miércoles, 20 de abril de 2022

Roma, día 3º

 Muy buenas, familia.

Hoy terminamos nuestro recorrido por Roma. Hoy teníamos que quitarnos ese regusto amargo que nos dejó el segundo día con sus visitas incumplidas y los sueños frustrados.

Y el día comienza fuerte. A las 6:00 suenan los despertadores, y bajamos con más ganas de seguir durmiendo que de desayunar; pero eso es hasta que te sientas: los cruasanes desaparecen casi a la misma velocidad a la que los reponen, tanto los rellenos como los que únicamente llevan un baño de azúcar; o los pequeños hojaldres con chocolate, tan importante para el aporte de energía que necesitamos en estos días. Otros no lo ven tan claro y prefieren algo de fiambre (digno, pero sin alharacas) una tortilla de aspecto entre extraño y atractivo y unas salchichas de esas cuyo nombre todavía duele para los hinchas del Barça. Pero lo hay peor; hay quien prefiere algo de fruta y un yogur. Se están perdiendo los valores; y para Valor, el chocolate. También salen bocadillos y almuerzos para la mañana, o incluso panes para la noche. Todo hecho con sutileza, sin que se note demasiado, pero con elegancia y clase, hasta con bolsas de autocierre, que no es cuestión de llenar la mochila de migas.

Y a las 7:15 nos vamos hacia el estado  del Vaticano y sus museos. Seguimos con la incertidumbre de no saber si nuestra visita puede terminar dentro de la basílica de San Pedro o  nuevamente va a estar ocupada con celebraciones propias de la Pascua, que es para lo que se hizo, y no para los turistas. Pero nos fastidia.

Cuando bajamos del autobús en Vía Leone IV, junto a la muralla que bordea el estado Vaticano nos encontramos con la primera sorpresa. Positiva en este caso. Nuestra guía es una vieja conocida: Pilar, una española con tantos años ya de estancia en Italia que su acento es una mezcla curiosa e indeterminada y su vocabulario castellano está trufado de palabras italianas. Sus explicaciones son maravillosas, con un gran dominio de los datos pero sin abrumar a los oyentes. Y consigue transmitirnos la pasión con la que explica a cada uno de nosotros. Tras superar sin dificultades los controles de acceso y los registros de certificados de vacunación (Marina, nunca te podremos estar lo suficientemente agradecido), empezamos el recorrido por el patio de la Piña, donde se tienen que hacer las indicaciones para poder disfrutar mejor de la Capilla Sixtina, ya que dentro de ella no pueden trabajar los guías.











Desde ahí nos dirigimos hacia las galerías de escultura, con su impresionante colección de obras romanas. Entre ellas destaca el Apolo de Belvedere, con ese sutil movimiento de pierna hacia delante que hace que la talla casi cobre vida y consiga reflejar el movimiento a través de la piedra: el contraposto.




Pero, sin duda, el premio gordo de este museo se lo lleva la pieza que vemos a continuación: el grupo escultórico Laocoonte y sus hijos, obra original griega del periodo helenístico, probablemente del sigo I d.C. Si con la obra anterior conseguíamos descubrir movimiento en una escultura, con este grupo no solo vamos a captar el movimiento, que es evidentísimo con todas esas líneas que se entrecruzan y retuercen llevando nuestras miradas por la diagonal que recorre el conjunto, sino también por el realismo mostrado en las figuras, que muestran el sufrimiento ante el castigo al que son sometidos padre e  hijos por algo tan simple como decir la verdad. Uno de los hijos ya se encuentra inerte, estrangulado por las serpientes enviadas por Juno; y  el otro hermano mira hacia su padre como preguntando que qué es lo que han hecho para merecer semejante castigo. Y el padre bastante tiene con tratar de defenderse y desasirse de ese abrazo letal. "Timeo Danaos et dona ferentes", recelo de los griegos hasta cuando traen regalos. Pero a ver quién es el guapo que le da la razón después de ver cómo ha muerto el sacerdote y sus hijos.






