Muy buenas, familia.
Vamos con el tercer día de nuestro viaje.
Comenzamos pronto, quizá demasiado, porque hay veces que cuesta conciliar el sueño. En esos casos, lo mejor es tratar de relajarse para dejar que el sueño te atrape. Ahora, si te empeñas en correr para que no te atrape, lo más normal es que no te duermas. Así que algunos decidimos que, como orientación laboral para el futuro, íbamos a pasar la noche viendo cómo se desarrolla el trabajo de recepcionista del turno de noche, y cómo su tarea es mucho más entretenida de lo que podría parecer a simple vista. Mucho trajín de huéspedes que llegan a partir de las 2 de la mañana, gente que entra a preguntar vete tú a saber qué, porque no entendemos lo que dicen, que si te llaman de una habitación porque no pueden dormir porque alguien pone la música alta y están hablando muy alto, que como vuelven a llamar para quejarse de lo mismo te toca subir a ver qué pasa, que te toca avisar al responsable de ese grupo para ver si se puede hacer algo… En fin; como todos los trabajos, una es la percepción que tenemos desde fuera, y otra es la que se tiene cuando se acompaña durante una jornada entera. Shadowing, le llaman los modernos al "tú pégate a este y aprende cómo se hacen las cosas, que éste es el que sabe".
Le agradecemos su tiempo al empleado de recepción (lo de que no lleven una plaquita con su nombre hace que no le podamos citar oportunamente), y nos preparamos para el desayuno, que ya son las 7 de la mañana, y era la hora marcada para estar ya en el comedor.
El desayuno es bueno; huevos fritos, revueltos, bacon, jamón cocido, hojaldres de espinacas (hay que tener valor para poner esto junto a la comida), salchichas; croissants (a alguno nos parecen pequeños) pain au chocolat (pequeños también), bizcochos marmolados, sin marmolar, surtido de galletas, hojaldres rellenos de mermelada (pequeños, quizá), diferentes tipos de panes, mermeladas, miel (pequeña también la fuente de la miel), algo parecido a la nocilla que no tiene mala pinta, pero no se puede probar de todo, cereales variados; fruta (nuestras amigas las naranjas siguen ahí, y lo que les queda; sandía, manzana, piña en su jugo); zumos (o algo parecido) varios, leche fría, cafés al gusto, y algo en nada parecido al ColaCao, al que le dimos media oportunidad y nos arrepentimos casi antes de que se disolviera. En definitiva, más que suficiente para empezar el día con fuerza, que lo que nos espera hoy nos necesita a tope.
La cita con Irene es a las 7:50, y cumplimos fielmente el horario. Les hemos dicho que estén ya abajo en recepción a las 7:45, ya con todos los negocios resueltos, que salimos hacia Corinto, hacia el istmo que une la península del Peloponeso con la Grecia continental, si se la puede llamar así, ya que es en sí otra península, la balcánica. La longitud del canal es de 6,3 km que separan el Egeo del mar Jónico, con 21 metros de anchura y 8 de profundidad, lo que hace que los grandes barcos actuales no puedan utilizarlo, que en 1881 en que se empezó a construir y 1893 en que se inauguró no se pensó en los mastodontes que ahora surcan nuestros mares (siempre nos ha gustado esa expresión, qué le vamos a hacer). Aun así, son más de 11.000 barcos al año los que cruzan de un mar a otro, ahorrándose en 6,3 km los más de 400 km que supondría bordear todo el Peloponeso. No en vano la apertura de este canal se empezó a plantear seriamente ya en el siglo VII a.C., pero ni la ciencia ni la técnica lo permitieron hasta muy a finales del siglo XX.














Una visita de alrededor de 30 minutos, que tampoco se necesita más (bastante hemos hecho con conseguir cruzarlo y asomarnos un poco). Algunos, aprensivos, consideraban que el salto de 80 metros en su punto más alto era motivo más que suficiente para tomar todas las precauciones, y otros se planteaban la opción de saltar atados a una cuerda. Puenting, lo llaman los modernos a lo que toda la vida se le ha dicho jugarse la vida sin necesidad.
Regresamos al autobús y vamos a aprovechar a escribir el blog que, anoche, con lo de la orientación laboral y demás, apenas nos quedó tiempo. Algunos aprovechan también para recuperar el cuerpo y darle el descanso que necesita, y se entregan a los brazos de Morfeo. Quizá un día de estos haya una publicación de Angelitos; nunca se sabe.
