Muy buenas, familia.
Vamos con el cuarto día de nuestro viaje.
La noche ha sido tranquila, afortunadamente, porque nos hacía mucha falta a todos. Y por eso vamos acumulando retraso en el blog: en el momento en que una noche no pudimos escribir, nos toca aprovechar los ratos de autobús, y terminar por la noche en lugar de escribir el del propio día. Y así llevamos el desfase, un día más tarde de lo que toca.
En fin, no vamos a quejarnos, que cada día tiene su afán, y no sirve de nada quejarse.
Tenemos nuestra cita con Irene, nuestra guía para todo este viaje, a la misma hora que ayer. A las 7;50 nos recoge para ir al autobús. Si vamos restando, a las 7:30 tenemos que haber acabado de desayunar para poder subir a lavarnos los dientes, recoger un poco y estar en el punto de encuentro a la hora acordada. 30 minutos para el desayuno, es decir, a las 7:15 como muy tarde en el comedor. Y mínimo otros 30 minutos antes habría que levantarse para estar todos preparados, que con habitaciones de 4 personas y un baño los tiempos hay que ajustarlos bien.. Así que como tarde, a las 6:45 todos arriba ya.
La verdad es que no tenemos queja respecto al cumplimiento de los horarios para las citas por parte de los nuestros. Una vez tan sólo nos ha avisado un grupo porque se iba a retrasar unos minutos, que fueron exactamente cinco. Hay quien por cinco minutos ni avisa de que llega tarde.
Y sólo una vez una habitación se ha quedado dormida cuando dependíamos de coger el autobús, por lo que no podíamos dar más margen. Y desde el hotel no nos pusieron pegas para que cogiéramos cosas del desayuno y llevárselas a la habitación para que al menos tomaran algo, aunque no fuera el desayuno completo y tranquilo de todos los días.
Tenemos dos horas y media de autobús, mas una parada de media hora. En ese tiempo los chicos se entregan al sueño y otros siguen tratando de ponerse al día con el blog, aunque es complicado. Además, la ocasión la pintan calva (que de eso algo sabemos) y con tres pelos en la frente, remataba el refrán, para remarcar que, o la aprovechas justo cuando pasa, o se te escapa y ya no conseguirás atraparla. Y nuestros angelitos quedan atrapados en nuestro carrete.

Llegamos a Delfos, y el paisaje es completamente distinto. Estamos en las faldas del monte Parnaso, de casi de 2500 metros de altura. Incluso hay una estación de esquí. Pero no es eso lo que nos ha traído hasta aquí, sino el mayor santuario del mundo griego, y al que también acudían desde muchísimos otros lugares a rendir culto al dios Apolo y, sobre todo, a solicitar ayuda al oráculo para la toma de las decisiones más importantes, tanto en el ámbito particular como en el público; desde cualquier ciudadano particular hasta el rey para decidir si acometer una guerra o no. Apolo, más listo que todos ellos (para eso es el dios de las ciencias y las artes, de la belleza y la adivinación, de la medicina y de la música) no sólo esquiva la responsabilidad delegando su respuesta en la Pitia o Pitonisa que es la sacerdotisa que será la encargada de interpretar y transmitir el mensaje del dios, sino que además siempre es una respuesta lo suficientemente ambigua como para que si tomabas la decisión correcta, el mérito era de Apolo, pero si te equivocabas después de recibir el oráculo, es que no lo supiste entender tú. Como dicen los modernos es un win-win. Siempre gana la banca. Siempre pierde el hombre.
Y hasta tal punto llega la fama del santuario de Apolo, que ya no es que lleguen de todos los lugares del mundo conocido a plantear sus consultas, sino que cada ciudad tendrá su propio edificio, su "tesoro", donde depositar sus ofrendas y exvotos, pugnando entre sí por sobresalir ante el resto.
Empezamos la visita por el museo, que conserva la mayoría de objetos y obras encontrados en las diferentes campañas de excavaciones. Los primeros restos datan del 800 a.C., quizá algo antes, y ya tenía función como santuario, aunque la gran mayoría tanto de construcciones como de obras encontradas y conservadas corresponden al siglo IV a.C., el periodo de mayor actividad del santuario. En el museo nos encontramos nada más entrar con una esfinge, de la primera mitad del VI a.C., la esfinge de Naxos. Otra de las obras cumbre de la historia del Arte. No es que se encontrara en la isla de Naxos, sino que es una ofrenda de los habitantes de Naxos al santuario. Olé, ahí. Originalmente estaba colocada sobre una columna de capitel jónico, y sumaba un total de 12 metros de altura. El rostro de la esfinge cumple las características de una koré: sonrisa arcaica, peinado rígido, con trenzas, posición hierática. Pero el cuerpo corresponde a un león, alas de pájaro. Posiblemente cumpliría con la función (simbólica, claro) de vigilar el santuario.










