viernes, 7 de marzo de 2014

Pisa y Padua, día 5º

Muy buenas, familia;
Hoy ha sido el día en el que casi hemos pasado más tiempo en el autobús que de visitas; y sin casi. De diez a una en Pisa y de cinco a seis y media en Padova, o Padua dicho en castellano, la ciudad de San Antonio. Y de autobús ha sido de nueve a diez para llegar a Pisa, de una a cinco hasta Padua, y de seis y media a casi las ocho para llegar a Treviso, donde está nuestro hotel. Y decimos bien: nuestro hotel, porque no nos importaría en absoluto que éste fuera nuestro, y que todos en los que hemos estado o habremos de estar, se parecieran a éste. Villa Fiorita, se llama. Habitaciones muy amplias, muy nuevo todo. Y sobre todo, wi-fi; gratis; en todo el hotel. Y a una velocidad increíble. Para que os hagáis una idea, subir al blog cinco fotos cuando estábamos en Roma suponía entre 25 y 30 minutos. Hoy hemos subido 50 en menos de 4 minutos. Así no da pereza ponerse a escribir, sabiendo que sólo vas a tardar lo que tardes en pensar (que también le cuesta a este 486 que tengo en la cabeza). Creo que hasta he llorado cuando he visto la velocidad a la que cargaba y descargaba datos. Por cierto, el hotel Villa Fiorita no patrocina este blog, ni a los que escribimos en él.

Pero bueno, que esto es asunto menor, y estamos a otras cosas.

Decíamos que nos esperaban horas de autobús, y aunque habíamos dormido algo más la noche pasada, Morfeo pega fuerte, y se cobra innumerables víctimas del objetivo indiscreto.









Llegamos a Pisa, donde tendremos tres horas para verlo todo., incluida la comida. Decidimos renunciar al cementerio medieval, y a sus frescos del siglo XIV: el Triunfo de la Muerte y el Juicio Final y el Infierno que, haciendo honor a su temática, resucitaron tras el bombardeo aliado en la II Guerra Mundial, gracias a unos trabajos de restauración excepcionales.


Así que no queda más remedio que correr, otra vez, hacia las taquillas. Lo primero concertar la subida a la Torre, lo antes posible, y acoplar en torno a ella la visita al Duomo y al Baptisterio. Increíble, no hay más que una fila de unos 20 japoneses esperando para entrar en la torre, y nadie en la taquilla para sacar las entradas. Aquí no hay opción. Si quieres subir, lo pagas; y bien. Ni carta del colegio, ni lista de alumnos, ni precio reducido, ni… A retratarse: 18 € por cabeza. Pero para eso está el fondo común. Se paga con gusto. Por el baptisterio y la catedral, 1,50 € por cabeza (independientemente del tamaño) y los profesores, gratis. Hay sitios donde todavía se les considera. Se me saltan las lágrimas al pensarlo ahora. La hora de entrada en la torre: las diez y media, faltan diez minutos, y hay que pasar por consigna para dejar las mochilas de todos. Ana les aprieta y corren hacia la consigna, pero otro grupo de japoneses (no sabemos si ha quedado alguno en su país, están en Italia todos) se nos adelanta. Pero en todo hay que tener suerte. A ellos les toca la funcionaria que no desayuna fibra, y a nosotros el que ha desayunado sonrisas y efectividad y, visto y no visto, ya estamos en la fila de acceso.
La sensación es extraña al empezar a subir. Notas cómo la verticalidad no existe, y tan pronto te vas hacia tu izquierda, como hacia delante, o a la derecha, o hacia atrás. Cosas de la gravedad. Por eso la eligió Galileo para sus experimentos arrojando bolas de plomo desde esta torre. En el primer nivel, subimos pegados a la pared exterior, con un giro más amplio y algo menos incómodo. Pero el segundo es una escalera de caracol más cerrada y estrecha. Ves cómo los peldaños están más desgastados en las zonas de apoyo, que varían según el lado hacia el que se incline la torre. Llegamos a la altura de las campanas; enormes, majestuosas; tan grandes que ya no se atreven a utilizarlas nada más que una vez al año, el día de la fiesta de San Raniero, patrón de Pisa, enterrado en el Duomo, porque afectan a la estabilidad de la torre. Y ya no se puede subir más; falta el último tramo, muy corto, de apenas cuarenta escalones. Pero lleva prohibido el acceso desde julio de 2012, porque se decidió que no era suficientemente seguro subir a la azotea. Así que nos tenemos que conformar con llegar hasta aquí. Algunos lo lamentan, pero otros muchos respiran con alivio. Es cierto que la azotea es una superficie lisa, sin pretil, tan sólo una barandilla de tres filas que nunca me inspiró mucha confianza, pero me da cosa que ya no se pueda subir. Yo no soy el más valiente del pueblo y allí he estado. A gatas, pero he estado.


Damos la vuelta alrededor de ese penúltimo nivel, aguantando el tipo, y hacemos todas las fotos que nos parecen del tejado de la catedral y del baptisterio, que es una vista que no es habitual tener, hasta que un funcionario nos dice que debemos bajar, que viene el siguiente grupo.