Por cierto; lo de conducir en Grecia es una cuestión aparte. Ya tenemos asumido que el tráfico en Atenas es "complicado", y que las señales no son normativas, sino orientativas, y que la consigna para manejarse tanto como conductor como peatón es "no dudes"; si dudas, pasa el otro. Si cruzas, pasas. Si esperas, sigues esperando hasta que dejes de dudar.
Pues en carretera es parecido; si crees que hay hueco, adelanta. Las líneas son sólo para marcar los carriles, pero una doble línea continua en el centro, que para nosotros es el equivalente a una mediana que no puedes invadir nunca, aquí es orientativa. Avisas con unas ráfagas de luces, uno se abre al arcén, el de enfrente también, y tú pasas por el medio, sobre las dos líneas continuas. Olé.
Ponemos rumbo a Epidauro, en la región de la Argólida, para ver el teatro mejor conservado de toda Grecia; apenas presenta zonas que no sean las originales, teniendo en cuenta que se comenzó a construir en el año 330 a.C., para compementar el santuario del dios Asclepio, dios de la medicina. Siempre, el teatro ligado al culto religioso en sus orígenes. No es ir a ver un espectáculo, como en la actualidad. Es participar en un rito religioso, donde el espectador tiene que extraer el aprendizaje moral; la soberbia (hybris) de los humanos frente al poder de los dioses y cómo ésta es castigada por ellos. Y tras esto, la purificación (katharsis), que es el fin del teatro, que el hombre se libere de su soberbia a través del ejemplo en otros.
Ya sabéis que los griegos no dominaban la técnica de la bóveda, por lo que levantar un edificio como esté en una superficie plana era prácticamente imposible para ellos. Por eso siempre elegían la falda de una colina para los teatros; era más fácil excavar y construir el graderío que acumular material hasta rellenar esa altura. O como se decía antes, no trabajar a lo tonto.



Tras la primera explicación de Irene a la sombra de los pinos (os aseguramos que no cantó), nos pide que nos situemos en la parte alta de la grada (¿sabíais que el pasillo que divide la grada en dos niveles se llama diazoma?), para que podamos comprobar la acústica perfecta que tiene este recinto. En total son 52 filas de gradas, divididas en sectores, 12 en la grada inferior y 22 el nivel superior. Y hasta arriba que nos subimos, porque nos lo había pedido y porque era el único lugar con sombra, que, aunque eran apenas las 11 de la mañana, apretaba el sol con bastante fuerza ya. Un poquito de información sobre las características del teatro griego, como que la parte circular en el centro se llama orchestra, pero que ahí no hay músicos ni actores, sino danzantes (en los orígenes unos 20 aunque podían llegar a ser 50, en el periodo clásico entre 6 y 12); que los actores empieza siendo uno solo (protagonistes, primer participante), luego sale otro personaje del coro (deuteragonistes, segundo participante) con el que entra en conversación el anterior, y hasta un tercero (tritagonistes, tercer participante). La escena (skené) era la pared del fondo, normalmente fachada de 3 casas, con sus correspondientes puertas, la principal en el centro y las dos en los laterales, y los actores (agonistes, no el coro) estaban en una parte elevada delante de ese fondo (pro-skené, proscenio). Las salidas por los laterales siempre eran igual, y así todos sabían que si el personaje se iba por un lado se iba hacia el centro de la ciudad, y si lo hacía por el lado opuesto se iba de la ciudad, hacia el puerto en las ciudades que lo había.
Este teatro de Epidauro llegó a tener una capacidad de 14.000 espectadores y ha estado desaparecido hasta principios del siglo XIX, momento en que se descubrió su ubicación y se procedió con las excavaciones, comenzando en 1881 ya de forma sistemática.
Vuelta de nuevo al autobús, que nos espera otro paseo hasta nuestro último destino del día, Micenas. La patria de Atreo, de Agamenón (su hijo y quizá el rey más conocido de Micenas) de su esposa Clitemnestra y de los hijos, Orestes, Electra e Ifigenia, que son la base de algunas de las obras maestras del teatro griego. La ciudad más poderosa hasta finales del siglo XV a.C.