Seguimos con la selección de piezas con otros dos kouroi, Cleobis y Bitón. Son también una ofrenda de los habitantes de Argos al santuario, como ejemplo de vida moral y recompensa al esfuerzo. Su historia, como nos cuenta Irene, sería difícil de comprender o asimilar en la actualidad. Una pareja de gemelos, hijos de una sacerdotisa de Hera, acudían a un festival en honor a Hera en otra ciudad y, en un momento dado, los bueyes se cansan de caminar y son ellos mismo quienes, después de desengancharlo de la carreta, los que tiran de ella con buen ritmo los 8 km que faltaban para llegar. Su madre, Cídipe, pidió a la Diosa que les hiciese un reconocimiento a su esfuerzo en forma de regalo y Hera les hizo el mayor regalo que se les podía ofrecer a los hombres: les sumió en un sueño eterno. Vamos, que los mató. Extraña recompensa parece pero, tal y como se decía entonces: ον οι θεοί φιλούσαν αποθνήσκει νέος. A quien los dioses aman muere joven. El mayor regalo que podían hacerte era hacerte inmortal; porque cuando te mueres un vez, ya no te vuelves a morir. Y no era visto por ellos como un castigo, sino como un premio. Maneras de entender las cosas.
En cuanto a las piezas en sí, del 600 a.C. Ejemplos de escultura arcaica, aunque con alguna leve, sutil diferencia. No es una obra jonia, sino de la Argólide, y se nota en cosas como la musculatura un poquito más exagerada, el pecho más hinchado, el ángulo inguinal más marcado. Lo demás se corresponde con lo habitual. Rostro con poca expresividad, ojos almendrados, pómulos marcados, cabello geométrico, brazos pegados al cuerpo, pie izquierdo un poquito más adelantado que el derecho, musculatura poco definida, ángulo inguinal muy pronunciado.
















El ónfalo es una pieza destacada. Aparentemente, no parece gran cosa; un bloque más o menos cilíndrico, ovalado en su parte superior, con un tallado como de un cordón entrecruzándose por todo él. Su importancia viene porque su significado en castellano es “ombligo”. Zeus, dios padre de todos los dioses y hombres, buscando cuál era el centro del mundo decidió enviar dos águilas en direcciones opuestas, ,y se fueron a encontrar en Delfos junto a una gruta que debía tener forma de útero, y allí se colocó esta piedra como símbolo del centro de la Tierra. En esa gruta es donde la Pitia, la sacerdotisa de Apolo recibía la inspiración de Apolo para emitir el oráculo y realizar sus adivinaciones. Hay quien dice que la inspiración le venía de las emanaciones sulfúricas que procedían de la gruta, pero esto no está confirmado.







Las danzantes también es otra de las obras más conocidas de este museo. Data del siglo IV a.C., como ofrenda votiva de los atenienses. Debía medir toda la columna unos 13 metros, aunque en la acutalida se nos ha quedado en unos exiguos 3,5, al quedar únicamente el remate superior de esta columna. Presenta la novedad de que no está hecha teniendo un único punto de vista, sino que se puede contemplar desde varios, con una estructura circular. No se parecen, pero a alguno le ha recordado al rapto de las Sabinas, de Giambologna, que está en la Logia de las Musas, en la plaza de la Signoria en Florencia. Aunque esa, más que circular, es una espiral, con lo que logra una mayor sensación de movimiento. Muy posiblemente sea una especie de soporte, y entre las tres cabezas se encontraba una réplica del ónfalo.