Ya fuera, nos dirigimos hacia la catedral dedicada a la Asunción de la Virgen; es una bonita advocación. Es el ejemplo del románico pisano, comenzada en el siglo XI. Destacan sus puertas de bronce, los mosaicos del interior de fuertes influencias bizantinas y el del ábside, que representa a Cristo en majestad. El púlpito es impresionante; una sobreabundancia de tallado, con las figuras de los evangelistas, las virtudes teologales, cardinales, e incluso las artes liberales. También es espectacular el artesonado. Y sobrecogedora la tumba de San Raniero, donde se observa el cuerpo momificado del santo.









El baptisterio es especial. Se comienza a construir en el siglo XII, y se termina en el XIV, por lo que aúna rasgos del románico y del gótico pisano. Dentro, sorprende la pila bautismal, enorme, para administrar el bautismo por inmersión, con San Juan Bautista en el centro. Y lo que de verdad nos enmudece es la mujer que estaba en la taquilla que, cada 25 minutos, entona diferentes partes de un coro, para que comprendamos la perfecta acústica que tiene el edificio.







Reto superado. Son las doce, y nos vamos a comer. Parecemos de fuera. Incluso nos sobra tiempo para hacernos las típicas fotos sujetando la torre o recostados en ella, con mejor o peor fortuna.





Partimos hacia Padua, y el sueño esta vez nos vence a todos, a pesar de que la carretera serpentee de una manera importante y el autobús se agarre a las curvas como un campeón. Estamos cruzando los Apeninos en nuestro camino hacia Padua, donde están las reliquias del santo predicador. Su mandíbula, lengua y cuerdas vocales, que se descubrieron intactas mucho tiempo después de su muerte. Antes de llegar a la iglesia de San Antonio, nuestro guía, Javier, nos explica que la Isla Memmia se crea artificialmente para hacer que las aguas estancadas fluyan a su alrededor, para evitar enfermedades como la malaria. Es un lugar realmente bonito, muy tranquilo, por el que pasear si problemas con el tráfico.



Ante la entrada a la iglesia, se encuentra la estatua ecuestre del Condottiero Gattamelata, de la mitad del siglo XV, hecha en bronce por Donatello. Es la estatua ecuestre más importante de todo el Renacimiento.

Dentro de la iglesia de San Antonio está terminantemente prohibido hacer fotos, y es un lugar donde se respira un ambiente de recogimiento y espiritualidad muy profundo, y que nos contagia a todos. Observamos toda la rica decoración de la iglesia, las pinturas en sus muros y techos, las tallas, los mosaicos. Llegamos a las reliquias del santo. Puede que a algunos les produzca cierta aprensión, pero es inexplicable que todo se corrompa y haya partes que se mantengan sin más. Imbuidos por la espiritualidad del momento, recibimos la bendición en castellano por parte de un sacerdote que, durante todo el día la ofrece a todo aquel que quiera.


 Aprovechamos el regreso al autobús para hacernos las últimas fotografías en los puentes de la isla Memmia, que tiene un encanto especial.


 Y un nuevo tirón de autobús, poco más de una hora, para presentarnos en el hotel, donde tenemos concertada de nuevo la cena. Después de la sorpresa de ayer, la esperamos con una mezcla de recelo e incertidumbre. Nada que ver con la pasada. Un rissotto primavera bastante bueno para abrir fuego, y de segundo, escaloppa: filete de lomo de cerdo, con jamón y queso, con una guarnición de guisantes con jamón. Y de postre, macedonia de frutas.


Mañana volvemos a la rutina de madrugar: a las 7:20 hay que estar en el autobús; así que a las 6:30 estaremos desayunando. Vamos a intentar dormir un rato. Pero ya hemos conseguido ponernos al día con el blog.

Nos espera Venecia.

Ana y Javier

4 comentarios:

  1. Veo que ha sido otro día intenso, pero enriquecedor. Qué maravilla, un viaje inolvidable para todos, que nos estáis haciendo disfrutar y lo estamos viviendo con vosotros.
    Javier y Ana, además de cuidar de nuestros hijos, os estáis quitando horas de sueño para tenernos informados, por lo que el agradecimiento es doble.
    Un abrazo para tod@s

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  2. Desde luego, el cansancio se va acumulando, porque las fotos del interior del autobús son impresionantes. Hay que estar en muy buena forma física para aguantar un viaje como el que estáis haciendo. Son preciosas las fotos de Florencia y los helados tienen muy buena pinta! Es emocionante ver vuestro viaje a través del blog, no sabéis cómo lo agradecemos y la de seguidores que tiene. Gracias.

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  3. Hola a todos!!!
    Me alegro muchísimo de que estéis disfrutando y pasándolo genial. Yo sigo todos vuestros pasos desde este blog tan completo.
    Muchos besos.

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  4. cuenta atrás: los pesimistas dirán "esto se acaba, mañana nos vamos...."
    Pero no es así: os quedan enormes 24 horas para conocer más cosas, para apurar esa convivencia, para disfrurtar... aprovechadlas a tope, que están ahí , enteritas.
    (por cierto, nos debéis crónica y fotos. Y a ser posible alguna en la que aparezca al completo el equipo redactor)

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