Tendremos dos lugares para la visita. En primer lugar, el tesoro de Atreo, al principio llamado erróneamente la tumba de Agamenón, porque así lo creyó Heinrich Schliemann, a quien debemos el hallazgo de los yacimientos históricos de Micenas y, sobre todo y principalmente, de Troya, utilizando la Ilíada como si fuera un mapa y no solamente la epopeya más grande jamás escrita. Él fue el que confió en que esas historias no salieron de la cabeza de Homero, sino que realmente ocurrieron y tenían escenarios reales. Y así, libro, pico y pala, se plantó en la costa de Turquía, cerca de la colina de Hisarlik (ya es una pista que signifique lugar de la fortaleza) y comenzó unas excavaciones que acabaron con el hallazgo de una ciudadela que fue pasada a cuchillo y fuego. Blanco y en botella: Troya. Y así, fortalecido por este éxito, emprendió la misma búsqueda de la antigua Micenas, descubriendo en primer lugar lo que él llamó la tumba de Agamenón, por el nivel de riqueza que apareció en tholos, o tumba abovedada (aunque sabemos que es una falsa bóveda, son hileras de sillares que van “volando”, sobresaliendo uno poco sobre la anterior, y acercándose así hasta que se cierra el centro), con un gran pasillo de acceso de 36 metros y una cámara mortuoria real a la que se accede desde esa sala mayor. Solamente la piedra que forma el dintel pesa 120 toneladas (que sí, que está bien escrito, 8 metros de longitud, 5 de anchura y poco más de un metro de altura: 120.000 kg de peso), y no se parte porque las fuerzas que convergen en ella se reparten hacia los laterales gracias al triángulo de descarga que está vacío sobre el dintel. Y aquí nos volvemos a encontrar a Elgin, que se aprovecha de la dominación turca para robar de nuevo, en este caso una parte de ese dintel y buena parte de las columnas y arquitrabe que decoraba la puerta de acceso. Sólo espero que el dinero que obtuviera por ello se lo gastara en boticas, como decía mi abuela.
Pero lo que le da el auténtico nombre de “tesoro” son los 14 kg de oro que se encuentran en el ajuar funerario que acompaña el enterramiento. Coraza, casco, armas, grebas, y la famosísima máscara de Agamenón, como la llamó Schliemann, y así se ha quedado el nombre. Todo este tesoro se puede ver en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas. Lo que se llevó el “brítánico” Elgin (se nos ocurrían otros adjetivos, pero ese le describe muy bien, como a tantos otros piratas que se han dedicado a saquear por tierra y mar), hay que ir al Museo Británico, en Londres. Y también le va muy bien el adjetivo, por cierto.

Desde ahí, rápido al autobús y en apenas dos minutos estamos a los pies de la acrópolis de Micenas. Muy reseñable el círculo de tumbas que hay en la ladera, y las dependencias del palacio que están en la cima, conocidas como el baño de Clitemnestra, ya que fue donde, según la tragedia de Sófocles dio muerte a su marido Agamenón (con la ayuda de su primo Egisto, que ya sabemos lo de cuanto más primo…), al que no perdonó que sacrificara a su hija si con ello conseguía la victoria en la guerra contra Troya. Detalles. Más de 10 años se la tuvo guardada Clitemnestra, hasta que pudo realizar su venganza.
Pero lo que realmente nos tiene aquí es la monumental puerta de acceso a esta ciudadela, la conocida como Puerta de los Leones. Y no porque en Micenas haya leones; son tradicionalmente el símbolo del poder de los reyes. Hasta los vecinos del norte lo tienen como símbolo en su escudo, aunque su nombre venga del asentamiento de la Legio VII Gemina de época romana. El día que se enteren, les da algo.
Las explicaciones, a la sombra, que al sol ya se hace muy difícil estar. Salvo que no quede más remedio, claro, que el espacio es el que es y la sombra de mediodía es muy recta.
Esta entrada monumental es del siglo XIII a. C., igual que la muralla ciclópea que protege la ciudadela; lo de ciclópea es por el tamaño descomunal de los bloques que la forman, de modo que se pensó que tenían que haber sido cíclopes quienes la construyeran. Pensadlo bien; lleva ahi más de 3.200 años, y han resistido terremotos, ataques, los efectos de la intemperie… y lo que les queda por aguantar. Pensad en alguna construcción reciente, moderna, y tratad de imaginar si dentro de 3.000 años seguirá ahí. Ni siquiera somos capaces de imaginar un mundo dentro de tanto tiempo.
Pero volvamos a donde estábamos. Recordad la entrada al tesoro de Atreo que hemos visto antes. Recordad el dintel de 120 toneladas de peso. Se calcula que el peso de este es de 200 toneladas. Recordad el triángulo de descarga del tesoro de Atreo. Aquí cuesta más apreciarlo, porque está cerrado con una losa con un altorrelieve de dos leones rampantes sobre una columna de orden minoico; a los leones les falta la cabeza, pero se puede observar en el corte el arranque de la melena en uno de los cuerpos. Dicen que es el propio Atreo quien puede ordenar su construcción, ya que es el periodo de mayor esplendor de Micenas, y las fechas se corresponden, claro. Pero no lo sabemos a ciencia cierta, claro, aunque Schliemann no tenía ninguna duda cuando fue encontrando los restos a medida que avanzaba en sus excavaciones. El peligro radicaba en que Schliemann no era arqueólogo, por lo que el método apllicado no fue del todo el adecuado, y habrá un montón de elementos de contexto perdidos para siempre, así como otros con confusiones evidentes, pero que ya no hay forma de encontrarlos.



