Muy buenas, familia.
Disculpad que
anoche no cumpliéramos con el sagrado deber del blog, pero nos quedamos sin
batería, aunque no en el ordenador, precisamente. Hubo que hacer una recarga de
cinco horas para poder continuar con garantías. Nosotros ahora ya nos
encontramos camino de Verona y de Milán, mientras escribimos esto, a la espera
de que en el hotel esta noche podamos subir la entrada.
Vamos a lo
nuestro, que no es poco.
Madrugamos
otra vez, para estar desayunando a las seis y media y subirnos al autobús a las
siete y veinte. Desde el hotel, nos vamos a buscar el vapporetto para cruzar la
laguna de Venecia, y encontrarnos con Elena, la guía local que nos enseñaría
los lugares más destacables de la ciudad. La entrada desde el barco ya es
espectacular, viendo las torres que se levantan sobre el agua, y que se van
definiendo en iglesias y palacios a medida que nos acercamos. Entre todas, se
recorta, afilada, la que marca la plaza de San Marcos; ladrillo rojo, tejado
verde, y la figura del ángel, que señala los vientos y las probables lluvias.
Elena, la
guía, tiene una presentación un poco seca, quizá borde. Luego se muestra muy
preparada y con un buen control de la materia (creemos reconocer maneras de
profesora en la forma de explicar y de preguntar, de comprobar que se ha
comprendido). También notamos que se guarda información que no cuenta sobre
algunas cosas, y eso no nos gusta. Además, comparando con otras ocasiones, la
visita es demasiado breve, desde el embarcadero hasta la plaza de San Marcos, la
basílica, la torre y las Procuradurías. Como si se tuviera prisa por llevarnos
a la fábrica de vidrio.
La plaza de
San Marcos se abre desde la laguna con la presencia de dos columnas; en una
está San Jorge, matando al dragón. Es el primer patrón de Venecia. En la otra,
el león alado, símbolo de San Marcos, el evangelista, el otro patrón de la
ciudad. Pax tibi, Marce, evangelista meus. Éste se convertirá en una constante
en todos los lugares reseñables de los dominios de la reppublica di Venezia.
Del palacio
ducal apenas nos cuenta cosas, lo básico. Pero no pasa nada; luego volveremos a
él. Entramos en la catedral, donde ya en la fachada vemos cómo el oro es
empleado en los mosaicos que la adornan. Lo que no se espera es que por dentro
su presencia sea mayor. Todo el techo es un enorme mosaico de teselas de oro, ,
mientras en el suelo los mosaicos son en mármol. También hay frescos en las
paredes, que recogen escenas bíblicas. Reflejo fiel del poder veneciano.
Y de ahí,
salimos de nuevo a la calle, para ir a visitar una fábrica de cristal de
Murano. Un pelotazo. La demostración no dura ni diez segundos. Ni sopla
siquiera. Hace la figura de un caballo (que no digo yo que sea fácil, que a mí
no me sale), y nos invitan a pasar a la tienda. Los precios no están hechos
para nuestros bolsillos. Nos dedicamos a la sección de colgantes, anillos, como
mucho brazaletes. Son precios que a uno le suenan. Los otros (copas, jarrones…)
tienen cifras que ni sabía que cupieran en una etiqueta adhesiva. Sólo
esperamos que nadie tire nada con su mochila, que nos toca quedarnos a fregar.
Alguien ya descolgó un cuadro durante la ‘demostración’, aunque no le pasó
nada. Ni al cuadro ni a él.
Ya en la
calle, ya estamos por nuestra cuenta. No son aún las once, y tenemos previsto
entrar al palacio ducal. Lo de siempre; grupo escolar, 16 alumnos menores de
edad, dos profesores, tenemos carta de la escuela que lo acredita (benditas
listas). Los alumnos, 5,50 € (su precio de adultos es de 16 €) y los profesores
pasan gratis. Y además, nos evitamos la fila. Qué bien se siente uno cuando
sale a buscar a sus alumnos, los saca de la fila, y les dice: pasad todos por
aquí, que entramos ya. Aunque no hubiera demasiada fila, como era el caso. Pero
mola.
Ana se trabaja
una explicación de la época de los ‘Dogi’ (el máximo magistrado en Venecia era
el Dogo), y de las funciones del palacio, que cualquiera diría que ha hecho el
trabajo de fin de carrera sobre ello. Un lujo. Auténtico. Conseguimos mantener
la atención de los chicos, gracias a sus explicaciones, porque la información
de los paneles de cada sala no es demasiada. Esto es enorme; salas, salas, y
más salas, entre privadas y públicas, con salones de reuniones, de justicia, de
deliberación… la burocracia en estado puro. Llegamos a la parte de la armería.
