Muy buenas, familia.
Pues ya hemos vuelto, y eso que este año lo veíamos más difícil que nunca (bueno, esto quizá sea exagerar, que hemos tenido años en que se nos cayó el viaje apenas 20 días antes de irnos, en el tristemente inolvidable marzo de 2020. Todavía duele esa deuda con una promoción que se lo había currado y deseado como pocas…) Pero los jubileos, las crisis cotidianas y particulares, imposibles de encajar en que la economía vaya como un pepino según algunos mientras las cosas (los viajes) alcanzan unos precios inasumibles para el grupo e inalcanzables para el sentido común.
Y así nos encontramos en las vacaciones casi de Semana Santa y nuestro sueño del viaje se nos había escurrido entre los dedos.
Desde dirección no se resignaron a que este grupo no tuviera la oportunidad de disfrutar de una experiencia que todos aquellos que han pasado por ella recuerdan siempre como una de las mejores de su etapa en el colegio. Así que se buscó, rebuscó y finalmente encontró la posibilidad de cambiar el destino y las fechas. De modo que aquí estamos, cerrando el curso 2024-25 ya con el curso 2025-26 empezado, yéndonos de viaje los de 1º de bachillerato cuando ya son alumnos de 2º y, por si fuera poco, transmutando nuestro mítico y tradicional ya viaje a Italia en un maravilloso viaje a Grecia. Hemos cambiado Roma, el imperio que dominó el Mediterráneo y buena parte de Europa, por Atenas, la cuna de la civilización occidental y que configuró los cimientos de toda nuestra cultura, filosofía, política.
Y así, despedimos agosto haciendo maletas y construyendo sueños para recibir a septiembre ya en la biblioteca de Gabriel y Galán subiéndonos a un autobús que nos llevará hasta la Hélade. Puestos a cambiar, hay que cambiar hasta de hora, que nos vamos muy al este de Europa.
Llegamos con mucho tiempo al aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid-Barajas, para que nos dé tiempo a leer su nombre completo, y a facturar las 27 maletas, más ligeras esta vez, que en Atenas nos esperan 34º durante toda la semana y mínimas de 24º; con el frío que hemos pasado en ciudades como Venecia o Milán, y los chaparrones que nos han empapado en Roma y este año vamos a estar empapados, sí; pero en sudor propio. Nos apropiamos de un espacio suficiente junto a la puerta de embarque, tras haber pasado sin excesivas dificultades tanto la facturación (más ágil, que nos habilitaron 3 mostradores para atender en exclusiva a nuestro numeroso grupo) como el control de seguridad, aunque varios tuvieron que sufrir los exámenes aleatorios de drogas o explosivos y otros necesitaron 4 bandejas para poder repartir todos los cacharritos que llevaba en su mochila. Con razón pesaba así.
Unos aprovechan para desayunar, otros para pasear en busca de algún "chollo" en las tiendas del aeropuerto; otros demostraron que son capaces de dormir en cualquier sitio y de cualquier manera, que la vida scout curte mucho y dota de recursos a los chavales. Y otros organizaron un campeonato de globos ante los espacios tan abiertos del aeropuerto y los obstáculos improvisados que representaban los transeúntes. Dónde están los de seguridad cuando se les necesita. Y de dónde han salido los globos a las 6 de la mañana.





