lunes, 18 de abril de 2022

Roma, día 1º

Muy buenas, familia.

Que, así, sin pensarlo demasiado, se han pasado más de 3 años desde la última entrada en este blog, y se nos ha pasado como si fuera un mal sueño, una pesadilla demasiado larga, hasta que miramos a nuestro alrededor y nos damos cuenta de las ausencias, de los que se han ido sin que fuera su turno, y nos damos cuenta de las nuevas medidas que tenemos que cumplir, algunas prudentes, otras desquiciantes y otras directamente incomprensibles. Pero las cumplimos todas, no nos queda otro remedio si queremos cumplir nuestro sueño de recuperar nuestras vidas de hace tres años.
Y no nos podemos olvidar de las dos promociones que no pudieron realizar este viaje; a unos se lo arrebataron casi cuando estábamos a punto de coger el autobús para ir al aeropuerto; para los otros fue más una ilusión que casi nunca se pensó que pudiera hacerse realidad.
Así que, sin pensarlo demasiado, somos muchos, 27 alumnos y 2 profesores, pero sabemos que representamos a muchos más, a esos dos cursos que se quedaron encerrados sin poder disfrutar de una experiencia tan maravillosa como este viaje a Italia con los compañeros de toda la vida con los que llevamos compartiéndolo casi todo desde hace casi 16 años o desde hace unos meses porque, viéndolos, es difícil saber quiénes son de los unos o de los otros.

Y para eso empezamos muy pronto el domingo, tan pronto que casi era sábado todavía cuando estábamos citados en la parada de la biblioteca de Gabriel y Galán. No hizo falta ni pasar lista ni esperar a nadie; todos estaban allí incluso antes de la hora marcada. Buena señal para comenzar una aventura.
Dos horas y media de autobús que algunos aprovechan para soñar deprisa, acumular energías que nos vendrán muy bien conforme avance el día, o para tratar de demostrar a nadie que eres mejor que una máquina descubriendo parejas en un tablero de fichas. Dichosas pantallas, mejor habría sido tratar de dormirse.

Ya en el aeropuerto, en los mostradores de embarque se nos demuestra lo de las medidas desquiciantes e incomprensibles, aceptando algunos sin problema la documentación presentada y buscando algún fallo como sea por parte de otros. No hay nada como tenerlo todo bien hecho, aunque haya sido a última hora.
Apuramos los líquidos antes de pasar los controles y apuramos la vergüenza de tener que descalzarnos para que se compruebe que no somos peligrosos, porque como la zapatilla te cubra el tobillo te conviertes en un claro sospechoso de un posible atentado terrorista. Encontramos nuestra puerta de embarque (C43), y ocupamos la única porción de suelo libre que hay en una zona hipertransitada. Y la hacemos tan nuestra que, a pesar de quedarse asientos formales libres, decidimos mantenernos en suelo, que ya falta menos para que estemos en el aire.

Las nuevas situaciones hacen que el embarque sea progresivo, por zonas, y así subimos al avión con 40 minutos de antelación,  pero no por las mangueras o fingers habituales, que te ponen dentro del avión a través de un túnel, sino con el viejo método de los autobuses o jardineras recorriendo las pistas y dejándote a los pies de un enorme Boeing 787 y subiendo por su escalera trasera, para ser conscientes de lo alto que vamos a subir, empezando por ahí.

Poco podemos hacer en el vuelo más que dejar volar nuestro sueño, así, en singular, esperando abrir los ojos y encontrarnos ya en Roma, que nos recibe con buen sol y un aeropuerto de Fiumicino que está remodelando la zona de recogida de equipajes, que ahora está "un poquito más lejos": dos calles antes de donde fue Frodo a tirar el anillo.






Solo hay lamentar una varilla de una maleta como único desperfecto, imposible de reclamar, porque ya la hemos llevado así de casa y vosotros las tratáis con mucho cariño.