Y llegamos a una de las obras cumbre de la escultura de todos los tiempos. El Auriga, de las pocas esculturas en bronce que se han conservado. De principios de siglo V a.C. Por eso está en el momento de transición entre el estilo arcaico y la periodo clásico. Formaba parte de un conjunto en el que iba sobre el carro tirado por dos caballos. Todo esto está perdido, y sólo nos ha llegado el piloto (auriga), y parte de las riendas que sujeta con la mano derecha. Normal, porque la izquierda está perdida.
Es extraordinario el trabajo que muestra esta estatua. La expresión del rostro, los pliegues de la ropa y, sobre todo, la mirada. Los ojos, que son incrustaciones de piedras de colores, muestran una profundidad y severidad sobrecogedoras. Los labios son de cobre, para darle mayor intensidad en el color. Y la diadema es de plata. Es para quedarse en esa sala y tardar mucho en salir.
Y la cabeza de este Heracles que, puestos a remitirnos a otras esculturas, a alguno nos recuerda al Hércules del grupo de Hércules y Caco, también de la plaza de la Signoria de Florencia.
Salimos del museo y nos dirigimos hacia el santuario, ascendiendo por la ladera de la montaña, por la vía Sagrada, pasando en primer lugar ante el Tesoro de los Atenienses (insistimos en lo de Tesoro no como conjunto de cosas, sino como el edificio que las alberga). Se agradece el hecho de estar a más altura, ya que la temperatura es mucho más soportable. Si no, entre el calor, y las duros repechos que hay para llegar hasta el final, hasta el estadio, igual teníamos bajas.
También encontramos en nuestro camino otro “ónfalo”, de época anterior al conservado en el museo, y éste sin ningún tipo de grabado, relieve o trabajo apreciable en él, mas que la propia talla. Por eso lo mantienen a la intemperie.
Llegamos al lugar más importante de todos, el templo de Apolo, el dios al que está consagrado el santuario, que liberó a la región el peligro de la serpiente Pitón y en cuyo honor y como agradecimiento, los habitantes construyeron todo este complejo. A cambio, el dios les regaló el don de la profecía. Por eso se convierte en un centro mundial de peregrinación.
Se conserva y oda la planta del edificio, sobreelevado y protegido con un muro para evitar deslizamientos del terreno (esta región está en medio de dos fallas y ha sufrido varios terremotos en la historia), y apenas 6 columnas de orden dórico, una de ellas completa.
Nuestro siguiente destino es el teatro. Como decía Rubén, esto es como, después de haber estado en el Bernabéu, ir al campo del Reina Sofía, en Salamanca, comparándolo con el teatro de Epidauro que habíamos visto dos días antes. Si se trataba de aprovechar la ladera de una colina para construir un teatro, aquí no lo podían tener más fácil.
Y si desde el teatro la vista que se tiene del templo de Apolo ayuda a entenderlo mucho mejor, lo mismo sucede al ascender por el camino por encima del teatro, viendo éste, el templo y todo el valle entre las montañas.





Llegamos ya al último punto de nuestro itinerario. El estadio. Hoy todos tenemos presentes los Juegos Olímpicos, en conmemoración de los que se desarrollaban en la ciudad de Olimpia en la antigüedad, pero eran cuatro los lugares donde se celebraban competiciones atléticas con la recompensa de la gloria, gracias a los poetas que cantarán sus hazañas en los epinicios (epí niké: sobre la victoria). Los olímpicos, en Olimpia; los Píticos, en Delfos, con ese nombre por la Pitia o Pitonisa que realizaba la adivinación; los Ístmicos, en Corinto, por el istmo que une la península del Peloponeso con la Balcánica; y los Nemeos, en la ciudad de Nemea, conocida por ser la sede de uno de los trabajos de Heracles, en el que debía acabar con un león que asolaba la región, estrangulándolo por detrás con sus fuertes brazos. Por si no sabíais por qué se llama “mataleón” a esa técnica de las artes marciales.