Despegamos con algo de retraso, aunque con la promesa del comandante de recuperar ese tiempo gracias al fuerte viento de cola que nos iba a acompañar en nuestra travesía, y con la sorpresa de que nos deseó una feliz estancia en Atenas al grupo del Amor de Dios de Salamanca a través de la megafonía del avión, después de dar las informaciones de rigor a todo el pasaje. Le sorprendió ver pasar a tantos jovencitos en unas fechas tan inusuales para los viajes de estudios, y estuvo preguntando a los primeros que entraron. Hay que tener amigos en todas partes y, si encima es el piloto, mucho mejor.
Y, ya que estábamos junto a la ventanilla, nos animamos a hacer algunas fotos de la costa adriática de Italia, mientras sobrevolábamos la zona de Bari, que para algunos trae la nostalgia de recuerdos prestado, y llegábamos otra vez al continente por Albania y bajando poco a poco en el mapa sobre la ciudad de Volos para ir buscando rodear Atenas y enfilar el aeropuerto internacional Eleftherios Venizelos, en homenaje al que probablemente sea el político griego más importante de la historia reciente de Grecia, desempeñando el cargo de primer ministro hasta en 7 ocasiones. Y hay que matizar los de historia reciente de Grecia, porque Pericles es imposible de igualar.
Para que digan que ya en los aviones ya no te dan nada, fuimos testigos en primera persona de que te ofrecen con la mejor disposición y sin que se lo hubiéramos pedido un vasito de agua, en un vuelo de 4 horas. Damos fe. Con servilleta y todo. Y fresquita, oye.
Estábamos valientes, o demasiado cansados como para pensar en lo que se hace, y nos atrevimos a grabar el aterrizaje, que resultó muy suave a pesar de que a alguno le resultó tan desagradable como siempre.
Y abundando en lo de los falsos mitos de los aviones y su falta de comodidad, la gran mayoría de los nuestros se pasaron el vuelo soñando. Vete tú luego a ponerte a pensar si lo he recogido todo o me dejo algo en el asiento, camuflado entre folletos, instrucciones de evacuación y revistas sobre viajes y lujos. Qué le vamos a hacer. Como se dice, unas veces se gana y otras se aprende.
Autobús hacia Atenas, apenas 45 minutos que un conductor cansado de esperarnos y con mucho trabajo en el día comprime hasta el límite de sus posibilidades y que nos sirve para comprender que el tráfico en Atenas no es cosa menor, o dicho de otra forma, es cosa mayor. Y no nos planteamos ponernos al volante entre tantos vehículos y tan impredecibles en sus trayectorias.
Rápido el registro como huéspedes en el hotel, asistidos por Maro, nuestro enlace de la agencia en Atenas, e igual de rápido es el trámite de cambiar gafas por lentillas, chanclas por zapatillas y algo de ropa limpia, para dirigirnos desde la plaza Omonia, una de las principales de la ciudad y en la que convergen algunas de las avenidas más importantes de Atenas.
Teníamos tanta prevención con el entorno de nuestro hotel, que nos ha acabado pareciendo algo si no infundado, al menos sí algo exagerado. Incluso cuando hemos regresado por la noche, que era nuestro mayor recelo. Todo tranquilo.
Desde Omonia, calle Athinas entera hasta el final y, tras unas ramas de los árboles que pueblan las aceras de esta calle se recorta la silueta de lo que ahora los modernos llaman "skyline de la ciudad", que no es otra cosa que la acrópolis, la colina sagrada ateniense que alberga los templos principales de la ciudad, como el Partenón, consagrado a la doncella (parthenos en griego, virgen) Atenea, que acabará dando nombre a la ciudad y poniéndola bajo su protección. También el Erecteion, consagrado a Posidón, que rivalizó con Atenea por el favor de los atenienses.
Pero no le queremos dedicar más atención, porque el 2º día tendremos la visita guiada a la zona, y no vamos a pisarnos los datos. Aunque se nos vaya continuamente la vista hacia la colina. Tratamos de evitarlo centrándonos en la Sagrada Iglesia de la Virgen María Pantanassa, en sus orígenes pequeño monasterio que da nombre a todo el barrio, que preside en su sencillez.
Le anda cerca la mezquita Tzistarakis, construida en 1759 durante la dominación otomana, y que en la actualidad cobija el Museo de Arte Griego Moderno, con la ventaja de que su perfil más habitual coincide con la visión de la colina de la acrópolis y los restos de la Biblioteca de Adriano, estos ya de época romana.
Un breve tiempo les damos para que traten de comer algo, rápido y ligero, que son más de las 17:00, no hemos comido, pero la cena es a las 20:00 en el hotel. Algunos no se resisten, y se animan con una ensalada griega y un gyros pita de pollo, acompañado con tzatziki, la conocidísima salsa de yogur, pepino rallado, aceite (de oliva, por supuesto, que estamos en Grecia), ajo y algunas hierbas aromáticas.
Nos volvemos a reunir para comenzar nuestro recorrido por Atenas, bordeando la biblioteca de Adriano hasta llegar a la calle del mismo nombre, Adriano, con un encanto sensacional. Tiendas y más tiendas, cada una más bonita y cuidada que la anterior que, aunque esto sea una zona de mercado y de muchísimo paso para los turistas, no significa que caiga en lo hortera o falto de gusto.