Hay que animarse mucho para salir al sol y encarar la subida hasta la parte alta de la acrópolis, pero hemos venido a jugar. Incluso algunos de los nuestros se vienen arriba (decir que se calientan era un chiste demasiado fácil hasta para nosotros) y deciden hacer la subida corriendo. Vaya ganas. Otros teníamos suficiente con no acabar con la dignidad por los suelos, literalmente, ya que el granito o lo que Dios quiera que sea el material que conforma el camino resbala como un auténtico demonio. Y eso es al subir. Ya empezamos a sufrir al pensar cómo será al bajar.
Realmente es difícil aguantar al sol, aunque siempre aparece un olivo, una higuera, que parecen puestos a propósito, para que los nuestros encuentren su lugar bajo ella. Así que más os vale que no se os haya olvidado daros crema de protección, porque algunos vamos a volver con el cuello en una condición delicadita cuando menos.
Observamos las dependencias del palacio, recordando las explicaciones de nuestra guía Irene y apoyándonos en los paneles informativos qu hay repartidos por el trayecto, y emprendemos el regreso hacia el punto de encuentro. Hacemos las fotos de rigor, y nos vamos al autobús, que nos llevará hasta el restaurante, con el nombre nada previsible ni esperable de "Agamenón".






Y allí nos encontramos con un restaurante bastante grande, con muy buena pinta, con un salón como para celebrar banquetes de bodas, más que para comidas de grupos de estudiantes, pero nos atienden con una atención exquisita. Nada de carta del menú con fotos, ni traducciones extrañas. En lugar de carta es bandeja. Uno de los camareros va tomando los diferentes platos que nos ofrecen, para que elijamos con pleno conocimiento. Ensalada griega (el nombre es ensalada del lugar, pasa como con nuestra tortilla de patata, que el resto del mundo la llama tortilla española), tomates asados y patatas asadas, pollo asado, cordero asado, moussaka… Los clásicos de la cocina griega, vamos.
La mujer que parece que regenta el negocio nos trata como si fuéramos no ya de la familia, sino como si fuéramos su familia; incluso posa como una más en las fotos que hacemos al grupo. Y nos vamos con la sensación de que dejamos allí una amiga que nos volverá a recibir con los brazos abiertos.
De nuevo en el autobús, listos y preparados para reposar la comida algunos (la gran mayoría) y otros (la absoluta minoría) agotando la batería del ordenador para tratar de completar la entrada del blog, que ya nos llegan avisos y preguntas de dónde está la entrada del día anterior. Solo los que estábamos despiertos pudimos ver cómo en nuestro camino pasamos tan cerca del mar que casi podríamos haberlo acariciado sacando la mano por la ventana.
Irene negocia con Panós, nuestro chófer en este circuito por el Peloponeso, el lugar donde nos deje cuando lleguemos a Atenas. No nos interesa que nos deje en el hotel a las 17:00, sabiendo que tendremos que regresar a él a las 19:30 para la cena. Así que nos deja muy cerca del arco de Adriano, que es el lugar más cercano a la entrada al recinto del templo de Zeus Olímpico, que teníamos una deuda pendiente con este lugar.
Nos dirigimos a la taquilla, y ahí es donde comienza el esperpento. Somos un grupo escolar, desde luego; y tenemos una lista impresa y sellada que lo confirma. Hay entrada gratuita para grupos escolares y para los profesores acompañantes. Adelante, cumplimos los requisitos. Pedimos las entradas, le damos la lista. Nos pregunta si tenemos reserva. Obviamente no, porque hace 2 horas no sabíamos si íbamos a poder ir. Nos dice que tenemos que llamar a un número de teléfono y hacer la reserva para grupos escolares. Llamamos delante de él con el altavoz puesto, y después de más 5 minutos de musica de espera, por fin contesta una voz humana viva. Queríamos hacer una reserva. Aquí no hacemos reservas.