Y la física siempre se cumple, y todo lo que sube, baja. Apenas tardamos 20 minutos en llegar hasta el punto de encuentro establecido con Irene. Hemos subido despacio, parándonos a ver cada cosa, y no hemos sido conscientes de todo el camino que hemos hecho. Y, por si cambia la perspectiva, hacemos más fotos, que siempre serán distintas (“no puedes bañarte dos veces en el mismo río. Ni el río ni tú sois los mismos que antes” dijo Heráclito).














La comida nos espera en la Taberna Ónfalos, para qué nos vamos a matar pensando un nombre para el negocio. Allí nos tienen reservadas varias mesas para nuestro grupo. Lo que quieras, pero a la brasa, hamburguesa, filete, souvlaki (a modo de pincho moruno o brocheta) de pollo o de cerdo… hasta el queso te lo pasan por la parrilla. Bastante digno el sitio y, aunque está lleno y es enorme, la atención es bastante ágil. En el postre no teníamos claro si era yogur con miel o miel con yogur, que creemos que estaban al 50%. Aun así, todavía admitía un poco más de miel, siempre.







En la salida, situaciones de estas extrañas. Otro grupo de jóvenes, italianos, que vete tú a saber por qué, andaban ondeando una bandera de España. Sólo con eso, ya se tenían ganados a los nuestros que, de manera inmediata, empezaron con la confraternización y el intercambio lingüístico y de cuentas de Instagram. Cánticos futboleros, rivalidades sanas, risas, tonteos… construir Europa lo llaman los políticos; socialización los sociólogos. Ritos de apareamiento lo llaman los biólogos.
De nuevo en el autobús, con las hormonas calmadas y la patria engrandecida, volvemos a lo de siempre, a los clásicos. Unos de nuevo se entregan a lo que más les gusta hacer en estos casos de autobús. Dormir. Y otros a lo de siempre también, a tratar de vencer al sueño para intentar poner al día el blog. Ya os lo avisamos: no siempre se gana. Adivinad quién perdió. Y lo peor es que ni una cosa ni otra; no estás lúcido para escribir demasiado, se te desordenan las fotos, pero tampoco te duermes porque tienes mucho que hacer…
Llegamos a Atenas y Panos, nuestro conductor en las excursiones nos vuelve a hacer el favor de dejarnos en el sitio que mejor nos venga, y le pedimos que nos deje un poquito más adelante de la plaza Syntagma (no sé si dijimos que en castellano es la plaza de la Constitución). Nos vamos a acercar a ver los tres edificios e instituciones más importantes de la Grecia actual: la Academia, la Universidad y la Biblioteca Nacional.
Aunque primero nos encontramos con la basílica de San Dionisio Areopagita, catedral católica de Atenas, donde se celebró la boda de los reyes Juan Carlos I y Sofía, por ejemplo. Os recordamos que Grecia mayoritariamente pertenece a la Iglesia Ortodoxa de Grecia.
La Academia es la institución de investigación más importante de Grecia, y depende del ministerio de Educación, dividida su función en tres ámbitos: Ciencias Naturales, Letras y Arte, y Ciencias Morales y Políticas. Hereda el nombre de la Academia de Platón, pero eso no significa que esté en el mismo sitio que aquélla. Aunque no debía de estar muy lejos.
Los edificios de las tres instituciones están vinculados entre sí desde su planteamiento, pues se piensan como una especie de trilogía de la arquitectura moderna griega. Se empieza a construir en 1859 y se termina en 1885. Es un edificio neoclásico puro, con tejado a dos aguas, frontón decorado con esculturas, y columnas de orden jónico en la fachada principal. Igual que un templo del siglo V a.C. pero 2.400 años después. Si eso nos pareciera poco, un poco por delante del edificio, y más abierto hacia sus laterales hay dos columnas prácticamente del mismo tamaño que el vértice superior del frontón, pero al ser rematadas por sendas estatuas, resultan más altas en su conjunto. A la izquierda Atenea, protectora de la ciudad, diosa de la guerra en su aspecto táctico y, principalmente, diosa de la Sabiduría. A la derecha, Apolo, dios de las Artes, de la belleza, del equilibrio, de la medicina, de la adivinación. Así que nadie mejor que ellos para proteger esta institución.
Si nos sigue pareciendo poco, un poco más adelante, pero bastante más abajo, y más cerca el uno del otro, están las estatuas sedentes de Platón, a la izquierda, y su maestro Sócrates a la derecha. Así, tanto dioses como mortales protegen la Academia. El mejor de todos los hombres, según Platón, y el hombre más sabio del mundo, tal y como lo dijo el oráculo de Delfos. Dicen que jamás escribió nada, en perfecta coherencia con la famosa frase que se le atribuye: "sólo sé que no sé nada"". Por lo tanto, si no sabe nada, tampoco va a escribir nada, porque no tiene conocimientos que transmitir. Va a recorrer Grecia buscando a aquellos que presumen de ser sabios y tienen esa fama, para tratar de aprender de ellos, y así se dará cuenta de que es realmente más sabio que ellos. Ellos creen saber sobre algo, pero siempre es mucho más lo que se ignora. Así que presumir de ser sabio es mostrarte como un ignorante, y peligroso, encima, porque no conoces tus carencias.


















