Muy buenas, familia.
Comenzamos el
día pronto, para no perder la costumbre. Otra vez a las siete y veinte de la
mañana ya estamos montados en el autobús, camino de Milán, haciendo una parada
en Verona, conocida por la historia de Romeo y Julieta que inmortalizara
Shakespeare, y desconocida a pesar del magnífico anfiteatro romano, del siglo I
a.C., anterior incluso al mítico Coliseo romano, y el mejor conservado de
Europa.
Pero hay algo
que hace el día distinto. Es el cumpleaños de Alba. Cuesta no recibir un beso
de los tuyos nada más levantarte en un día tan marcado, pero sus compañeros,
sus amigos, le intentan dar todo el cariño que le puede faltar hoy. Será un
buen día para ella. Que la vida te depare momentos tan maravillosos como los
que estás viviendo en esta semana. Y que no haga falta que sea tu cumpleaños
para que sucedan. Entre todos le regalamos una camiseta que compramos a
escondidas en Venecia, y un par de vídeos de felicitaciones grabados por todos.
Una hora y
media, poco más, nos separan de Verona; justo el tiempo para soñar con Venecia,
imborrable en nuestros recuerdos. Recorremos sus murallas, hasta llegar a la
plaza Bra, donde se encuentra el imponente anfiteatro, que fue dañado por un
terremoto, pero que en la actualidad se encuentra a pleno uso como sede de las
óperas y conciertos más importantes de carácter internacional. Además, nos
encontramos con una sorpresa. Al ser el Día Internacional de la Mujer, el
ayuntamiento de Verona ofrece la entrada gratuita para todas las mujeres en
todos los monumentos y espacios públicos. Justo reconocimiento, que le viene
muy bien a un fondo que cada vez hace más honor a su nombre, en un grupo de 18,
donde 11 son mujeres.
Entramos
cuando aún no son las 10 de la mañana, y está muy tranquilo de visitantes, no
así de trabajadores, que se encuentran preparando la arena como escenario y
platea del próximo espectáculo. Así que lo disfrutamos a gusto, paseando por la
cavea, algunas incluso se lo recorren entero a la carrera en un alarde que a
otros nos costaría el resuello y quizá un esguince.
Después de
haberle sacado todo el jugo posible al edificio, nos dirigimos a cumplir con un
rito, como es visitar la casa de Julieta, participando así del juego que supone
atribuir una casa a un personaje literario. Julieta, quizá por respetar el día
Internacional de la Mujer, ha decidido tomarse un respiro y alejarse de las
manos abusivas que tan poco la respetan, y aprovecha para hacerse unos retoques
que le permitan lucir como ella se merece. Nos hacemos la foto bajo el balcón,
hoy huérfano, y regresamos a la plaza delle Erbe, que mantiene su uso como
mercado de frutas y verduras. Observamos la lonja que se encuentra en el
lateral, así como las pinturas que adornan las fachadas de los edificios del
fondo de la misma. Una torre domina la plaza en uno de sus extremos, y un
pequeño templete ocupa el centro natural de la misma.
.
Volvemos dando
un tranquilo paseo por la calle Mazzinni, centro comercial al aire libre, donde
se amontonan las tiendas de lujo. Afortunadamente para nosotros, también hay
una heladería a la que sí podemos acceder, y damos todos sin excepción cumplida
cuenta de sus delicias. No son las once de la mañana, pero para el placer, no
hay horas. Además, la temperatura comienza a acompañar. Y así nos justificamos.
Desandamos el
camino hacia el anfiteatro para llegar de nuevo a las murallas, y subimos al
autobús, para las siguientes dos horas y media y presentarnos en Milán. Nueva
ocasión para abandonarse en brazos de Morfeo, que tiene trabajo extra durante
estos días de autobús; compensa el que
le vamos quitando de alguna noche de blog.
El hotel de
Milán, es el Ibis Ca´Granda; retirado del centro, pero muy bien comunicado por
un metro muy rápido y limpio. Un hotel muy digno; quizá algo pequeño para meter
camas supletorias, pero nuevo e impoluto. Y el wi-fi también es gratis, y
funciona bastante bien. Dejamos las maletas nada más abrir la puerta y nos
vamos a buscar la entrada al metro. Tres paradas; transbordo. 6 paradas, y
estamos en la plaza del Duomo. Sorpresa. Desde dentro de la boca de metro
empezamos a ver pináculos y agujas de la fachada de la catedral, y cuando vamos
a lanzar un ooooh de admiración, empezamos a ver también confeti, espuma,
disfraces y gente. Mucha gente. Más gente que en la guerra. La gran mayoría
disfrazados, y los que no, cubiertos de espuma para pagar su afrenta. Toda la
plaza está cerrada. No hay manera de salir de ella. Empezamos a ponernos un
poquito tensos, pues es una situación en absoluto prevista, y entre tanta
aglomeración y barullo nunca sabes lo que puede pasar. Nos hemos olvidado hasta
de la catedral. Sólo buscamos una salida. Toda rodeada de vallas que canalizan
un larguísimo desfile de carnaval. El sábado siguiente. Toma ya. Es el
conocidísimo en Milán carnaval Ambrosiano, y fuera de Milán desconocido por el
resto de la humanidad. Nos hemos metido en todo el medio, y no hay manera de
salir. Por todas partes hay tipos que venden botes de espuma. Por todas partes
hay disfrazados echando espuma a todo lo que se mueve; carreras, bailes, risas,
alboroto. Menos nosotros. Que tenemos cara de estar pasándolo fenomenal. Son
las tres y media de la tarde, no hemos comido y no podemos salir de la plaza;
buen panorama se nos presenta. Y esto tiene pinta de que está empezando. Unos
tipos mueven un poco una de las vallas del circuito, y lo aprovechamos como
ratones para colarnos todos y salir de allí, como si fuera nuestra última
misión en la vida. Ahora el objetivo es encontrar dónde nos den de comer a 18 a
las cuatro de la tarde. Si lo ven los de Wall Street Journal les da la risa por
lo de los horarios españoles. Como por arte de magia, aparece ante nosotros un
pizzería que presume en sus cristaleras de tener las pizzas más grandes de todo
Milán; y otro rótulo que dice que abren ininterrumpidamente de 12 de la mañana
a 1 de la madrugada. Si no ha sido el padre Usera, que alguien me lo explique,
porque nosotros le damos directamente las gracias a él.