Raúl, nuestro guía de Travelplán en esta semana, ya nos había localizado incluso en el aeropuerto de Madrid y nos habíamos citado en la cinta (24) de recogida de equipajes, y nos dirige hacia el autobús que nos lleve hasta nuestro hotel American Palace en el barrio de EUR Roma, construido para la exposición universal que nunca tendría lugar en 1942 a consecuencia de la guerra. Maletas en consigna, aprovechamos para quitarnos peso de las mochilas y ropa de abrigo de encima, que parece que vamos a pasar hasta calor hoy, aun con el aviso de que cuando se meta el sol la temperatura baja considerablemente.

Y empezamos nuestro programa de visitas; metro en Laurentina hasta Termini, y allí nos bajamos y buscamos la iglesia de Santa María la Mayor, o Santa María della Neve, ya que una importante nevada caída el 5 de agosto de 358 indicaba el lugar preferido por la Virgen María para que le erigieran un templo donde custodiasen las reliquias de la Santa Cuna. Felipe IV y el oro traído de América por parte de los españoles contribuyeron fuertemente a la importancia de esta iglesia que, desde entonces, tiene como protocanónigo honorario a los Reyes de España. La celebración de una eucaristía impide que podamos admirar toda su belleza, aunque el artesonado del techo y la majestuosidad de las capillas laterales sí se graban en nuestras mentes.







Así que nos vamos en línea recta hacia la piazza Barberini, donde se encuentra la afamada Fontana del Tritón, del gran Gian Lorenzo Bernini, a quien no nos cansaremos de nombrar a lo largo de nuestro viaje. Seguimos avanzando por la misma calle, que desemboca en la piazza della Trinitá dei Monti, ante la cual se despliega como un manto la escalinata que nos lleva hasta la piazza d'Espagna. Y aquí somos consciente de que estamos recuperando nuestra vida anterior a la pandemia. Hay casi la misma gente que en otras visitas anteriores al año 2020, con un bullicio parecido, que solo se rompe con el silbato de un policía que avisa de que no se puede uno sentar ahí.








Aprovechamos para fijar  este  punto como lugar de encuentro para después de comer, y les dejamos algo de tiempo libre para que traten de pensar en qué se gastan el dinero que les habéis dado y que quede más o menos justificado. Nos despedimos con un vistazo a la columna de la Inmaculada, casi frente a la embajada de España ante la Santa Sede.



Buscando un buen lugar donde comer, llaman nuestra atención unas carpas que ya hemos visto durante la mañana; ahora que tenemos algo de tiempo para detenernos comprobamos que son puntos donde realizar los test de antígenos que demuestren que no estamos infectados por covid-19 de una manera algo más privada que el mostrador de una farmacia. Esto no tenemos claro si pasa al marcador de las medidas prudentes o de las incomprensibles a estas alturas de la película. El contrapunto es la zona peatonal de Vía del Corso, que es un bullir de gente y de músicos callejeros que nos hacen olvidarnos casi de los dos últimos años.




Terminada la pausa para la comida, recuperamos nuestro paseo por Roma llegando hasta la piazza del Popolo, con la Puerta Flaminia que marcaba la entrada o salida de Roma desde el Norte y que conecta en línea recta con el Coliseo a través de la moderna vía del Corso. Nos asombran las simetrías de las dos iglesias principales de la plaza, las que encontramos en las fuentes que representan la divinización de los ríos, lo que intuimos de la terraza del Pincio, y nos dirigimos por vía di Ripetta hacia el museo del Ara Pacis y el mausoleo de Augusto, que va llevando retraso en sus trabajos y sigue pendiente de terminar sus obras de restauración, cuando ya tendría que haberse celebrado su inauguración.