Los otros dos edificios son los pertenecientes a la Universidad y a la Biblioteca Nacional, en el mismo estilo neoclásico, aunque el que nos ha impactado a nosotros es el de la Academia; tanto que no dejamos de mirar a la diosa, que domina sobre el resto de edificios y se recorta su silueta blanca en el azul del cielo ateniense. Los mismos colores de la bandera de Grecia. El blanco de la espuma del mar y el azul del cielo. El blanco de las nubes y el azul del mar.
Aunque la escalinata para acceder a la Biblioteca realmente nos ha dado juego para unas cuantas fotos.
Y desde ahí regresamos andando tranquilamente hasta el hotel. Aproximadamente 750 metros, 10 minutos de trote cochinero y paradas para reagruparnos tras los semáforos traicioneros, que pasan del verde al rojo sin dejarle un hueco a la luz intermitente. Y como no sabes cuánto dura, tienes la sensación de jugártela para cruzar. Si ya cuesta que respeten el paso en verde para peatones, imaginad cuando se pone rojo. Pero a todo te acostumbras, y al segundo día ya cruzábamos con total y absoluta confianza: la regla es: No dudes.
La cena es contundente, como todos los días. Carne, normalmente de pollo o pavo, muy especiada. Verduras como guarnición, cocinadas, también bien de especias. Arroz, algo de pasta y patatas fritas, siempre. Menos las patatas fritas, todo lo demás lleva especias. Varias. Y en cantidad. Y en la barra de la derecha dicen que hay muchas cosas para prepararte una ensalada. Y la mítica salsa tzatziki, con yogur, pepino, aceite, menta, ajo, limón y pimienta negra. Lástima que no nos hayamos fijado. A ver si mañana. Hemos saludado a nuestras amigas las naranjas, que siguen ahí esperando a que alguien se equivoque. Y han aumentado la cantidad y variedad de las manzanas, que a alguno le están gustando. Un puntito de acidez, pero no demasiado.
Cómo habrá sido la cena, que hoy hemos declarado desierto el concurso de cata de helados. Paseo nocturno por la calle Athinas, que ya tiene nuestras pisadas bien grabadas, hasta la plaza de Monastiraki, y en poco más de una hora nos volvemos a ver para regresar otra vez al hotel, que mañana será un día distinto. Para empezar, la excursión será por la tarde. Hemos quedado con Irene a las 15:00 en el hotel.
Así que mañana os lo contamos.
Un abrazo, familia.
Asun y Javier.
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