Tienen razón.
Son como una plaza de toros de pan, tomate, queso y los diferentes aliños que
cada uno quiera arrojar sobre ella. No hay nada como el hambre para que te
sepan ricas las cosas. Menos con la sopa Minestrone y el pescado del otro día.
Algo más tarde
de las cinco asomamos la patita, como la cabra del cuento, por la plaza del
Duomo, a ver cómo está la cosa. Poco más o menos igual, salvo que el desfile
está terminando y han retirado las vallas. No se ve el suelo entre el confeti y
los botes pisados de espuma. Menuda impresión; de las que no se olvidan.
Buscamos la taquilla, y sacamos las entradas; como siempre: grupo escolar, 16
alumnos, menores de edad; dos profesores; tenemos carta de la escuela que lo
acredita. Entradas a mitad de precio, y profesores gratis. No está nada mal.
Nos quedamos con ganas de decirles que en Verona hoy invitaban a todas la
mujeres, pero no nos atrevemos.
Ánimo, valientes, que sólo son
250 escalones los que separan el campo de batalla carnavalero de la zona
protegida de las terrazas de la catedral. Y allí nos plantamos, caminando entre
agujas, arbotantes y pináculos, acompañados por más de 3.000 estatuas que la
pueblan. Es uno de los mejores ejemplos de gótico, con todas esas flechas
apuntando directamente hacia Dios, a través de la advocación de María Naciente
que ostenta la catedral. El paseo es maravilloso. Pisar el tejado de la
catedral no es algo habitual, y poder contemplar muy de cerca lo que sólo
habíamos visto en libros. Las fotos desde allí son fantásticas, aprovechando
una puesta de sol que incide sobre la fachada, y que nos da unos juegos de
luces y contraluces muy especiales. El momento es mágico, y todos así lo
notamos, hasta que un silbato nos saca del encantamiento en el que estamos para
anunciarnos el final del partido. Ya podían buscar otra manera menos brusca de
informarnos. Con un silbato. Manda narices.
Aprovechamos
las últimas fotos mientras descendemos, y nos dirigimos a las galerías Vittorio
Emanuelle II, donde comprar algo es difícil para los bolsillos de los
estudiantes; y de la gente en general. No puede faltar el rito de pisar la
figura del toro, un poco desplazada del centro de la bóveda. Tiene un
considerable hoyo en la zona donde hay que poner el talón para intentar dar un
giro completo, para atraer a la buena fortuna. Menos para el toro, que es un
sitio muy delicado.
Tiempo libre
para todos, tras explicar un par de cosas acerca de su construcción y función,
y a las nueve y media quedamos allí de nuevo para regresar, con la cena
resuelta. A las nueve ya están todos allí; el cansancio gana a estas alturas. Recorrido
inverso en el metro, y salimos también en dirección contraria; pero esta vez la
de verdad. Damos toda la vuelta a la manzana para llegar a la puerta del hotel
a apenas 300 metros de la boca de metro. Echaremos la culpa a la noche, y a que
esta zona de la ciudad no sale en el mapa que tenemos. Menos mal que Juan
Julián y Enrique tienen una versión offline en sus teléfonos y nos permiten
ubicarnos. No volverá a suceder; sobre todo porque es la última noche.
Tiempo para
duchas, charlas, risas amortiguadas y gente que va cayendo dormida por las
habitaciones. A las doce les informamos del plan del día siguiente. Algunas ya
ni abren la puerta, porque hace rato que están dormidas. Que descanséis.
Y para mañana;
Milán y Salamanca.
Nos esperan;
nos esperáis.
Un abrazo muy
fuerte,
Ana y Javier.
Se valora el esfuerzo. Buen reportaje..., como siempre. Una pregunta: ¿es verdad que Javier ha ido, o es una leyenda urbana?
ResponderEliminarGracias de nuevo por este estupendo trabajo Ana y Javier. Ha sido muy gratificante para nosotros este blog, donde hemos podido ver y admirar cada día todos los lugares que habéis visitado.
ResponderEliminarBuen viaje de regreso.
Un abrazo para tod@s
La semana ha pasado volando y parece mentira que hoy ya estéis de vuelta. Como os hemos visto todos los días y hemos sabido todo lo que hacíais (o casi todo), pues se ha hecho mucho más corto el viaje. Espero que tengáis buen viaje de vuelta, os estaremos esperando esta noche. Otra vez, muchas gracias.
ResponderEliminarNos unimos al comentario de los otros padres, muchas gracias Ana y Javier por cuidar de nuestros hijos y hacer que esta experiencia sea única no sólo para nuestros hijos, también para nosotros. Nunca vivimos tan de cerca un viaje a miles de km de distancia. Gracias de nuevo y feliz viaje de regreso. Os estaremos esperando.
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