La cara de los 3, incluido el empleado de la taquilla es de absoluta sorpresa. En el número de teléfono para reservas de grupos escolares no hacen reservas para grupos escolares. Nos pide otra vez la lista. Nos da una dirección de correo y nos dice que adjuntemos la lista (que tenemos en papel) a un mensaje de correo electrónico y realicemos la solicitud de visita para hoy mismo mediante ese correo. Ahí estamos, haciendo fotos a las 4 hojas, adjuntándolas a un mensaje que debemos enseñarle cuando aparezca como enviado. Cuando le enseñamos que se ha enviado, inmediatamente se pone a imprimir las 27 entradas para nuestro grupo. Pero en ningún momento ha recibido ese correo, ni le han confirmado la recepción, ni nada de nada. Hemos perdido 45 minutos haciendo unas gestiones innecesarias para acceder a un área arqueológica enorme en la que hay apenas 5 personas en su interior. Otra cosa es que fuera un recinto cerrado de dimensiones muy reducidas y con una afluencia masiva de público. Pero es todo lo contrario.
Finalmente entramos. El templo se comenzó a construir en el año 515 a.C., y muy pronto empezaron a surgir los problemas, y no se terminó hasta el 129 d.C., más de 600 años después. 96 metros de largo, 40 de ancho. 104 columnas de 17 metros de altura. Estatuas por todas partes.
Sólo se conservan 16 columnas, y una de ellas está derrumbada en el suelo. Parece que un terremoto en la Edad Media acabó con él, y luego fue utilizado como cantera para otros edificios de la zona. A nuestros chicos les cuesta hacerse a la idea de la enormidad que suponía este templo, que iba a ser el templo más grande del mundo conocido. Así que lo que pensábamos que iba a ser una visita sensacional se pinchó como un globo al final de la fiesta. Igual habíamos generado unas expectativas demasiado altas, pero no esperábamos esta frialdad. Nos va a costar sobreponernos, y para ello nos vamos dirigiendo hacia la salida. Con todo lo que nos ha costado entrar.































Decidimos ir hacia la plaza Syntagma, a ver si hoy hay suerte y conseguimos ver el cambio de guardia desde el principio; estamos a apenas 950 metros y disponemos de casi 45 minutos. Malo ha de ser esta vez. Pasamos por delante de los restos de las termas romanas junto a los jardines del Zappeion, y por delante de los bustos de Esquilo, Sófocles y Eurípides, los tres grandes tragediógrafos griegos, que llevaron la tragedia a sus cotas más importantes.







Y llegamos a la plaza Syntagma, tomamos posiciones en prácticamente primera fila, hasta que alguien repara en que el día anterior estuvimos bastante más adelante; y un par de los nuestros, ni cortos ni perezosos y, sobre todo, sin vergüenza, se fueron a preguntarle a uno de los militares que parece que tiene algo de mando en esta ceremonia hasta dónde podían acercarse sin que estorbasen. Y amablemente les indicó la zona, y allí que nos adelantamos todos y, ahora sí, estábamos en primerísima fila. Si os apetece, ahí tenéis el vídeo, pero son algo más de 9 minutos. Avisados estáis.
Desde ahí, ya nos vamos al hotel, para prepararnos para la cena, y algunos se arreglan como si fueran a jugar un partido de liga, con la camiseta oficial del equipo de sus sueños, y otros se arreglan como si fueran a una fiesta ibicenca. Está el lino últimamente triunfando.
Nuestro paseo nocturno ya se ha convertido en tradición. Hasta Monastiraki, que ya vamos casi con los ojos cerrados, y allí ya recordamos la hora de la cita para el regreso y comienza el tercer capítulo del concurso de cata de helados.
Los chicos llevan ya un par de días con un reto, primero con un tapón, luego con una pinza, o quizá sean dos distintos. El caso es que, como te descuides un momento, te encuentras con una pinza colgando de tu ropa, o con un tapón en tu bolsillo. Así andamos. Por lo menos, la pinza ya ha cumplido su ciclo en la vida, y apareció abandonada en un pasillo. Descanso para todos.



Y este ha sido nuestro tercer día en Grecia. Mañana (jueves, 4 de septiembre) tenemos la cita con Irene a la misma hora que hoy. 7:50 nos recoge en el hotel, 8:00 en el autobús.
Así que vamos a dormir, que se va acumulando el cansancio, que ya vamos teniendo una edad.
Un fuerte abrazo, familia.
Asun y Javier.
Como siempre genial!
ResponderEliminarAprovechad el calor que aquí ya hace fresquete...
Buenísimo el cambio de guardia!
Genial!! 👌🏼👌🏼
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