Asusta. Asusta mucho. Ver todo lo que hemos pensado como humanos para
desarrollar maquinaria con la que acabar con la vida de otros, nos deja a
muchos sobrecogidos. Lanzas, espadas, mazas, ballestas, arcabuces, repetidoras…
Toda una lección; de lo que no se debe hacer. El paso por la zona de prisiones
es brutal. Cómo de repente ha desaparecido toda la ornamentación que había en
las salas anteriores, y cada vez bajan más los techos, y se acercan las paredes. Y el puente. De los
suspiros le llaman. Y muchos creen que es de los enamorados. Sí. De los
enamorados de la vida, que saben que se desprenden de ella al cruzar el puente
que divide el palacio entre las salas de justicia y donde se ejecuta; la
justicia; y a los presos. Porque aunque no te ejecuten, de allí no sales. O por
lo menos lo que sale no tiene nada que ver con quien entró. Las mazmorras son
terribles. Portones; cerrojos; rejas. Y el frío. Absolutamente húmedo. A eso no
hay quien sobreviva.
Salimos del
palacio, y nos dirigimos hacia ponte Rialto. Espectacular. A algunos les
recuerda a ponte Vecchio, en Florencia. No andan desencaminados. Quizá éste
parezca más imponente. Cuesta, pero logramos hacernos un hueco en centro, para
buscar la foto con el Gran Canal al fondo. Conseguimos salir de allí, teniendo
que luchar a veces contra la marea que te arrastra.
Nos queda una
sorpresa. Pasamos del bullicio, de la marabunta, al silencio casi completo. Tan
sólo a otra pareja de viajeros se les ha ocurrido caer por allí. Es la Scala
Contarini del Bovolo. Un palacete con una escalera de caracol adosada al
edificio, en un pequeño rincón junto al Campo de San Manin. Tiene el encanto
del aparente abandono, desidia, pero con suficiente empaque como para
mantenerse en pie; como que no hace mucho que está descuidada, pero que lo
está. Casi como uno de esos cuadros que reflejan naturalezas muertas. En
Venecia llaman Campo a lo que nosotros llamaríamos plaza. Menos la de San
Marcos; que ésa es plaza. Rarezas de los extranjeros. Riquezas de las lenguas.
Hemos terminado
con nuestro plan en Venecia. Bueno, faltan las góndolas. Son un clásico. Puede
parecer insignificante; pero estar aquí y no dar el paseo en estas típicas
barcas, hoy ya sólo de uso turístico, resulta extraño. Es muy especial el
momento. Nos dirigimos a las que están en el Gran Canal, un poco retiradas de
Ponte Rialto. Somos 18, a 6 personas por barca= 3 góndolas necesitamos. Nos
distribuimos, y accedemos a ellas, recordando la aparente (o no tanto)
inestabilidad de las mismas, la sensación tan extraña de estar sentado
prácticamente en el agua, y la pericia de los gondoleros, que evitan esquinas
imposibles y frenan sus barcas en apenas segundos, mientras van añadiendo
información de los lugares por los que vamos pasando. Es realmente bonito. Y
quién sabe cuándo volverás a Venecia para tener la posibilidad de repetir
experiencia.
Ahora sí. Fin
del programa. Son casi las dos del mediodía. Tiempo para comer y, después,
libres hasta las cinco y media que quedamos para ir juntos hasta el
embarcadero, donde nos esperará nuestro guía, Javier. Es el momento de rematar
esas compras de última hora, sin las que vosotros, las familias podríais vivir,
pero que ellos ponen toda la ilusión del mundo en buscarlo.
El tiempo va
pasando, y la tarde ofrece el espectáculo de ver toda la fachada de San Marcos
iluminada por el sol, al que devuelve sus brillos reflejados por el oro de sus
mosaicos, rivalizando con él en belleza, tanto que el sol, tímido aún y
vencido, se esconde tras las Procuradurías para ceder el triunfo a su rival
que, en su victoria, lleva su derrota.
Esto provoca
que la jornada tan buena que hemos tenido se convierta en una tarde fría y
húmeda, lo que multiplica la sensación. De nuevo a mi mente vienen la imágenes
de la prisión del palacio ducal, y de los presos que allí estuvieron.
De nuevo
cogemos el barco para regresar al autobús, y Venecia se despide de nosotros con
las últimas fotos que nos ofrece esta luz crepuscular.
Llegamos al
hotel y algunos tienen que marchar a cenar, mientras otros se solucionan la cuestión
en sus habitaciones. Hay una pizzería muy digna enfrente del hotel, que sirve
para saciar nuestros estómagos mientras suena el hilo musical de nuestros
teléfonos, que echan humo después de todo un día de silencio.
Y después de tener un tiempo para compartir experiencias y recuerdos del día, se impone el
silencio en las habitaciones. Mañana se vuelve a madrugar. A las siete y veinte
hemos de estar en el autobús.
Nos esperan
Verona y Milán.
Un abrazo muy
fuerte,
Ana y Javier.
Qué ganas de una nueva entrada para seguiros por este bonito viaje que estamos disfrutando tanto.
ResponderEliminarPreciosas fotos y preciosa Venecia.
Gracias!!!
Ayer estuvimos esperando....y lo primero que hemos hecho hoy es poner el ordenador, a ver si teníamos noticias. Qué bien, y por partida doble. Cuánto trabajo, Ana y Javier, y qué útil para nosotros y para todos los que desde aquí os estamos siguiendo. abrazos.
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