Seguimos asimilando todo lo visto hasta que llegamos a otra de las piezas cumbre de la escultura: el torso Belvedere; otro original griego, cuyo autor puso su  nombre en la base "Apolonio, hijo de Néstor, Ateniense la hizo",  en griego "Apolonios Nestoros Athenaios epoiei.. Es espectacular, y sirvió de modelo para numerosas obras posteriores. Poned una nota aquí para que, cuando vayáis a la capilla Sixtina, sepáis a qué os recuerda la pose de Jesús en el Juicio Final. Fijaos si sirvió de modelo que hasta el propio Miguel Ángel la utilizó en su obra maestra.










También saludamos al bueno de Pericles, el hijo de Jantipo, Ateniense; el mejor gobernante que conoció Atenas, a quien debemos el embellecimiento de la Acrópolis y especialmente del Partenón a cargo de Fidias, en el siglo V a.C. Ahí está el hombre, con su casco siempre sobrepuesto en su cabeza; las malas lenguas dicen que tenía una cabeza un tanto extraña, como abombada en su parte superior. Vamos, que le llamaban "cabeza de cebolla"; no creo que le hiciera mucha gracia, pero todavía hoy no puede faltar esta anécdota cuando se habla de él.





Y el bueno de Sócrates, el mejor de los griegos y el más sabio de todos, a pesar de reconocer que no sabía nada. Y ahí está el truco, que los demás creemos saber de casi todo, cuando en realidad casi ni nos conocemos a nosotros mismos. Es duro, difícil reconocerse como un ignorante, y más ante los demás; pero es mucho peor mostrarse como un soberbio o un prepotente. Sócrates lo tenía claro; eso era lo único que sabía. Y le costó la vida decir la verdad, como a Laocoonte, como a Jesús. Fijaos si está caro decir la verdad. Y hacer el bien.


Y sigue la colección de escultura, mosaicos, bañeras, sarcófagos, divinidades… pero tampoco es cuestión de detenernos a contaros cada obra; aunque lo merezcan todas y cada una de ellas. Os dejamos con el paseo.















Llegamos a las galerías de los tapices, auténticas obras de arte hechas de hilo, incluso de hilos de oro. Algunos se fijan en los techos con unos relieves extraordinarios; hasta que se dan cuenta de que son planos, que si sigues llevando la mirada hacia las curvaturas  del techo vea con nitidez que son totalmente planos, que todo son ilusiones ópticas,  fruto del manejo de las sombras y del dominio de la pintura.






Y estamos dentro de la capilla Sixtina. Nada de fotos ni vídeos; totalmente prohibido. Con guardias totalmente entregados a la causa de evitar las reproducciones particulares, privadas. Es una lástima que no podaáis acompañarnos en este punto; nos vemos a la salida, que haremos por la escalera regia; pero en lugar de desviarnos hacia la derecha, nos obligan a continuar de frente, hacia la luz, como Caroline, y eso significa que la basílica de San Pedro está cerrada y  debemos salir a la calle. Pilar nos dice que volverá a abrir a las 13:00, hasta las 17:00, y ese será nuestro objetivo: ponernos a la fila en ese tramo y  no marcharnos de Roma con otro desastre como sería no poder visitar la basílica. asumimos ya que la subida a la cúpula será imposible, que para las dos cosas no habrá tiempo. La subida a la cúpula es la guinda del pastel; pero entre comerme el pastel o la guinda, no tenemos ninguna duda.





















Después de presentarnos la plaza de San Pedro y su magnífica columnata de Bernini, que simbólicamente abraza y acoge a todos los que llegan hasta aquí, nos encaminamos al autobús para hacer una visita panorámica por Roma, que nos servirá para ver desde el autobús lo que de otra forma sería imposible de realizar en apenas 90 minutos, recorriendo la ciudad de extremo a extremo, desde las termas de Caracalla hasta la pirámide Cestia, desde la zona de EUR hasta el barrio de Prato. y hasta el Circo Massimo, donde hacemos una parada rápida para apreciar  con detalle el conjunto, convertido hoy en un inmenso parque, dividido eso sí por laa gran espina central en torno a la que se desarrollaban las carreras de bigas y cuadrigas. Y siempre acompañado de las precisas y preciosas aportaciones de Pilar, nuestra magnífica guía en Roma.








