo de Adriano, que más adelante se convirtió el la fortaleza de los Papas cuando las cosas venían mal dadas. Bajamos por Lungotevere (toda la orilla del Tíber se llama así, igual que la del Arno en Florencia se llama Lungarno) en dirección al Circo Massimo, a ver qué tal lleva los trabajos que el año pasado tenían vallada la zona de las carceres.  Pero primero pasaremos por la zona del primer foro de la incipiente Roma, donde se encuentra la puerta de Jano, la anecdótica Boca de la Verdad, y sobre todo los templos de Portunus y de Hércules, los más antiguos de Roma.

La iglesia de Santa María in Cosmedin, donde se ha colocado la Boca de la Verdad, ha dispuesto unas cintas formando un pasillo y a un tipo uniformado cobrando a quienes quieran pasar a hacer la foto metiendo la mano en una auténtica tapadera del sistema de alcantarillado, por lo que no nos afecta lo más mínimo que tenga un horario de cierre tan extraño como las 17:50. Por mucho que represente la cara de un Sileno. Pero hoy tenemos un problema con el reloj: hemos llegado a las 17:56. Los templos de Hércules y Portunus sí que nos llenan. Son templos pequeños, pero perfectos. Aunque pudieran estar mejor tratados y cuidados.











Y probamos a correr por el circo Massimo, aunque sin cuadrigas, que se extiende ante nosotros como una ondulación del terreno, que permite apreciar y reconstruir mentalmente las gradas en los laterales y la spina separando los dos lados. Hasta 350.000 personas cabían en esta explanada, que nos da una luz muy especial para las fotos. La zona de las carceres sigue en restauración, pero han quitado las lonas, y nos sorprende gratamente toda la cimentación y arquerías que se han encontrado. Buen trabajo.

Y aprovechamos para dar un paseo junto al arco de Constantino y el imponente Coliseo, buscando el golpe de efecto de ver estos  monumentos y los restos de los foros imperiales iluminados y recortados sobre el fondo negro de la noche romana. Un triunfo seguro.









Pasamos ante la estatua de Julio César, en su dignidad de Dictator Perpetuo de Roma y recordado por sus convecinos como el mejor alcalde que han podido tener. Y llegamos hasta Plaza Venezia para admirar el Monumento a la Unificación de Italia, con la estatua de Víctor Manuel II, primer rey de Italia. Monumento que en sus primeros tiempos fue ridiculizado y ninguneado hasta el hartazgo.  Contemplamos desde allí el Palacio Venezia, y recordamos lo que un hombre es capaz de hacer con un país si encuentra el caldo de cultivo necesario para hacer que la desesperación se transforme en una fuerza capaz de cambiarlo todo, aunque se arroje al precipicio en ese cambio suicida. Menos mal que aprendimos la lección. Ya te digo.




Nos quedamos con la escalinata de ascenso a la colina del Capitolio, diseñada por Miguel Ángel Buonarrotti. Y allí nos espera Marco Aurelio, el emperador, el filósofo, a lomos de su caballo, dominando y protegiendo la Colina. Por el lateral izquierdo se abre un mirador que anuncia la copia de la loba nutricia de Rómulo y Remo, que ha quedado como símbolo de la ciudad. Desde aquí arriba, la vista que se nos ofrece de los foros imperiales es brutal, como el arco de Septimio Severo en primer término.







Y lanzamos la traca final, para llevarnos un gran sabor de boca como cierre de un día larguísimo, pero muy marcado por esa decepción que no podemos olvidar. Vamos hacia la Fontana di Trevi, un valor seguro entre los muchachos, y entre nosotros también. El año pasado lanzamos nuestras monedas. y lo que pedimos entonces, se sabe cumplido. Pero parece que hoy tenemos el cupo abierto para los contratiempos: Está vallada, andamiada y medio desmontada, sin agua. Esto podía pasar algún año. Pero ha tenido que pasar este. Vaya tarde llevamos. Otra herida importante para nuestro álbum de recuerdos. Pero Senatus Populusque Romanus no desaprovecha una oportunidad, y ha montado un charquito con una foto del Neptuno detrás para que lancemos nuestras monedas. Suena a cutre, pero a juzgar por el éxito de la medida, entendemos la ilusión que traen los visitantes hasta aquí, como para no cumplir con el rito por el simple hecho de que la fuente no esté. Faltaría más.



Así que, a costa de nuestras maltrechas piernas, hay que buscar un postre adecuado para quitar el amargor de la última adversidad de hoy. Buscamos la plaza Barberini, donde está la fuente del Tritón, obra de Bernini. Vaya genio. Qué dominio de la anatomía humana, y qué plasticidad en la composición. Ahora sí nos podemos ir.


Entramos en el metro que hay en la misma plaza, en la línea A. Barberini, Cavour, Termini. Transbordo a la línea B. Nueve paradas hasta EUR Fermi, que es la décima. A buscar la línea 709 que nos lleve en otros 15 minutos hasta nuestro hotel.

Son las 23:25 cuando entramos en el recinto del hotel, y ese último tramo, desde la verja del hotel hasta nuestras habitaciones, se parece más a un capítulo de The Walking Dead que a un grupo de estudiantes que regresa un viernes por la noche. Intentamos escribir rápido, conciso, preciso, resumido. Pero no nos sale. Ni resumir ni escribir. Hay que hacerle caso al cuerpo y descansar.


Un abrazo muy fuerte,


Ana y Javier

5 comentarios:

  1. Me quedo con esa reflexión de que esas "decepciones" son un motivo para volver.Italia siempre es un sitio para volver y este viaje seguro que es inolvidable para los chicos y una experiencia fantástica .Deseo que tengáis un buen viaje de vuelta .
    Ya tenemos ganas de veros !!!!! Enhorabuena por el trabajo realizado y por el blog Ana y Javier .

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  2. La verdad es que José Luís lo ha expresado fenomenalmente, así que apoyo la moción. Que tengáis buen viaje y a alguno lo debemos de apuntar a un curso de técnicas de estudio, a ver si aprende a resumir. Un abrazo.

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  3. Menos mal. Gracias por no ahorrar ni una palabra. Por devolvernos a Roma a los que hace años que no la vemos. Porque aunque habeis tenido problemas, ahora sabréis por qué hay que volver. El Panteón, el Coliseo, el Foro, el Senado... Volveremos. De Roma no te vas nunca.
    Buen viaje de regreso.

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  4. Tranquilo, que aún nos queda de escribir el día 7º en Roma, que llevamos un día de desajuste entre el blog y la vida real. Te servirá para recordar esos lugares que citas, y alguno más, y así se acrecientan las ganas de volver. Andrea te puede servir de guía; le ha puesto mucho interés a la ciudad. Un abrazo, y nos vemos ya muy pronto.

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  5. Me uno y confirmo las FELICITACIONES y la GRATITUD a Ana y Javier. ¿Relatos resumidos...? ¿Extensos...? El viernes cuando llegaron los chicos de 2º de ESO de la Covatilla, una madre que también tenía en el viaje de Italia a otro hijo, me comentaba: "Esta semana me levanto deseosa de leer el blog de Italia con toda clase de detalles..." ¡Sin palabras! Chicos, ¡feliz regreso! Me alegro mucho que esta experiencia haya sido positiva para todos. ¡¡¡Os esperamos!!! Un abrazo.

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