Seguimos con nuestro paseo hacia el templo de Zeus Olímpico, aunque no entramos en el recinto arqueológico, que ya son casi las 7 de la tarde y se nos empieza a escapar el tiempo que tenemos para esta primera impresión de la ciudad. Que no entremos no quiere decir que no miremos, y ya nos basta para ser conscientes del tamaño que debía tener el templo en su máximo esplendor, a juzgar por el tamaño de las columnas que se mantienen milagrosamente en pie y su comparación con el tamaño de una persona. Aproximadamente 17 miden las columnas, de orden corintio. de 2,6 metros de diámetro, y con 96 metros de largo por 40 metros de ancho.
El arco de Adriano nos sirve para hacer unas fotos muy solicitadas, con la colina de la acrópolis recortada en el vano de éste.
Buscando nuestro nuevo destino, aprovechamos a pasar junto a la iglesia de San Fotini de Ilisos, pequeñita, con una capilla en el exterior muy llamativa. Es una de las parroquias más antiguas de Atenas.
Y casi sin darnos cuenta, surge ante nosotros, en el lado derecho de la carretera, el estadio Panatenaiko, que acogió los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, en 1896. Todo un símbolo en la ciudad, y para todos los que amamos el deporte y el movimiento olímpico.






Y ya que venimos del estadio, no nos queda más remedio que correr. Tenemos 35 minutos exactos para llegar al hotel a las 20:00, que es la hora en que nos han aceptado la cena, después de negociar duramente con ellos. Pero con un grupo de 27 personas moverse rápido es muy difícil, y más aún con la duración que tienen los semáforos en Atenas, así que nos vamos deteniendo cada poco para volver a reagruparnos una y otra vez. A pesar de todo, conseguimos cumplir el horario y entramos en el hotel apenas pasado un minuto de la hora convenida. El salón para nosotros solos, y la palabra del encargado del comedor de que repondrán todas las veces que sea necesario, que de su mano corre que no pasemos hambre. Carne de pollo guisada, de cerdo, albóndigas, guarniciones múltiples de champiñones, pimiento, patatas fritas, arroz, pasta. Y nuestros chicos ponen a prueba la fiabilidad de la palabra del buen hombre. Y la cumple, desde luego. Al menos 3 veces volvieron a rellenar las bandejas, que los nuestros comen mucho; sin ansia, pero mucho.







La sugerencia de un breve y ligero paseo nocturno por Atenas causa sensación en la tropa. De terror, más concretamente. Y es que nos falta una noche de sueño (a alguna le falta también la noche del viernes, que el compromiso con la fiesta es ineludible), y sólo ante la propuesta de un helado al final del recorrido consigue convencerlos, aunque sin demasiada euforia.
Sin embargo, a la hora convenida estaban todos listos en la recepción del hotel. Otra vez, plaza Omonia hacia calle Athinas, destino Monastiraki. La posibilidad de ver la Acrópolis iluminada sobre el cielo negro de la noche de Atenas es un imán para nuestros pies. Y el helado. Que han puesto dos heladerías de estilo italiano una junto a otra. Ya hay motivo para volver mañana. Y el siguiente, que en la misma plaza de Monastiraki hay otra más muy bien atendida por unos chicos que se defienden bien con el castellano y han atraído a algunas de las nuestras, como en Hamelin, con el apoyo de la música conocida.


Y así sí, podemos irnos ya hacia el hotel, con la certeza de que hemos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance para que este primer contacto con Atenas nos deje la necesidad de conocer mucho más.
Para eso está el día siguiente. Visita guiada a la ciudad, visita a la Acrópolis y al Museo, que servirá a más de uno para volver a extasiarse con el arte clásico griego y para maldecir internamente (o no) al villano de Elgin.
Y con esto os dejamos ya por hoy, que la noche también va avanzado y nos va haciendo falta descansar un buen rato, y cada vez es menos el tiempo que queda disponible.
Un abrazo, familia.
Asun y Javier.