Nos encaminamos hacia la piazza Navona, el antiguo circo de Domiciano, y que le confiere esa forma tan característica  y tan fácilmente identificable en su anterior función de espacio para las carreras alrededor de una spina central. Pero lo que más atrae nuestra atención es la enorme fuente central, la de los 4 ríos, obra de Bernini, como no podría ser de otra forma, y la "rivalidad" por llamarlo de alguna manera con Borromini, quien diseña la iglesia de Santa Agnes in Agone (aquí está mucho más evidente la raíz del nombre de la plaza). Tras esto, nos vamos hacia la piazza della Rotonda. Quizá el mejor templo que se encuentra en Roma: el Panteón. Pero pinchamos, y fuerte, además. Necesita reserva previa, y ya no hay huecos disponibles hasta el martes. Y el martes nos lo pasamos en el Vaticano. Mucho nos tememos que nos lo perderemos por dentro y solo lo podremos disfrutar desde fuera. Que no es poco; ni mucho menos.








Tratamos de quitarnos el mal sabor de boca con una apuesta segura: nos vamos a la fontana di Trevi. Poco más se puede decir. Ahí tenemos a la representación divina de Océano distribuyendo agua a la ciudad de Roma, embellecida en época barroca hasta el exceso, como excesiva es esta fuente en una plaza demasiado pequeña. Y no hemos sido los únicos. Todo el mundo que está en Roma se encuentra en este momento allí, de modo que no es sencillo encontrar un hueco para acceder a la primera fila que nos permita cumplir con la tradición y asegurarnos el regreso a esta maravillosa ciudad.











Y después de dar comienzo el concurso del mejor helado del viaje, con serios candidatos al triunfo ya desde el primer día, concedemos un tiempo para organizar y resolver nuestras cenas antes de citarnos para la etapa nocturna de nuestra jornada. Esto nos sirve para encontrarnos con el templo de Adriano, cuyas columnas imponentes siguen mostrando todo su poder.





Ya de noche, dirigimos nuestros pasos despidiéndonos del fabuloso Panteón por vía del Corso hacia piazza Venezia, para asombrarnos ante el monumento a la Unificación de Italia, aunque no podemos olvidar lo que se tuvo que destruir para construir semejante mole. También comprobamos que las obras de la línea C desenterraron una estructura fabulosa de tabiques que indican la magnificencia de lo que se empieza a intuir. Estamos en la zona más noble de la antigua Roma, y todo lo que te encuentras cuando metes la pala en el terreno tiene un valor tremendo; tanto como para detener el curso del progreso.





Caminamos dejando los foros o mercados imperiales a nuestra izquierda y la basílica de Magencio a la derecha, pero nos hemos detenido un buen rato ante la columna Trajana, con sus relieves contando a todos los habitantes de Roma cómo se consiguió brillantemente la conquista de la Dacia, la actual Rumanía.











Saludamos a nuestro "paisano" Trajano, considerado por casi unanimidad "optimus princeps" para los romanos, y también le rendimos pleitesía al que los propios romanos consideran el mejor alcalde que ha tenido la ciudad, "condenado" a ver a algunos emperadores desde la acera de enfrente, empezando por su sucesor, Octavio Augusto.














Ya ya estamos preparados para el final de fiesta de un día como este. Ver el anfiteatro Flavio, el Coliseo, con la iluminación nocturna es realmente sobrecogedor. Y el arco de Constantino. También. No necesitan más explicación, por lo menos hoy. Ya mañana veremos qué contamos.





Y ahí mismo buscamos la boca del metro que nos lleve de vuelta al hotel en apenas 9 paradas de la línea azul, para recuperar las energías que nos hemos dejado pateando las calles de Roma. Más de 30.000 pasos, más de 21 km recorridos hacen que, tras recoger las maletas de la consigna, y repartir las llaves de las habitaciones, reine el silencio más absoluto en el hotel, roto solo por el sonido del teclado para llevaros hasta vosotros lo vivido hoy.


Mañana empieza el día a las 8:00. Que hay mucho por ver todavía.

A dormir con los ojos muy apretados para dormir más.

Un abrazo, familia.


Mª Ángeles y Javier.




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