El autobús nos lleva de regreso al Vaticano, donde tratamos de solucionar la comida en apenas 50 minutos para ponernos en una fila interminable, que rodea por completo la plaza de San Pedro ciñéndose a su columnata, e incluso necesita retorcerse sobre sí misma para comenzar. Nos espera más de una hora de fila. Pero merecerá la pena. Además, servirá para sacar carácter de grupo y defender que cuando llevas una hora haciendo la fila no vas a permitir que alguno llegue en el último momento y pretenda colarse. Solo faltaba.

Conseguimos nuestro objetivo, y alguno no pudo contener las lágrimas de emoción al encontrarse de nuevo frente a la Piedad, la primera de las cuatro que talló Miguel Ángel Buonarrotti, cuando todavía no era nadie con apenas 24 años, cuando se vio en la necesidad de firmar la obra mediante una cinta que cruza el pecho de la Virgen para que supieran quién era él. Nunca más lo necesitó. La serenidad de un rostro al que ya no le quedan lágrimas ante el dolor de tener en brazos a tu hijo muerto, convertido casi en un harapo, él que es el hijo de Dios y se lo devuelven totalmente destruido, maltratado. Todo el dolor se concentra en su mano, que nos reclama una explicación ante lo que se encuentra ante nosotros.
Nos podríamos quedar ahí, nada más entrar, durante horas. Solo con esto está más que compensado el tiempo de espera.





Pero hay mucho más. Monumentos funerarios convertidos en arte gracias al omnipresente Bernini, el baldaquino sobre el altar, imponente y magnífico. La inscripción que bordea todo el edificio, explicando por qué Pedro es el elegido y cuál será su misión. La estatua del apóstol, ahora acordonada por causa de la pandemia, aunque algunos no encuentren los límites y se atrevan a acariciar el pie del santo; las tumbas de los papas en un nivel inferior al templo; la cúpula vista desde el interior y la linterna en el centro que aligera el peso de semejante mole de material, inspirándose en la del Panteón para solucionar el problema de construcción. Dos horas que se nos pasan en un abrir y cerrar de ojos.



























































Salimos del templo justo en el momento del relevo en la vigilancia de los guardias suizos, menos espectacular que otros, pero estos no necesitan de tanta parafernalia ni espectáculo para atraer la atención.























Después de un tiempo para asimilar lo vivido, nos dirigimos hacia piazza Navona, uno de nuestros puntos favoritos en la ciudad, para conceder el plazo para organizar y solucionar las cenas, y volver a citarnos en Trevi, con la promesa de una sorpresa como cierre final a nuestra estancia en esta ciudad eterna.








Y la sorpresa es que habíamos guardado para el final es la subida a la colina del Capitolio a través de la escalinata diseñada por Miguel Ángel. Pasamos junto a Cástor y Pólux, y nos encontramos con la estatua ecuestre de Marco Aurelio.
Justo al fondo de esta plaza hay una estatua de la diosa Roma, y a sus lado las divinizaciones de los ríos Nilo y Tíber.
Y a la izquierda  se abre una callecita, donde se halla la representación simbólica de Roma: la loba capitolina amamantando a las dos crias humanas, Rómulo y Remo. La copia, porque el original se encuentra en el interior de los museos Capitolinos.
Y al llegar ahí te encuentras con una vista sensacional de los foros imperiales, con el magnífico arco de Septimio Severo dominando la escena.
Y algunos valientes se animan, a pesar del cansancio en las piernas a bajar (y luego subir) las escaleras para estar casi en la posibilidad de tocar con nuestras manos el arco. Pero no lo hacemos, que está mal.




























Y ahora sí, nos despedimos de Roma con otra sorpresa, esta menos agradable: el metro comienza sus obras hoy, a las 21:00 y está cerrado. Hay una línea de autobús que lo reemplaza, pero mucho más lenta e incómoda. Qué le vamos a hacer.





Al final, llegamos al hotel más tarde de las 23:30 de la noche, con otros 10 kilómetros en las piernas recorridos en el día de hoy y el corazón y la memoria llenos de emociones y recuerdos que nos acompañarán para siempre.

El despertador vuelve a sonar a las 6:00; por eso aprovecharemos a escribir esto ya en el autobús camino de Florencia.


Un abrazo, familia.


Mª Ángeles y Javier.

1 comentario:

  1. Maravilloso!!! Qué buenos recuerdos. Disfrutad mucho de este viaje inolvidable.

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